STERPI: EL CONTINUADOR SEGÚN MI CORAZÓN DE DON ORIONE (ES)

“¡GRACIAS, SEÑOR!
EL CONTINUADOR SEGÚN MI CORAZÓN
YA ME LO HAS DADO…”
Don GIOVANNI VENTURELLI
Después de Dios, de la Santa Virgen y de la Santa Iglesia, los confío a
Don Sterpi, y se de ponerlos en buenas manos.
Tengan plena confianza en El; que bien se la merece.
Si Dios me dijera:
–Te quiero dar un continuador que sea según tu corazón–,
le respondería:
–Deja, oh Señor, porque ya me lo has dado en Don Sterpi.”
(Carta desde Argentina, 4 de noviembre de 1934)
Don Sterpi es una persona de pequeña estatura…
Usted lo conocería ciertamente también entre muchos sacerdotes
y lo encontrará tanto más bueno como de modesta apariencia
y lo podrá reconocer con facilidad.
Cuando Usted vea un cura que le parecerá precisamente un cura:
– ese es nuestro Don Sterpi.
(De una carta a un Benefactor)
I
AQUEL ESCRITO NO ES LA UNICA HISTORIA
“En el mes de octubre de 1920, para el Jubileo Sacerdotal de Don Orione en San Miguel de Tortona, habló el Padre Semería y, con la explicación de la parábola del buen Samaritano, hizo resaltar la gran diferencia entre la caridad enseñada por Jesucristo bendito y el amor enseñado por los demás. Don Orione debió responder a las varias preguntas que se hicieron luego en la mesa, y respondió como un santo, humildemente, casi molesto, por ser objeto de tantas alabanzas y de tanta admiración.
Narró un sueño que tuvo cuando era todavía sacristán de la Catedral de Tortona. Había visto, reunidos bajo el mano de María a varios niños de distintas razas y color. Luego dijo que era el Señor, con la Santa Virgen, que era la Divina Providencia la que había hecho el bien, no obstante los muchos defectos del instrumento del que se servían; pero tal instrumento no estaba solo, sino que eran muchos los que ocultamente trabajaban con él no por vileza, sino por humildad, por desinterés, por puro amor de Dios. Don Orione habló de modo tan claro que yo mismo –que conocía a la Pequeña Obra desde hacía pocos meses– comprendí bien que él quería referirse primeramente a Don Sterpi. Pero Don Sterpi se quedó tranquilo, sereno, junto a Don Orione, pues éste, por respeto a la gran humildad de Don Sterpi, no lo nombró. Pero cuando Don Garaventa, tomando la iniciativa de las palabras de Don Orione, explicó que Don Orione, entendía ante todo hacer alusión a Don Sterpi, éste se puso todo colorado y Don Orione aplaudió aquellas palabras en elogio de Don Sterpi y reía hacia él, parecía que le decía:
“Soporta también ésta por amor de Dios: mi intención no era ponerte tan en evidencia…”
Así narraba el difunto Fray Ave María, Ermitaño Ciego de la Divina Providencia, también él un verdadero Siervo de Dios.
Por otros veinte años, seguidamente, el nombre de Don Carlos Sterpi siguió sin hacer crónica.
“La suya es una vida –observa Juan Barra– carente de acontecimientos externos. Se diría casi falta de historia, si no fuese verdad –cosa que nosotros creemos– que la verdadera historia no está escrita, o sea la historia externa no es más que una parte, la menos importante, de nuestra vida. El amor y los heroísmos, las donaciones y la santidad interior escapan, la mayoría de las veces, a los paradigmas de la historia” (Paradossi del Prete p. 101).
También a los Tortoneses le sucedió hacer maravillas, cuando, a la muerte de Don Sterpi, en 1951, se hablaba de él como una personalidad comúnmente notable.
A quien tuvo en cambio la feliz suerte de estar cerca suyo no le sorprendía que sucediera también en la ciudad donde el Venerable había transcurrido por lo menos 60 años de su preciosa existencia. Por cierto pocos –fuera de la Obra– habían escuchado ese nombre de resonancias agrestes, que hacía volar el pensamiento lejos, a las simpáticas colinas, alegres de viñedos y de fruta, donde vive operosa, recogida y discreta su Gavazzana, al contrario de Pontecurone, donde nació Don Orione y que por conformación topográfica, queda campo abierto de la mañana a la noche a los frecuentes tráficos dirigidos desde Liguria a Piamonte, a Lombardía.
Don Sterpi manifestó haber tomado mucho de la reservada dedicación al trabajo y al ocultamiento que la naturaleza de esa tierra le dona a sus habitantes. De aquellos estímulos connaturales y de los sedimentos profundos que cada uno asimila en el ambiente en el cual nace él extrajo las energías, las invitaciones más apremiantes y las inclinaciones para dar una forma, un marco personalísimo a la vocación que el Señor. Le preparaba.
Vuelve a la mente un detalle, que puede hacer sonreír pero que expresa mejor este pensamiento. El 4 de noviembre de 1932, día de San Carlos, estábamos reunidos –estudiantes de filosofía y de teología– en el augusto refectorio de la Casa Madre de Tortona para hacerle un poco de fiesta a Don Sterpi. Es notorio cómo él sufría –aún agradándole por los sentimientos que la inspiraban– aquellas manifestaciones de afecto y aquellos inevitables elogios que nuestra juvenil retórica –toda sinceridad y calor– le dirigía.
Entre otros, habló el estrambótico y jocoso de Don Mussa: con gran arrojo comenzó sus palabras y luego, con un fuerte giro, dijo, dirigiéndose al festejado:
“¡Sterpi! ¡Sterpi!… ¿nos permites que te lo digamos?… ¡Sterpi! ¡qué feo nombre! ¡Sterpi! ¡qué feo nombre!… e insistía.
Don Sterpi –con la cabeza sobre la mitad de la espalda, la boca cortada por una sonrisa esperaba a donde iban a terminar esas palabras; miraba a Don Orione. Nosotros, buen milagro, estábamos silenciosos, a su vez llenos de curiosidad y un poco mortificados por el audaz y casi irrespetuoso vocabulario del acalorado orador. Este recomenzó imperturbado:
–¿Quieres, Padre, que hoy, por ser tu onomástico, te lo cambiemos?…
Te daremos un nombre más hermoso, más digno de ti… te llamaremos: “prado”… ¿Estás contento?…”
Don Sterpi abrió, como pudo, toda su sonrisa. Nosotros estallamos en un prolongado, consenciente aplauso, mientras Don Mussa, continuando, daba precisas motivaciones a su propuesta: y en que allá con nosotros, ese día, estaba toda la Obra, para confirmar que ningún elogio era más correspondiente a la verdad, sincero y merecido, que aquel…
Sin duda, quedándose en el simbolismo del prado, cada uno de los Hijos de la Divina Providencia presentes y ausentes, habría podido agregar la flor del testimonio personal hasta demostrar que aún más exacto y justo habría sido hablar de “jardín”…
Junto a Don Sterpi, rodeado de un tupido grupo de superiores, Don Orione sonreía, señalando fuertemente que “sí” con la cabeza: también el estaba de acuerdo en que, lo que habían dicho quienes intervinieron, era verdad. Vivir con los Santos y colaborar con ellos no es precisamente una cosa muy fácil. Los Santos son siempre hombres de excepción, innovadores, audaces, inquietos y –para expresarnos– desprejuiciados en el bien, siempre “revolucionarios” a su vez, seguramente no siempre a la medida de quien los flanquea, los sigue, los quiere imitar, especialmente cuando ello comporta renuncias no comunes, sacrificios y mortificaciones.
La sonrisa de Don Orione, también en aquel día, certificaba –aunque la humildad tal vez le impedía pensar en lo que aquí se dice –que su fidelísimo Colaborador había sabido comprender y revivir en sí su vida íntima de hombre de la caridad– proyectado para alivio de todas las miserias del cuerpo y del espíritu– que había sabido mantener el paso detrás de él en el surco de las iniciativas benéficas, de su apostolado; y sobre todo que la vida de Don Sterpi había sido no una inerte renuncia a la propia personalidad, sino una abierta voluntad de conformarse con él a los proyectos de la Providencia…
Como bien sabemos, Don Orione no derrochaba elogios a sus religiosos: decía la palabra suficiente para hacer resaltar méritos o impulsar iniciativas; por lo demás dejaba que, del bien realizado por cada uno, fuese testigo el Señor y que la alabanza última venga luego del “venite benedicti del Padre mío”… (Sean bendecidos por mi Padre).
Por eso, además de la confidente deferencia y la fraterna consideración que mantenía con Don Sterpi –la amistad “verdadera y sincera”, son sus palabras, “nutrida por cincuenta años hacia él”–, el Fundador ha dejado pocos y breves elogios escritos. Entre ellos, los dos tomados aquí para comentar, que evidencian dos prerrogativas: “el continuador según su corazón “y el” una verdaderamente una”.
El centenario de Don Sterpi en curso ha puesto ya en labios de oradores, de formación y perspectiva distintas, la cordial exaltación del Venerable: su humildad, laboriosidad, el amor a las vocaciones, el emprendimiento pionero de las escuelas profesionales de la Obra, el ocultamiento, la caridad heroica y otras características de su empeño por el reino de Dios en las almas. Nos parece, sin embargo, que los aspectos –evidenciados en los dos elogios que nos dejó Don Orione– son omnicomprensivos de los otros; por esto se citan aquí.
Don Sterpi sacerdote de Cristo, imitador de las virtudes de Cristo, fundó en las obras realizadas por su amor; rico de la dimensión religiosa de la vida y del contenido profundo propio de la espiritualidad evangélica de quien se siente Ministro de Dios.
Don Sterpi continuador de Don Orione: hombre de relieve electísimo, votado a los mismos ideales, cooperador en las mismas santas empresas, partícipe del idéntico modo de comprender las situaciones del apostolado moderno y corresponder con iniciativas ardientes, geniales y con todo el posible aporte de los miembros de la Congregación.
Pero como luego es exacto pensar y decir que también para Don Sterpi no siempre y todo fue fácil –; la virtud segura se manifiesta en el sacrificio: más de una vez él aludía, entre en broma y en serio, a “aquellos pobres sacrificados, que trabajan como desesperados conmigo, sin un consuelo en este mundo, mejor dicho con tantos desengaños y dolores” –se dice que el título de “continuador de Don Orione” el lo conquistó con pleno derecho en el campo de la fidelidad y de la renuncia a mucho de sí mismo. Así es que la más hermosa conmemoración de él, más allá de toda retórica, nos parece la de profundizar esta fidelidad suya –sin hendiduras pero obtenida con esfuerzo– reclamando sucintamente el comienzo y las etapas más arduas y decisivas del camino al lado del Fundador; hasta merecer que alguien lo defina “Cofundador” de la Obra, no por la idea primigenia de ella –que fue inspiración personal, y única del Espíritu al corazón de Don Orione–, como por la suma de Contribuciones y aportes, dedicación, interpretación del programa, ejecución de proyectos, ofrecidos por Don Sterpi a lo largo de varios lustros.
No fue entonces una sombra evanescente al margen de la estrella de primera magnitud que era Don Orione, sino una figura humanísima y personalísima, que se anulaba, por amor, en aquella de él viviendo con él el ansia del pobre, del que sufre, del ignorante, actuando aquellas obras que para ellos, hombres justos, eran realizaciones de caridad social además de cristiana.
II
COMO EL SEÑOR PREPARO' SU ENCUENTRO
Algunas notas sobre la juventud del venerable
13 de octubre de 1874 - Carlos Sterpi nace en Gavazzana, no lejos de Tortona, de familia distinguida y acomodada; recibe también el nombre de Herminio. Tendrá luego una hermana y dos hermanos. Su padre Juan Bautista se distingue por fe y por mucha caridad “Si no tienes dinero –responde a sus dependientes que le solicitan grano pero no pueden pagarlo– harás decir unos Rosarios a tu esposa y a tus hijos por mí y así me pagas…”
El Tío Luis –por largos años a cargo de la Comuna– da en familia un tono de sincero, constante amor a la Iglesia y al Papa, así es que se lo define “el Intendente papalino”. Y como tal será destituido por el gobierno en 1888, junto al Intendente de Roma Torlonia, porque, en ocasión del Jubileo Sacerdotal de León XIII, le hará llegar los sentimientos de su devoción y los augurios de los propios administrados.
1880 - Mons. Capelli, Obispo de Tortona, en visita pastoral a Gavazzana es huésped de Casa Sterpi.
–¿Qué harás cuando seas grande?– le pregunta al pequeño Carlos
–Seré cura– responde éste con seriedad.
–¿Te lo ha dicho tu madre que seas cura?– Insistió el obispo:
–¡No, me lo ha dicho Jesús!…–
1880 - 1885 Confiado a Luis Ghio, amigo de la familia, el niño Carlos Sterpi asiste a la escuela primaria en Novi Ligure, alumno del vetusto y glorioso Colegio San Jorge dirigido entonces por los Padres Somascos.
1882 Muere su santa Madre, Carolina Raviolo, la cual, con una última caricia, le dice:
–¡Carlos, sí, hazte sacerdote: estoy contenta y te bendigo! Pero recuérdalo: ¡debes ser un cura todo especial, un cura todo de Dios!
Por gracia del Señor –asegurará demasiadas veces el Venerable– me parece haber sido hasta aquí un sacerdote como lo deseaba mi madre. Como luego mi dolor era profundo por la pérdida de mi madre, mi tía para consolarme me repetía :
–Tu no has perdido a tu madre, tu madre ahora es la Virgen…–
Palabras que no olvidé nunca y también la Virgen pensó en no dejarlas olvidar, sofocándome de gracias…”
5 de agosto de 1885. Decide entrar en el Seminario episcopal en Tortona. “Fue en la fiesta y a los pies de la Virgen de la Nieve, cuando en Novi se celebra a la Virgen “Lagrimosa”, que maduró mi vocación. El Padre Falcetti, tan bueno y pío –¡cuántas misas le serví !– me dió coraje…”
2 de noviembre de 1885. Es recibido en el Seminario de Tortona por el Rector Don Ambrossio Daffra, luego Obispo de Ventimiglia
En junio de 1890, el seminarista Carlos Sterpi termina los estudios secundarios. “Era el final del año escolar –él narra– en el Seminario de Tortona los alumnos secundarios permanecían hasta el 15 de julio. Una vez que partieron los del liceo –o, como se decía, los de “filosofía”, uno de ellos– Luis Orione –se quedó en el seminario durante las vacaciones, en lugar de transcurrirlas en familia. Este caso, más único que raro, nos hizo sorprender a todos y formar un concepto de él como si tuviese algo de extraordinario. Estábamos juntos desde hacía un año. Orione hacía filosofía y yo 5º año, pero no habíamos tenido ninguna relación.
Comenzó entonces de a poco a familiarizarse con nosotros, y yo pude así conocerlo, en aquellos día, muy de cerca y me quedé admirado del buen ejemplo que sabía darnos. Y, como era un buen conversador, a la tarde, durante el recreo que se hacía en el “cortone” –el patio más grande– deseaba siempre narrarnos episodios edificantes e imaginativos: supo, en poquísimo tiempo, ganarse la estima y la simpatía de cada uno. Se supo luego –cuando también nosotros los de 5º dejamos el seminario– que él se alimentaba de poco pan a la noche y, a mediodía, de poca sopa, que iba a comer a la Fitteria, en las puertas de Tortona, en lo de su tío Carlos. Yo deseaba acercarme a él y hablarle, pero era tímido y no lo hice… El siguiente año escolar 1890 - 1891, al entrar también yo en filosofía –asistir al primer turno y Orione al segundo– tuve la suerte de estar cerca suyo en todas partes: en el banco de estudio, en la cama en la habitación, en el lugar en el refectorio, en la capilla, y lo tenía como compañero de fila en los paseos y no se hacía más que hablar –en aquel entonces era un buen hijo también yo– de cosas de piedad, con recíproca edificación. El se ocupaba de los estudios con mucho empeño y se distinguía mucho; ya desde aquellos años se dedicó con entusiasmo a las obras de apostolado.
Vigiló entre los compañeros sobre todo la asistencia a la Comunión. Había habido una ola de jansenismo también en el seminario: él supo, con ardor y entusiasmo, romper el hielo… Hablaba mucho del Papa, con una devoción y un amor sin reservas, que arrastraba… Me quedé fuertemente impresionado por el estudio que poseía al ejercitar la virtud: mejor dicho, puedo agregar que fue precisamente este estudio continuo y la práctica, que en él era habitual, de las virtudes, aún las más pequeñas, lo que me unió a él y a su obra.
Si me entusiasmé, fue solamente porque vi, en aquel joven clérigo, a un hombre de Dios y luego, en su obra, la mano de Dios… Comprendí que con él me sería más fácil hacerme santo…”
En Otoño de 1891 –la “filosofía” en el seminario duraba solamente dos años– Luis Orione pasa a Teología y Carlos Sterpi no tiene más al compañero de estudio y de capilla, también porque Orione deja el Seminario –pero asiste a la escuela– y comienza a ser el custodio en la Catedral.
Sin embargo tratan de verse lo más posible. Luis Orione pone el nombre de Sterpi en primera línea; escribe entre sus propósitos:
“Forma jóvenes… siempre alegre con ellos, atráelos, fascínalos… Forma muchos y luego… vendrá algún otro para ayudarte para el Oratorio… Llama a Sterpi, Guido, Villani…”.
3 de julio de 1892. Don Sterpi asiste a la inauguración del Primer Oratorio Festivo suscitado por Don Orione y bendecido por el Obispo Bandi.
Noviembre de 1892 - Es destinado como prefecto y maestro en el Seminario menor de Stazzano apenas restaurado y comienza Teología.
Setiembre de 1893. Recibe la Sagrada Tonsura y las Ordenes Menores y visita al compañero Orione, que está preparándose para darle vida a un pequeño Colegio para “vocaciones” y estudiantes pobres (15 de octubre de 1893).
Agosto de 1894. Para estar cerca del Clérigo Orione –del cual tanto quisiera ser colaborador en el Pequeño Colegio San Luis, abierto en el barrio de San Bernardino de Tortona– participa con él y otros en los ejercicios espirituales. “Tengo aún presente –recordará– la capillita como era entonces y la pérgola donde se tomaban las comidas en santa fraternidad…”
El 12 de febrero de 1895, afligido por la muerte de la hermana Magdalena, “Manin”, de 18 años, Carlos Sterpi mantiene un encuentro resolutivo con Luis Orione, que desde octubre ha transferido el Colegio San Luis a la ciudad, al viejo convento de “Santa Clara”, del cual tomará el nombre.
“En Serravalle encontré por casualidad a Don Orione –luego sacerdote en abril–, que estaba por subir al Santuario de Monte Spineto con dos estudiantes suyos, a pie. Los conducía al Santuario para transmitirles fervor y ligarlos más a la Virgen, a la cual me dijo que le iba a pedir una gracia grande… Fue en aquel encuentro que yo decidí definitivamente dejar el seminario e ir con él. Pero, había, lo sabía, una dificultad: el Obispo no quería; ya antes me había dado una lavadita de cabeza, tan seca, que yo luego no tuve más el coraje de írselo a solicitar una segunda vez…”
Octubre de 1895. Finalmente la bendición del Obispo.
“Estaba preparando mi baulito para volverme a Stazzano, cuando llega una postal de Don Orione que dice: “Monseñor Obispo te destina desde este año al “Santa Clara”; ¡Ven lo más rápido posible!”
Aquella llamada pienso que fue debida también a las …travesuras de un muchacho, un poco descabellado, alumno de IV entonces del “Santa Clara”, hijo mayor del director de un banco de la ciudad. Don Orione –en aquellos tiempos se era muy exigentes en materia de seriedad moral– le advirtió al padre que recibiría al hermano menor, pero al mayor no podía tomárselo. Entonces ese señor, dirigiéndose al Crucifijo, dijo:
–Le juro, que me ocuparé con todas mis fuerzas de arruinarle el Colegio… y Don Orione fue de inmediato a lo de Monseñor Bandi.
–Pero Excelencia, –le dijo– ¿cómo puedo aceptar a estos muchachos si no tengo a nadie que me los asista?
Te daré yo un asistente… –respondió Mons. Bandi– ¿A quién deseas? y Don Orione –Deme a Sterpi–
El Obispo se quedó un poco pensativo, como sorprendido…, pero las razones de Orione eran convincentes.
–Bien– dijo finalmente casi como liberándose de un gran peso –que sea Sterpi; escríbele que venga a ayudarte–
Inmediatamente entonces, vine a Tortona. Don Orione estaba asistiendo en el estudio a más de 150 jóvenes. Me acerqué al escritorio en el que se encontraba:
Bravo –me dijo– Viniste a tiempo
Quédate un poco en el estudio, ocupa un “momento” mi lugar…
Colgué el sombrero y él salió, dejándome solo con todos aquellos muchachos…
Han pasado varios “momentos” desde entonces… Aquel “un poco” debía durar muchos años… Don Orione no se vio más, volvió solamente a la noche tarde…”
La noticia del pasaje del Clérigo Sterpi al Instituto de Don Orione consoló –es necesario decirlo– a algunos, los cuales ya dudaban de su consistencia.
“Venimos de familias pobres– decía Don Orione desde entonces– y la Providencia de Dios nos ha mandado en medio de los pobres… Guai el día que iremos a buscar a los ricos…”
Pero como por estos niños pobres él se había hundido en dificultades y fastidios, los no simpatizantes decían:
“¡Menos mal!... Este nuevo clérigo, tan reposado lo calmará…” No era de esta opinión la tía de Carlos Sterpi, la cual iba lamentándose sin consuelo: “¡Pero que ha hecho mi sobrino al irse con ese loco…!” Loco en el bien, obviamente.
III
CUANTO LE COSTO' SEGUIR A DON ORIONE
Surge espontáneamente el deseo de saber cuales fueron las reacciones internas del Clérigo Sterpi frente a una realidad, que él seguramente desde el exterior ya conocía, pero que también a él no le dejó de reservar sorpresas… Todo, en el “Santa Clara”, era una continua preparación, problemas de varias naturalezas y dimensión se asomaban cada mañana, mientras sobre los hombros de Carlos Sterpi cayó, constante y pesado como estilicidio, aquella multitud de cosas para hacer y para resolver, que en un instituto ocupan de la mañana a la noche. Y además el economato, la escuela… “Cuando vine al “Santa Clara”, me dio una gran impresión la pobreza que había allá dentro. En Stazzano, en el Seminario menor, donde había estado durante cuatro años, se estaba muy bien. Yo, además, provenía de una familia y casa, donde de verdad no estabamos mal…”
Los jóvenes del “Santa Clara” se apercibieron, por la experiencia de los hechos, que la personalidad del Clérigo Sterpi estaba en relación inversa de la estatura y débil cuerpo: hicieron entonces siempre más un círculo alrededor de él, que quedó en el centro de cada decisión, necesidad, compromiso. Por algunos años, por otra parte, todo pareció caminar sobre un plan, si no lúcido y sin dificultades, por lo menos simplificado y facilitado por el entusiasmo propio de los comienzos, fecundos siempre de las novedades y del fervor que dan arrojo y satisfacción juntos.
El 12 de junio de 1897 Carlos Sterpi es Sacerdote de Cristo. Con los poderes que le da la Ordenación puede asumir más vastas responsabilidades, corresponder siempre mejor a las apremiantes necesidades de la incipiente Familia Orionina. Con el sacerdocio, además se está más vivamente y tenazmente junto a la Cruz de Jesús, la cual, es necesario decirlo, no tarda –para Don Orione, para el, y para todos los primeros generosos –en hacerse más pesada, de acuerdo con la afirmación del Instituto. Don Sterpi se da cuenta que el mismo fin “la Congregación es para los pobres”, se corresponde de lleno con las necesidades del tiempo –deben recordarse el hambre y la crisis económica que llevó a Italia a los hechos sangrientos y a las represiones de 1898–, es por eso mismo promesa de penas, de sacrificios, de renuncias.
Sin embargo, lo que más lo aflige son los contrastes, también internos, a los cuales vio expuesto al Fundador y al futuro mismo de la Obra.
Como reacción a ellos, él le hace la solicitud al Fundador de ser aceptado formalmente a la Congregación de la Divina Providencia, que está por ser aprobada por la autoridad diocesana.
“Quiera nuestro amado Señor concederme –concluye la petición– hacer siempre su amadísima y amabilísima Voluntad y atravesarme el corazón con aquella grande y suave bondad con la cual él me ha amado y que debe ser el distintivo de esta Congregación, para que pueda hacerme santo y pronto santo y gran santo”. Se estrecha, cada día más cordialmente, a Don Orione, confortándose con la notable consideración –fijada en sus escritos– que las obras de Dios son como las pirámides, pero al revés: parten de poco y van creciendo…
Desde 1900 se sucedieron días duros para la Obra: aquellos por ejemplo, en los que son llamados de autoridades en el seminario una docena de clérigos, a los cuales todos, como un exaltante sueño, imaginaban ya confiadas sus futuras suertes. Pero, solamente un tiempo después la prueba tocará el vértice del dolor.
Don Sterpi es director entonces en San Remo, mandado allí por Don Orione en 1895 para establecer las tiendas de la Obra, detrás de la invitación del ex-Rector del Seminario de Tortona, Mons. Ambrosio Daffra, desde hace un lustro Obispo de Ventimiglia. La operosidad de Don Sterpi en el Convictorio San Rómulo en la ciudad encuentra tiempo y modo de encaminar en la “Casita”, el primer Noviciado de la Congregación.
Entre tanto, en Tortona, Don Orione –que también ha obtenido ya la más amplia bendición para sus proyectos de Papa León XIII (enero de 1902)– se debate contra dificultades siempre nuevas.
“¡Guai si el ojo de la Divina Providencia no hubiese velado sobre nosotros!… –dirá más adelante– Todos o casi nos habían abandonado: éramos vistos como unos cismáticos y nuestros jóvenes eran tal vez unos 300…”
Para Don Sterpi es el momento de la fidelidad a ultranza, cuando los vínculos ideales manifiestan su solidaridad, cuando cada renuncia puede hacerse traición. A fines de enero de 1903, son puestas en duda las finalidades mismas de la Obra y hasta la autoridad del Fundador, al cual se lo amenaza con la sustitución de otras personas. Don Sterpi está decididamente junto a quien ya define “el Padre de su alma.”
“Nos encontramos así, Don Goggi y yo, frente a Mons. Bandi, que nos repetía que no tenía confianza en Don Orione –nosotros no hacemos oposición– insistíamos– a que Vuestra Excelencia elija a otro superior; pero como nosotros debemos luego vivir junto a él, es muy necesario que él tenga la confianza también nuestra –había deseado poner a Don Albera en el lugar de Don Orione– Por otra parte nosotros somos dos sacerdotes de la diócesis de Tortona; en el caso que el nuevo superior no gozara de nuestra confianza, nos retiraremos a nuestra casa, a la espera de decisiones de Vuestra Excelencia, a nuestro respecto…
–Nos dejamos, ese día, como hijos serios y respetuosos, dirigiéndonos al “Santa Clara”, decididos a solicitar hospitalidad a Don Orione, para la noche… En cambio fue el al Episcopado y la cosa finalmente se facilitó… Mejor dicho, Monseñor Obispo, un poco enfermo, aceptó la oferta de venirse a San Remo; y fue precisamente en el Convictorio San Rómulo que firmó el decreto de aprobación diocesana de la Pequeña Obra, el 21 de marzo, fiesta de San Benito, como un símbolo y un auspicio…”.
Esta página de historia de la Obra aparece más indicativa aún del espíritu generoso de Don Sterpi y de su tenaz apego a Don Orione y al Instituto, si – como es debido tributo a la verdad– se reflexiona que estos sentimientos él los demostraba en un momento en el cual su “forma mentis”, el carácter, la misma naturaleza suya se encontraba tomada desde hacía tiempo en una lucha interior muy secreta y factor de pena. Anteriormente le había resultado bastante fácil aceptar la renuncia a una vivísima aspiración, cultivada en el corazón desde los años del Seminario y que lo había determinado –con otros motivos– a unirse a Don Orione: “Cuando vine a la Congregación, tenía también yo el deseo de atravesar el océano e ir a desparramar la fe en medio de tantos pueblos que esperan la voz del misionero para ser llevados a Dios; mejor dicho, ese era el objetivo por el cual yo había venido a la Congregación… Pero, se ve que eran distintas las disposiciones del Señor.” Había entonces algo más a lo cual, durante diez años, Don Sterpi se plegó con sacrificio: lo deseaba firmemente, pero le sangraba el alma y lloraba en secreto. En algunas cartas de los primerísimos años después de 1900 él se confía en Don Orione y nos revela a nosotros las razones. Debe recordarse que las Casas de la Obra en el Sur, en esa época, mantenían con frecuencia al Fundador lejos de la sede madre de Tortona, impidiéndole las visitas y las ayudas esperadas por los otros Institutos: y Don Sterpi debía proveer.
Le confiaba entonces, aquí y allá en las cartas al Fundador:
“Te digo otra cosa, que me desagrada y que me avergüenza decirla; pero tu que eres el papá de todos, me sabrás comprender… Lo que más me preocupa y me cansa es la situación financiera: me encuentro en condiciones imposibles, y yo no puedo ir más adelante: estoy verdaderamente cansado… A la Congregación, he venido para trabajar, para salvarme el alma… ¿Qué bien se les puede hacer a los demás o a uno mismo, cuando se está en tal estado de ánimo? No digo luego de la salud material: siento que los brazos se me caen, que la cabeza no gobierna más… Tu carta me ha consolado mucho mucho. Cuando no tengas tiempo de escribir y me dices solamente: –¡Coraje, te bendigo!, no puedes imaginar el efecto grande que me hace…
Escucha: hazme el favor, quítame de este estado penoso. Te lo pido propio por amor de Dios y de la Santísima Virgen… Estas continuas preocupaciones de cosas de interés han perjudicado a la piedad y al espíritu y soy cura, digo la verdad, porque digo la Misa y el Santo Oficio… El Señor te ilumine para hacer aquello que sea el mayor bien para mi alma y ruega por mi…”
Don Orione se daba cuenta de las condiciones en las cuales el solícito Colaborador se encontraba y le escribía al respecto al ecónomo del Seminario de Tortona, amigo de la Obra:
“Conociendo a Don Sterpi me pareció bien escribirle a Ud. una palabra, rogándole de tratar de sostenerlo, para que crea que, estar lejos de casa es mejor que esté yo allí entre las deudas para enloquecer y aumentarlas, que va enloquecer, tal vez por culpa mía, a los demás…”
Es un don de la Providencia que cada prueba, especialmente cuando es demasiado amarga, termine. Muchos años después, Don Sterpi recordaba haber logrado con el tiempo finalmente superar la suya, aprendiendo bien aquello que Don Orione en broma definía “la mística de las deudas” y que es una verdadera práctica de las almas generosas y fuertes. “Debemos hacer precisamente todo aquello que está en nosotros, como si la Providencia no debiera proceder; luego debemos confiarnos a la Providencia como si no hubiésemos hecho nada…
Al principio me encontré muy mal; en mi casa, gracias a Dios, no faltaba nada, no había deudas.
En el Instituto, en cambio, me encontré en una selva de fastidios, de economía y de administración, no se sabía como salir. Era un hecho sobre todo de conciencia: a los acreedores les debemos la restitución, es una cuestión moral y lo era para mí; no podemos decir: “¡Tiremos adelante! En la familia sentíamos a las deudas como una falta a los mandamientos de Dios; y así, al venir con Don Orione, en los primeros tiempos yo los sentía, me asustaban como el fuego, y estaba lejos de ellos por disposición de ánimo, por temperamento y por costumbre familiar: fue para mi la prueba de fuego. Don Orione me daba coraje; pero la prueba parecía más fuerte que yo. Yo sufría, sufría mucho… El se sentía llamado por Dios a aquello que hacía; pero yo estaba solo, contra las dificultades y contra mí mismo. También él hacía lo que podía… ¡Debí superar mi estado de ánimo, pero era necesario!
Cuestión que yo amaba tanto a la Obra y estimaba a Don Orione, y tenía tanta confianza en él y sobre todo en la Providencia. Era precisamente el Señor que nos quería probar por aquel camino de padecimientos, ciertamente para demostrarnos a nosotros y a los demás que era Él el que hacía todo, y la Obra era verdaderamente de la Divina Providencia…”
Así, Don Sterpi estuvo plenamente listo para ser el “continuador” de Don Orione, también si se demostró verdadera, como una profecía, la expresión corroborante que éste entonces le repetía:
“Veo precisamente que el Señor lo quiere santo por el camino de los fastidios materiales…”
IV
CUERPO MUERTO EN LAS MANOS DE DON ORIONE
En la variedad de direcciones y orientaciones indicadas a él por el Fundador –dirección de Casas, fundación de Hospicios y Pequeños Cottolengos para pobres y abandonados, preparación de misioneros, sacerdotes, eremitas y hermanas para las Instituciones en el exterior– Don Sterpi fue constantemente la mano que perfecciona, el ojo que vigila, el administrador que piensa, provee, completa y conduce a puerto… Pero siempre y todo en el silencio y en el ocultamiento…
En la mente de muchos corrió con frecuencia la comparación de Don Bosco y Don Rua.
“Como éste hizo todo a medias con Don Bosco, Don Sterpi hizo siempre a medias con Don Orione. Todo a medias desde el principio, en el trabajo, en las preocupaciones de la Congregación niña, a medias en los sacrificios, a medias en el ansia de llevar adelante a la Obra que fue tanta parte de su corazón, compartiendo con el Fundador las noches insomnes de la incertidumbre; a medias todas las alegrías y todos los dolores… Ambos nítidos como un cristal a la pureza, en el ideal, en el esfuerzo de fundar una Institución del todo digna de la Iglesia y benéfica para la sociedad, trabajaban juntos viendo a Dios en el mismo prisma de luz, uno ardor y fuego, otro, aceite que lo alimenta… Don Sterpi tuvo el tiempo y toda la oportunidad de descubrir en Don Orione alguna pequeña mancha, algún motivo para perder el entusiasmo de su elección generosa: pero no lo encontró…” (Actas, octubre, diciembre 1974 p. 260)
Iniciador, por deseo de Don Orione, de Institutos –San Remo (1899, Cuneo (1907), Venecia (1911 - 1927)– le fueron confiadas las tareas de control de todas las casas de la Congregación a Italia; guía de las Escuelas profesionales de la Obra, abrió a principios de siglo tipografías y talleres en Tortona y luego en Venecia y Mestre y Borgonovo V. T., revelando pasión paterna por el futuro de tantos jovencitos provenientes de familias donde la miseria era compañera– ya que únicamente por ellos había nacido la Congregación de la Divina Providencia–, en un difundido ministerio todo amor a la Virgen, a la Iglesia, al Papa, a las almas.
Es necesario referirse a las condiciones de los trabajadores a principios de siglo para comprender como en su corazón floreció el anhélito y digamos la “vocación” por los trabajadores. Ahora se habla, y está en acta, un problema social que resume todos los problemas ya sentidos en el pasado; o sea el de la justicia distributiva y retributiva a favor de todas las clases y categorías, especialmente de los más pobres, de los menos acomodados, de los indefensos y marginados; luego el de la educación de las generaciones, que se subsiguen y son protegidas con un respeto siempre mayor hacia el individuo y su ambiente de vida. Sector del problema de educación escuela, ya sea como adecuación técnica de los jóvenes a las nuevas condiciones de la actividad laborativa, o como método o dirección capaz de responsabilizar la conciencia.
Don Orione había encaminado las escuelas, los colegios y las colonias agrícolas para los más pobres; en Don Sterpi encontró al hombre hecho a propósito para preparar un trabajo de abastecer de técnica a aquellos jóvenes que entonces comenzaban a no querer saber más de terminar cultivadores de los campos y jornaleros mal retribuidos. Don Sterpi fue el intérprete capaz y entusiasta de Don Orione para la actividad de la Congregación en este campo escolástico-social. Ya en 1903, comenzó a pensar que la actividad de la Obra había abierto nuevas salidas, dirigiéndose a las escuelas especializadas para sustraer a tantos jovencitos a ambientes sin malicia o a actividades, como la imprenta, de la cual los jóvenes con frecuencia podían obtener bien poco de constructivo para su dignidad humana y cristiana.
El jovencito –pensaba Don Sterpi, resumiendo los elementos fundamentales de la sociología cristiana– debía encontrar un ambiente familiar, un trabajo adecuado a sus inclinaciones, una dependencia que no envilece al pequeño hombre latente en cada muchacho, una serie diferente de escuelas que permitiesen una elección, en suma un ambiente escolar e industrial que fuese educación, y caridad al mismo tiempo. Él presentía que la sociedad del trabajo iba modificándose en perspectiva industrial. Él experimento orionino de las Colonias Agrícolas se demostraba inadecuado por el incontenible avance de las máquinas en el campo de la actividad productiva. Como el futuro lo demostró luego ampliamente.
Con creciente confianza y satisfacción, el Fundador le encargó, lentamente, el vasto movimiento del personal religioso, la elección de los elementos para las varias Obras, la compleja masa de las tareas administrativas. Durante sus ausencias –en Mesina (1908 - 1912) después del terrible terremoto como Vicario General de aquel Arzobispo; en Avezzano, después del terremoto de Mesina de 1915; de visita a esas Instituciones de América (1921 - 1922 y 1936 - 1937) –Don Sterpi tuvo prácticamente sobre si la responsabilidad de gobierno y de asistencia de la Obra en Europa. En junio de 1915 recogió en la comunidad –por encargo de Don Orione que estaba en Roma– a las primeras Pequeñas Hermanas Misioneras de la Caridad destinadas a abrir en Ameno (Novara) el primer Pequeño Cottolengo.
En 1928, luego de una larga y dolorosa enfermedad, fruto del desgastante trabajo llevado a cabo en Venecia, es designado por el Fundador, Vicario General, y operaba incansablemente, con sagacidad e intelecto de amor, mereciendo la confianza incondicionada de sus asistidos, muy fiel también en el torbellino de las dificultades, propias de toda iniciativa de bien, pan cotidiano de quien vive con los pobres, trabaja por los pobres, se sacrifica entre los pobres. Tuvo una parte preeminente –por recordar sólo algún mérito suyo– en la construcción del grandioso Santuario de la Virgen de la Guardia en Tortona, guiando a los curas y a los clérigos convertidos en “changadores de la Virgen”, durante la última permanencia de Don Orione más allá del océano, construyó el Instituto San Felipe Neri de Roma, el Seminario Noviciado de Bra, el templo de Don Bosco en Fano, el Pequeño Cottolengo de Génova Cuarto, visitó Polonia, llevando a todas partes la energía y la experiencia confiada en Dios, que guía y sostiene.
V
FUERA DE LAS SOMBRAS
Sus características fueron: la humildad del sentir personal, la hábil industria de ocultarse, de no hacer hablar de sí, feliz de que cada alabanza y admiración por el bien realizado fuera para el Fundador. Vivía de Dios pero, no con afecto menor, vivía, miraba, hablaba de Don Orione, amalgamándose, en escritos y exhortaciones, con su ejemplo y enseñanza, esforzándose por empalmarse bien en él y casi identificarse con él, con su espíritu hasta transformarse en “el otro rostro” de Don Orione: para actuar mejor la propia vocación y servir más adecuadamente a la Pequeña Obra.
“Junto al nombre de Don Sterpi es espontáneo agregar: “Don Sterpi o del antiretórica”. No sería el modo más concluyente y ni siquiera el modo más justo de iluminar la personalidad, pero ese agregado estaría bien: se trata de un aspecto algo más que secundario de su figura. Su actividad principal, durante largos años, fue precisamente una actividad de gobierno, por sí misma fácil para una cierta afirmación personal, ya sea también al lado de la enorme personalidad de Don Orione. Y bien, precisamente ese segundo lugar ocupado durante tantos años con tanta dignidad, pareció la contraparte exacta de Don Sterpi hombre y sacerdote. Su virtud tiene el sello neto de lo ordinario y de lo cotidiano, sin embargo se debe hacer notar aquello que ha notado siempre la ascética. Para medir la alguna de la virtud y evaluar el temple, no hay nada mejor que mirar el silencio y la humildad que lo circunda. Quien se esperara de él luces y clamores, se quedaría desilusionado. Don Sterpi se caracteriza por un modo suyo particular y personalísimo de ejercitar todas las virtudes; que es el modo de la franqueza, de la naturalidad, de la simplicidad y –para decirlo con la misma palabra– de la autenticidad” (“Vivere” Villa Moffa, dic. 1971).
Fue necesaria la muerte de Don Orione (1940) para llevar a Don Sterpi al escenario de la notoriedad discreta y merecida de las grandes almas, para descubrir, también delante de los ojos de los menos informados, la riqueza de tantas dotes, el valor de una operosidad vastísima, si bien leve y silenciosa como la virtud de los santos. La suya fue, sin embargo, una revelación gozosa. Confiado plenamente en la Divina Providencia, a quien le preguntaba, en los días del gran dolor de la Pequeña Obra, que habría sido de ella, Don Sterpi respondía defendiéndose: “El que seguirá haciendo será aún él, Don Orione… Ha hecho todo cuando estaba vivo, hará todo aún ahora que está muerto. Nosotros vivimos de la renta de su virtud y de sus ejemplos. Es él el Fundador de la Obra, y será también el Continuador…”
La unánime, sucesiva designación de Don Sterpi como Director General (agosto de 1940), le permitió a la Congregación continuar, sin sacudidas y sobresaltos, la actividad florecida de las iniciativas del Fundador, llevando tiendas benéficas por todas partes en Europa y en América. El camino de Don Orione continuó en la acción de Don Sterpi, al cual ya muchas veces le había preconizado y destinado la llama, entregado el propio mensaje.
“Si Don Orione preconiza a la Pequeña Obra, en Don Sterpi, el sucesor según su corazón, Don Sterpi, recibiendo el encargo, nunca sustituye al “Director”, insiste más bien en anotar toda presencia operativa de él: su espíritu y su corazón, sus arbitrios. Dice y repite: –Nosotros vivimos de rentas– y exhorta: –Sigamos el camino que nos ha trazado, sus huellas en el sendero de la caridad, su ejemplo sobre la vía de la perfección religiosa y de la santidad, sus enseñanzas, él en cada cosa…
–No es que Don Sterpi retrocede, no declina de sus responsabilidades, no evita el peso que la Divina Providencia le ha puesto sobre sus espaldas. Pero su pensamiento y su afecto corren a Don Orione espontáneamente: este nombre entra en sus conversaciones varias veces al día, y él se apoya sin una mínima duda sobre la consistencia o validez del sostén, está atraído por él, cumple sus acciones y toma las actitudes de quien comparte, nunca del heredero o del sucesor, nunca del titular, ni de su sustituto…
Véanlos despachar la correspondencia que llega. Don Orione toma todo con mano veloz, arranca el sobre, parece no conceder nada a las operaciones de protocolo, luego va derecho al contenido y lee con atención. La caridad en él no es burocracia. ¿Pero, tal vez, Don Sterpi posee menos caridad, si usa un cortapapeles finísimo, si lo coloca delicadamente dentro del sobre por un extremo, que abre con un arte neto que parece de un intonsa? Su caridad es complementaria de la otra. Véanlos ahora despachar la correspondencia que parte. Don Orione no responde diariamente, no puede hacerlo ocupado como está por muchas cosas: la correspondencia se le amontona sobre la mesa, luego vendrá el momento de responder a todos… Don Sterpi trata de ser metódico también al responder, brevemente, pero a todos, día a día; cada noche debe partir un pequeño cesto de correspondencia…
La urgencia de la caridad está en ambos: pero en Don Orione es divisadora, tiene el carácter del radar; en Don Sterpi es auxiliadora con técnica práctica, tiene el carácter del ingeniero que prepara los planos y dispone los medios para el auxilio: sus realizaciones se ocupan hasta de las cosas pequeñas que condicionan la vida de la Obra y la expresión de su caridad… Es por ello natural que Don Orione se anime de sagrado entusiasmo y Don Sterpi se arme en cambio de santa paciencia y de obvia prudencia. Pero son dos corazones que se completan, amando las mismas cosas, y fundiendo luego, en la acción, los propios sagrados amores y sus dimensiones de mente y de corazón…” (D. A. Cesaro. 1961)
Bajo el impulso de las nuevas responsabilidades, Don Orione salió forzosamente de las sombras, revelando una personalidad vibrante, ni bien oculta en la modestia de la persona. Una cosa, pareció de inmediato disponer la divina Providencia: así como Don Orione se había revelado el heroico apóstol del bien después de los terremotos de Sicilia y de Abruzos, Don Sterpi debía ver el héroe de la caridad en las tristes contingencias de la última guerra, soportando el peso de la carga exactamente en el período de los bombardeos, del racionamiento, de las carreras a los refugios…
Los cinco años del terrible conflicto lo vieron hacer incansablemente el recorrido del consuelo y de la próvida ayuda de una casa de caridad a la otra, preocupado de proteger a los asistidos de la Obra de las insidias aéreas, transportando tempestuosamente a lugares seguros a huerfanitos y huerfanitas, a los viejos, a los debilitados. De Milán, Génova, Tortona, Venecia y de los otros centros amenazados arrancó a los pobres de los peligros; sin tener en cuenta las ametralladoras vagó en cualquier medio, expuesto a los riesgos de la guerra civil, sobre montes y a lo largo de las calles, de día y de noche, arrastrándose, para asegurar pan y tranquilidad a los Institutos y a los benefactores; se opuso abiertamente, y con peligro personal, a intentados abusos de partes beligerantes; recibió a políticos dispersos y a militares pertenecientes a facciones opuestas, fue amenazado…
El gran amor hacía que no conociera el temor…
Sólo el heroísmo del corazón de este maravilloso sacerdote de Cristo, de siervo de la Caridad cristiana, vivido y estimulado por la urgencia de la misericordia samaritana, en medio de la tormento que apesadumbraba nuestras tierras, señaló en seis años de gobierno, el surgimiento de algunas decenas de nuevas Instituciones benéficas, de asistencia y de culto, en Italia y en el exterior. Cumplió también en peligroso viaje a Albania (1941), para concertar un plan de asistencia, allí y en Italia, a favor de los huérfanos.
La energía demostrada en aquellos años por Don Sterpi –ha sido observado– dejó entrever cual fue siempre el grado de su obediencia y fidelidad respecto a Don Orione. Se comprendió mejor entonces su virtud, frente a la riqueza de sus iniciativas de gobierno, en el arrojo de la voluntad de hacer, en la multiplicidad de los compromisos a los cuales lograba dirigir. Hasta entonces, todo lo indicaba, había hecho lugar únicamente a expresiones de remisión, de renuncia a los criterios propios, de aceptación, humilde y voluntariosa, de los criterios del Superior.
¿Pero con cuál sacrificio de miras personales, de aún iluminadas opiniones? Su carisma había vivido el de ser el “santo de la colaboración”, hasta que vivió Don Orione, pero lo fue también después.
“Esto decía, esto hacía Don Orione…” era su norma, y Don Orione se perpetuaba así en él para una multitud de jóvenes de pobres, según las necesidades nuevas y las urgencias de la hora.
En la primavera de 1944, el calvario bloquea el cuerpo de Don Sterpi, no el corazón. Nadie se sorprendió de que hubiese caído sobre la brecha: contaba entonces setenta años y las fatigas y el martirio secreto de la guerra le habían minado la sangre. La ligera parálisis muscular. Sin embargo, ya que entonces la responsabilidad era aún suya, apenas la enfermedad en parte se alivió, volvió a comenzar… Sus hijos se lo encontraron siempre cerca, en cada eventualidad y necesidad. Al volver a pensar hoy en aquellos hechos, el ánimo revive la admirada, conmovida gratitud de todos –religiosos, benefactores, amigos– frente a sus heroísmos. Entonces se sentía que Don Sterpi era verdaderamente él, el gigante de la caridad, el digno “continuador” de Don Orione. “nunca como hoy –escribía– la vida me ha parecido un don de Dios” y extraía de esta convicción, para sí y para todos, el deber de vivir fielmente el espíritu de los años heroicos de la Congregación, sobre la línea inequívoca de la Caridad y de la Papalidad, para preparar el futuro de la Obra en sintonía con el amor y las necesidades de la Iglesia.
“Para nosotros no hay más que una sola guía– exhortaba en aquellas horas de pasión y de pasiones– una única Cátedra de verdad; la que tiene raíces en el supremo magisterio indefectible de la Iglesia y nos habla a través de la voz veneradísima del Papa y de los Obispos… Aviven, Buenos Amigos, su fe en la Providencia: no pierdan el ánimo, no se cansen de hacer el bien… Si ésta es la hora de las más amargas desgracias, que no sea nunca aquella en que disminuya su confianza en Dios, que golpea a veces, pero porque quiere darnos una más saludable piedad, que ha prometido ofrecer, después de la tormenta, a aquellos que reponen en Él su esperanza, la tranquilidad y, despues del llanto, la alegría y la paz.
VI
UN “VERDADERO” SACERDOTE
Los últimos años de Don Sterpi –transformado en el Padre de la Pequeña Obra” después de la renuncia a la Dirección General confiada a las válidas fuerzas de Don Carlos Pensa (1946) –pusieron a la luz más brillante, si había necesidad, su modo de ser sacerdote, en aquello que comporta de recogido, de sosegado, de pío… La piedad había sido siempre su distintivo interior pero redundante, a tal punto que aparecía evidente también en el exterior el “sentido de Cristo” que informaba todos sus actos. Nada de rígidamente formal, en su piedad, discreta, para nada pesada y a su vez comprensiva de los demás; una piedad integral, sin embargo, que todo embiste: comportamiento simple, modo controlado de gesticular, hablar, sonreír. Nada de artefacto o melindroso en Don Sterpi, que es espontáneo y preocupado por edificar siempre, ya sea solo o ante la presencia de los demás. Por la gran impresión de espiritualidad que se derramaba de su persona, Don Sterpi se revelaba también a los extraños, y al primer encuentro, el hombre de Dios: su figura correspondía a aquella que la agiografía y la iconografía tradicional nos ha descripto y representado, aquella, para expresarnos, que corre a la fantasía en el momento que se nos representa el hombre devoto, orante, asiduamente inmerso en Dios.
Sus devociones fueron siempre aquellas típicas, esenciales y globales de la santidad sacerdotal: Jesús, María, Papa, Almas. Había exultado cuando seminarista las oyó pronunciar, tan frecuentemente y tibiamente, por su amigo el Clérigo Orione, sobre todo cuando vio inculcado en aquellos “Santos” nombres el programa mismo de la Congregación. Las inculcó luego sin cansarse, en toda ocasión.
Jesús Eucarístico. ¡Sus genuflexiones, calmas, al piso, delante del tabernáculo! ¡Ese modo intenso de sostener el ostensorio y presentarlo a los enfermos al rito lurdiano de la fiesta de la Guardia!… ¡Las horas de adoración que hacía con nosotros, devotísimamente! En el altar la persona de Don Sterpi miraba de fe y de humildad, en la dignidad sacerdotal, en la voz clara, en los gestos medidos, hieráticos, indispensables. ¡Su Misa! Se la hemos servido tantas veces, pero era siempre como la primera vez, o sea, creemos, como la Primera Misa suya, ya que no se podía pensar un mayor recogimiento, tanta paz, en calor tan inspirado. “Cuando entré en la Obra –recordaba Fray Cayetano, Ermitaño de la Divina Providencia, ignaro de letras– fue fuertemente impresionado de la actividad de este grácil y pequeño cura, que con una serenidad y afabilidad materna se ocupaba de las más diversas tareas, haciendo contemporáneamente de director, de jefe asistente, de ecónomo, y llevando adelante un mundo de otros pequeños e importantes intereses… Me parecía imposible que, de la mañana a la tarde y de la tarde a altas horas de la noche, se pudiese trabajar tan intensivamente, sin descorazonarse por las dificultades, ni perder el equilibrio –¿De donde este curita tiene tanta fuerza física y moral?– me pregunto varias veces. Pero cuando tuve el placer de asistir a la celebración de la Misa de Don Sterpi la respuesta me vino espontánea…”
Jesús Crucificado. ¡Con qué sentimiento lo besaba, qué devoto era al hacer con nosotros, los muchachos, el Vía Crucis en el Santuario, arrodillado también él sobre el frío cemento, los ojos entrecerrados, las manos apretando el librito cerrado en el pecho!
María Santísima. Por todas partes en su vida con el rosario en la mano. La lagrimosa de Novi, la Inmaculada del Seminario, la Virgen de la Divina Providencia de la Casa Madre y de San Remo, la Madre de Dios, titular de la Obra en Venecia, Nuestra Señora de la Guardia de Génova y la Virgen de Caravaggio, los dos queridos lugares marianos, a los cuales, en los años juveniles, convocó con Don Orione imponentes peregrinajes y cuyos títulos, junto al Fundador, perpetuó en los magníficos Santuarios de Tortona (1931) y de Fumo (Pavia) (1939). Como le había solicitado a la Virgen, irá al Paraíso pocas horas después de la fiesta de su Presentación al Templo, con su nombre en los labios (22 de noviembre de 1951).
Papa y Almas. El “binomio del amor”, las “imágenes vivientes”, en las cuales se refleja Cristo. Por ellos su vida fue consagrada a consolar pequeños, pobres, desheredados, a formar jóvenes trabajadores y cristianos convencidos; los días ocupados en buscar, plasmar, construir, según Dios y el espíritu de la Obra, las “vocaciones”, al preparar misioneros y heraldos del Evangelio. Él mismo –“misionero del corazón”, aunque otro campo le requirió el Señor…
“El amor a los pobres no existe, si no está nutrido por un sincero, profundo apego a la Iglesia, Cuerpo Místico de Cristo, y a su Jefe visible y Vicario en la tierra, el Papa. No hay amor a las almas, si no vibra en el corazón el amor a aquellos que serán los salvadores, los evangelizadores, las “vocaciones”.
Para él todo aquello que se refería a Dios y a su servicio, la religión y la fe, era “santo” –o sea para amar y venerar– y tal lo definía. “Santo” para él era el hábito que llevan los religiosos. ¡Qué propiedad en su persona y en los vestidos, aún pobres, pero venerados y respetados! ¡”Mueran dentro, nos exhortaba ¡mueran dentro!”
“Santo” era el esfuerzo de sus clérigos, que “revestidos en ropa de trabajo, ofrecen el espectáculo edificante de los religiosos que no desdeñan los trabajos más humildes para levantar las casas de los pobres”.
“Santas”, las manos del sacerdote: “ellas tocan al Señor y deben ser inmaculadas, pero no se niegan a tocar y a servir a los pobres que son Jesucristo”.
“Santo”, es el lenguaje y el modo mismo de sonreír, cuantas veces hacía notar quien de nosotros demostraba desenvoltura al hablar, inconveniencia al reír y cantar ruidosamente, modos rebuscados al caminar, “como ciertos burgueses”, explicaba.
“Santas” las prácticas de oración y los actos comunes. Con qué sentimiento nos comentaba, a nosotros los aspirantes o ya en filosofía y teología, la meditación y hacía la lectura, acompañando convencidamente los puntos salientes con disminuciones y marcaciones de la voz y, las afirmaciones más importantes, con significativas señales de la cabeza.
“Santos”, los votos y los juramentos tomados con Dios y la Iglesia.
“Santas”, las reglas de la Congregación: “Obsérvenlas, obsérvenlas, son la voz de Dios, el corazón de Don Orione…”
Sacerdocio significa santidad personal. Del deseo de ella y de los propósitos más firmes para conseguirla, están llenas las cartas íntimas de Don Sterpi, los escritos y las exhortaciones: “en Don Sterpi la santidad trasparentaba, es la afirmación unánime del clero y de los laicos.
Sacerdocio significa estima de las Escrituras y del Evangelio “soplo vivo de aquella caridad –los definía– por la cual somos todos hijos de Dios y todos hermanos.” Testimonian el amor por ellos: su modo de besarlos, la seriedad al citarlos, el reproche pronto a quién osaba usar, aunque sea sólo poco reverentemente, frases o dichos; las muchas publicaciones religioso-ascéticas unidades por él en nuestras tipografías. Sacerdocio significa rectitud de conciencia, pureza de intenciones: “¡Temamos y amemos a Dios y basta!… Somos lo que somos delante de Dios; los hombres no cuentan en su juicio: rezemos y adelante in Domino… ”Cuando en 1941 llegaron a Italia los primeros huérfanos y huerfanitas, aceptados por él en el viaje a Albania, a aquel de los nuestros que se quedaba perplejo le respondía:
“¡No hagan proselitismo!… Trabajen por Dios que ve nuestro trabajo; no se preocupen de nada más…, ni siquiera de ver los frutos…” Estudio, trabajo, apostolado todo él nos enseñaba para aureolarlo de Dios. En a942, a los nuevos sacerdotes de la Obra, reunidos por él en el Castillo Burio (Asti) les entregó su librito titulado: “Pietate e Scientia”, no sin antes había hecho hacer de nuevo las tapas, pues el tipógrafo, por error, había escrito “Scientia et Pietate”.
Sacerdocio significa esmero ardientísimo por la gloria de Dios, para la evangelización de los pueblos, para la difusión del reino del Señor en todas las almas. A cuantos sacerdotes preparó Don Sterpi, a cuantos misioneros envió, a varias partes del mundo, detrás de las indicaciones y los reclamos de Don Orione. Gastó su vida formando y confirmando las “vocaciones”. Y nosotros somos afortunadamente testigos humildes y agradecidos.
Sacerdocio significa operosidad sin descanso aliada a la oración.
“Ir al pueblo” era en la época de Don Sterpi –como lo es y fue siempre– el lema y la directiva de la Iglesia de Jesucristo y de los Pontífices. El le hizo suyo, constantemente, permeando su trabajo de oración, fiel también en esto a la palabra de Don Orione:
“¿Puede la vida tener más hermosa y noble idea que glorificar a Dios antes y después del trabajo?…”
Don Sterpi dedicó sus últimos años a los niños necesitados y huérfanos, hospedados en la casa paterna de Gavazzana, a los cuales donó los latidos no debilitados de la paterna y materna caridad, vivificada por oración y sufrimiento.
La vida del Venerable Don Sterpi es la historia de un gran bien, operado con la mano en la mano de los pequeños, de los abandonados, de los marginados y con el corazón dirigido constantemente a Dios y a su Iglesia. Fue un gran sacerdote verdaderamente por virtudes y méritos. Sin apercibirse de ello.
“Esta debe ser la hora de la caridad. El anhélito del Evangelio es la única fuerza capaz de dar un rostro nuevo y un alma nueva a nuestra Patria predilecta y volver a elevar a la entera humanidad del abismo en el cual se ha precipitado. Resistámonos de la caridad del Señor y difundámosla alrededor de nosotros con un tenaz amor a la verdad y a la justicia… No sabemos lo que, en los misteriosos proyectos de su adorable Providencia, el Señor nos tiene preparado para el mañana. ¿Qué cosa saldrá de este cruel conflicto?… El pueblo, en medio de tanta desorientación moral, mira a los sacerdotes y quiere ver en ellos a hombres verdaderamente de Dios. Que nuestras fatigas y nuestras penas sean como un bálsamo que alivie a los dolores de la Iglesia y enjuague las lágrimas de los pobres” (Don Sterpi, 1944).