PARAGUAY y la Obra Don Orione (ES)
COMO GRANO DE MOSTAZA.
25 años de presencia orionita en Paraguay
Por P. Juan Ramón Molina
A Don Orione le gustaba usar una parábola evangélica muy conocida, la del grano de mostaza (Mt. 13,32), cuando hablaba del Cottolengo. Decía que al comienzo es muy pequeño, pero le basta la bendición de Dios para convertirse en un árbol gigante donde van a cobijarse toda clase de aves, haciendo referencia a las mujeres y los varones que encontrarán en el Pequeño Cottolengo un lugar para toda su vida.
En el caso concreto de Paraguay, la Obra Don Orione en general, y el cottolengo en particular, tuvieron un inicio muy modesto que, como la semilla, estaba lleno de vida. Tanto que este año festejamos el 25° aniversario de presencia orionita en tierra guaraní y el 10° del Pequeño Cottolengo Paraguayo "Don Orione".
Ambos aniversarios fueron motivo de celebración y alegría comunitaria cuando el pasado 4 de noviembre, en una misa presidida por el Nuncio Apostólico, Mons. Antonio Lucibello, la familia orionita en Paraguay renovó el compromiso asumido desde el primer día: llevar la presencia y el amor de Dios a los más pobres y olvidados.
"No tengo problemas en proclamar al Pequeño Cottolengo Paraguayo santuario del mismo nivel y dignidad que el Santuario Nacional de Caacupé. Ojalá que empiecen las peregrinaciones al cottolengo para venerar, ayudar y acompañar a estas criaturas que llevan los signos de la pasión de Cristo. El Pequeño Cottolengo Paraguayo es el santuario de la caridad, el lugar donde encontramos a Cristo presente en nuestros hermanos más pequeños; ellos son sacramento de Cristo", expresó Mons. Lucibello durante la homilía de la misa que concelebró con los padres Adolfo Uriona (Superior Provincial de la Congregación), Juan Ramón Molina (Director del Pequeño Cottolengo), Porfirio Ramirez y Gilberto Gómez Gauto (de la comunidad orionita de Asunción) y Vicente Di Iorio, quién trabajó muchos años en la misión orionita en Ñeembucú.
El Pequeño Cottolengo: refugio de la caridad
En 1985 el P. Angel Pellizzari, superior de la congregación en Ñeembucú (ver "Una historia llena de mensajes") se relaciona en Asunción con personas que habían escuchado hablar de Don Orione a Mons. Ramón Bogarín Argaña, primer obispo de San Juan Bautista de las Misiones, diócesis a la que pertenece la comunidad orionita de Ñeenbucú.
Para esa fecha, y luego de varias búsquedas, la Providencia allanó los caminos y Doña Ana de Stoll ofreció y donó el predio de casi seis hectáreas donde hoy está edificado el cottolengo.
Al año siguiente la congregación da inicio a una comunidad en la arquidiócesis de Asunción, designando como superior al P. Pellizzari.
Una vez obtenido el terreno y con la colaboración plena de los "Amigos de Don Orione" de Asunción, se comenzó a edificar una pequeña casa que, poco antes de la llegada del Papa a Paraguay y en homenaje a él, abrió sus puertas. El 19 de marzo de 1988, fiesta de San José, a las siete de la mañana, recibió el primer joven con discapacidad severa llamado Rolando. Fue traído por el entonces obispo de Aceval, Mons. Mario Melanio Medina. Era responsable de la casa el Hno. Eduardo Gómez. Diez días después llegó Carlos, y le siguieron otros hasta llenar la casa.
Mientras tanto se iba edificando un nuevo pabellón para veinticinco personas, que fue inaugurado en 1989. Hacia fin de ese año el P. Pellizzari regresó a su Italia natal y a principio de 1990 la dirección de la casa fue asumida por el P. Eduardo Pasteris, quien desempeñó una tarea muy intensa hasta febrero de 1993. En este tiempo se da inicio a la Escuela de Educación Especial, se inaugura la sala de fisioterapia y, paralelamente, se prodiga con mucha generosidad atención pastoral a los barrios cercanos. De esta actividad surgió en 1996 la Vicaría Parroquial Sagrada Familia.
En diciembre de 1992 se concluye el segundo pabellón destinado a la capilla, la comunidad religiosa y la administración del cottolengo. Las obras iban avanzando.
Durante ese mismo año llegan las Pequeñas Hermanas Misioneras de la Caridad y ocupan la casita que alojó a los primeros internos. Las religiosas prestaban su servicio en la cocina y la ropería del cottolengo, y también en la catequesis. La primera superiora fue la Hna. Daniela Dalessio, y a ésta le sucedieron las hermanas Hortensia Matecich, María Eugenia Nieto y -en la actualidad- la Hna. Hilda Ramirez. Hasta entonces era la Congregación -a nivel Provincial y General- quien costeaba el sostenimiento del Pequeño Cottolengo. Se llevaban cuatro años de trabajo y las personas asistidas superaban la capacidad de lo construido, pero las ayudas propias del Paraguay aún eran insuficientes.
En febrero de 1993 se designa una nueva comunidad religiosa, asumiendo la dirección el P. Juan Ramón Molina. Había llegado el momento de dejar en las manos de los mismos paraguayos esta obra nacida para servicio de las personas con discapacidad psíquica y física sin familias ni medios económicos. Desde entonces el cottolengo vive de la solidaridad del pueblo de Paraguay.
Las obras no se detienen.
El 28 de agosto de 1993 se coloca la piedra fundamental del pabellón femenino, que se edificó en su totalidad con los aportes de muchas personas del país. Mientras se iba construyendo, se recibían solicitudes para el ingreso de mujeres de todas las edades y lugares de la geografía nacional. Fue inaugurado y bendecido el 19 de marzo de 1997 por el Nuncio Apostólico Mons. Lorenzo Baldisseri. Las Hijas de Don Orione asumieron la atención de las nuevas huéspedes de la casa.
El 27 de mayo de ese año se coloca la primera piedra de un nuevo pabellón -aún en construcción- que últimamente tuvo un avance significativo gracias a la ayuda de la Secretaría de Acción Social que depende del Gobierno paraguayo. Unos meses después, el 28 de octubre, el Superior Provincial P. Adolfo Uriona bendijo las nuevas instalaciones de los servicios centrales: cocina, lavadero y depósitos. Por el escenario del Patio Don Orione desfilaron hasta la fecha las figuras más grandes de la música, la danza, el canto y el teatro del Paraguay. El público supo aprobar esta iniciativa asistiendo masivamente a cada propuesta.
El 28 de octubre de 1999, en el marco de la "VII Semana de la caridad de Don Orione", el representante del Papa en Paraguay, Mons. Antonio Lucibello, bendijo los nuevos espacios destinados a los niños dentro del pabellón de varones.
Este año el Pequeño Cottolengo recibió una importante donación del Gobierno de Suiza: dos cámaras frigoríficas para la conservación de los alimentos, que fueron inauguradas el 17 de mayo con la presencia de Mons. Mario Melanio Medina, obispo de San Juan Bautista de las Misiones, y el Encargado de Negocios de la Embajada Suiza, Sr, Conrad Marty, además de muchos amigos y bienhechores.
La vida continúa
Más allá de las obras materiales, en estos años de vida del Pequeño Cottolengo Paraguayo son muchos los acontecimientos vividos, las metas alcanzadas como también las estrecheces económicas llevadas con serenidad y alegría. Ver a nuestra gente que va superando parte de sus limitaciones y adquiriendo hábitos nuevos que los hace sentirse útiles, como también aprender a reconciliarse con su propia historia y abrirse al amor de Dios, es motivo de honda y particular alegría para toda la comunidad orionita en Paraguay.
Son dignos de una particular mención y gratitud los religiosos y religiosas que han trabajado sin descanso, cada uno con sus talentos y también limitaciones, amando y sirviendo sin esperar nada a cambio, en la flor de su juventud como en la edad madura, siendo auténticos padres y madres espirituales de aquellos que ya no los tienen.
Ocupan un lugar destacado los Amigos de Don Orione, que desde los inicios de la congregación en Asunción han trabajado sin descanso para dar vida al Pequeño Cottolengo. Algunos de ellos hoy nos acompañan desde la plenitud de la vida en el hogar del cielo. También la ayuda brindada por los bienhechores, a menudo compartiendo sus bienes de modo silencioso, que nos recuerda la enseñanza del Maestro: "Lo que da tu mano derecha que no lo sepa tu izquierda".
Una palabra especial para los jóvenes que han dado su trabajo sábados, domingos y feriados desde horas muy tempranas. Algunos de ellos ya consagrados a Dios en la Obra Don Orione o en otras congregaciones.
El Pequeño Cottolengo, en renovada acción de gracias al Padre Providente, continúa su camino de servicio a la vida, invitando a todas las personas de buena voluntad a unirse a esta obra de la caridad cristiana. Por ello vale la pena recordar las palabras con las que el Nuncio Apostólico, Mons. Lucibello, finalizó su homilía el día de los festejos: "Ha terminado la era de los pioneros y ha comenzado la de los herederos. Aquí tenemos a los herederos. Ojalá que trabajen con el mismo compromiso e ideal de los pioneros y continúen llevando en alto la dignidad y el entusiasmo de quienes iniciaron esta obra de amor".
.Una historia llena de mensajes
Por P. Angel Pellizzari
MONS. RAMON BOGARIN ARGAÑA - obispo de la diócesis de San Juan Bautista de las Misiones - llegó en la tardecita del 31 de julio de 1976 a Mayor Martínez en un cochecito de color amarillo. En ese momento abría a los Hijos de Don Orione la misión en Ñeembucú, traspaso que se llevaría a cabo el día siguiente. Chiquita, la señora que tenía el lugar preparado para la cena, ofreció una buena porción de carpincho que saboreamos con gusto y alegría. Monseñor Bogarín era un hablador exquisito. Yo tuve la impresión de conocerlo desde mucho tiempo antes, impresión que se consolidó cuando esa noche salimos a caminar dando vueltas a la plaza del pueblo por un largo rato.
Ha sido un encuentro inolvidable para mí. Lo que decía el obispo en esa noche ahora lo considero como el contrato y el comienzo de su memoria. Era un momento muy deseado por él desde cuando conoció a Don Orione en 1939 el día de los funerales del papa Pio XI, cuando Bogarín celebró la misa de cuerpo presente en la basílica de San Pedro de manera no correcta porque ocupó parte del tiempo asignado a Don Orione para tal fin. Don Orione aprovechó la situación para empezar el diálogo con el joven religioso ofreciéndole otros encuentros.
Dando vueltas por la plaza, monseñor Bogarín me explicó como, siendo ya obispo auxiliar en Asunción, reunía a los jóvenes de Acción Católica. Gobernaba en ese tiempo el dictador Stroessner. Fueron tiempos muy feos para la Iglesia, tanto que el dictador llegó a alejar a Bogarín de Asunción con la aprobación del Nuncio Apostólico, creando una nueva diócesis en San Juan Bautista de las Misiones, de la que fue elegido obispo.
La nueva diócesis tenía solamente tres sacerdotes diocesanos y un regimiento militar, como para tener al obispo bajo observación. Frente a esa realidad Mons. Bogarín comenzó a buscar misioneros dando vuelta de congregación en congregación. También llamó sin resultado a la puerta de la Casa General de la Pequeña Obra de la Divina Providencia. "Pero Don Orione, en el adiós de 1939 en Génova, bendiciéndome antes de embarcarme, me había dicho que cuando llegara a ser obispo sería el primero de todos en abrirle las puertas del Paraguay a los Hijos de la Divina Providencia", recordó durante el paseo nocturno.
Siempre caminando alrededor de la plaza de Mayor Martínez, me tocó a mí explicarle que mi llegada al Paraguay fue "gracia de Dios, milagro de la Divina Providencia, misterio de profeta, de santo, programa de arriba, porque a mí nadie me dijo de venir a Paraguay, sino solamente el saber que en esta tierra hay muchos pobres", le señalé. Fue entonces que el obispo comentó que Don Orione le había dicho una tercera cosa cuando lo bendijo antes de regresar al Paraguay (las otras dos fueron que llegaría a obispo y que recibiría a su congregación): que moriría enseguida de nuestra entrada en Paraguay.
En el día de la entrega de las parroquias, el 1° de agosto de 1976, monseñor Bogarín me vistió con la estola leyendo el decreto de nombramiento como párroco en las tres parroquias de la zona. Así la congregación recibió esa porción de la diócesis de San Juan Bautista de las Misiones, que nosotros denominábamos Misión Orionina de Ñeembucú.
Después de todos los actos, paseando por unas horas, Monseñor tenía todavía ganas de hablar con su acostumbrado ardor. De lo mucho conversado entonces recuerdo que nos dijo: "El tiempo va pasando y llevo conmigo la luna, pero la claridad del día se acerca".
Monseñor Bogarín falleció el 3 de septiembre de ese año, apenas un mes después de la llegada de Don Orione a tierra paraguaya. Supe con claridad, entonces, que mi presencia allí se debía, sin dudas, a un decreto desde lo alto.