JUAN PABLO II a la Pequeña Obra de la Divina Providencia.

Mensaje del Santo Padre a los religiosos y religiosas orionitas (1980) Homilía del Santo Padre durante la Misa de la beatificación de Don Orione (1980) Don Orione patrono de Polonia y del Papa (1980) Carta en el 50° de la muerte de Don Orione (1990) Mensaje del Santo Padre a los religiosos y religiosas de la Pequeña Obra de la Divina providencia (1990) Discurso de Juan Pablo II a los religiosos de Don Orione participantes al X Capitulo General (1992) Discurso del Santo Padre al capítulo general de las Pequeñas Hermanas Misioneras de la Caridad (1993) A la familia de Don Orione, y en especial a los laicos (1997) Discurso del papa Juan Pablo II a los capitulares de la Pequeña Obra de la Divina Providencia (1998) Discurso del Santo Padre al capítulo general de las Pequeñas Hermanas Misioneras de la Caridad (1999) Homilìa del Santo Padre a la parroquia "Santa Marìa de Dios" (2001) Discurso de Juan Pablo II a los membros del Movimento "Tra Noi" (2002) Mensaje del Papa Juan Pablo II con motivo del Centenario de la aprobaciòn canònica de la PODP (2003)
Mensaje del Santo Padre a los religiosos y religiosas orionitas
Roma, 27 de octubre de 1980
“Reciban mi más afectuoso saludo, ustedes, religiosos y religiosas de Don Orione, Superiores, Sacerdotes, Hermanas y Hermanos, que hoy justamente se alegran y sienten más cercana y más confidente la dulce y austera figura del Padre Fundador.
Don Orione, que con su penetrante inteligencia comprendió a la perfección las características y necesidades de este siglo nuestro, ahora, después de su beatificación quiere iluminarlos, alentarlos, robustecerlos, para que siempre sean sus dignos hijos, intrépidos testimonios de la fe cristiana, ardientes consoladores de la humanidad en sus miserias, y apóstoles fieles y prácticos de la caridad de Cristo.
Los tiempos son difíciles y algunas veces el ánimo se siente decaído y confuso. Pues bien, precisamente en vista de estos tiempos y de estos momentos, Don Orione, desde la bienaventuranza ya alcanzada, les dice:
“¡Animo, queridos hijos! Alégrense de poder sufrir. Ustedes sufren con Cristo Crucificado y con la Iglesia; no pueden hacer nada más grato a Dios y a María, sean felices de sufrir y de dar la vida por amor a Jesucristo”. (Carta del 21 de agosto de 1939).
Les auguro de corazón que la alegría que experimentan hoy por la exaltación de su Fundador permanezca en sus espíritus como perenne consuelo e irradiación del amor, que de acuerdo a sus ejemplos, tienen en Dios a las almas.
En este nuestro encuentro, en que me parece casi ver aquí con nosotros al mismo Don Orione con su bondadosa y confidente sonrisa, con su semblante sereno y firme, deseo dejarles una única exhortación, que brota de la preocupación pastoral de quien preside toda la Iglesia: ¡Mantengan su espíritu!. ¡Manténganlo íntegro y ardiente en ustedes mismos, en su congregación, en todos los lugares donde sean llamados a trabajar!
Lo que San Pablo recomendaba a los Tesolonicenses: “No apaguen el espíritu” (1 Tes. 5, 19), se los digo, se los repito yo también a ustedes.
Mantengan vivo y ferviente su espíritu, a pesar de las adversidades y tentaciones, recordando lo que él mismo decía: “Para nosotros no existe otra escuela, ni otro maestro, ni otra cátedra, fuera de la cruz. Vivir la pobreza de Cristo, el silencio y la mortificación de Cristo, la humildad y la obediencia de Cristo en la pureza y en la santidad de vida: mansos y pacientes, perseverantes en la oración, unidos todos con la mente y el corazón a Cristo: en una palabra, vivir a Cristo”. (carta del 22-10-1937).
Son palabras maravillosas, perfecta síntesis de doctrina y de acción, pero son también impresionantes y exigentes e imprimen a la vida del cristiano un rasgo decisivo y definido.
El espíritu del Beato Don Orione invada nuestras almas, las sacuda, las haga vibrar con santos proyectos, las lance hacia los sublimes ideales que él mismo vivió con heroica constancia.
Que María Santísima los ayude, los consuele siempre, y los asista, ella que fue siempre la estrella luminosa en el camino de Don Orione, la Madre confidente, el ideal vivido y predicado con inmenso afecto.
“Fe y coraje, hijos míos –se los digo con él-. Ave María, y adelante. Danos, oh María, un ánimo grande, un corazón grande y generoso que llegue a todos los dolores y a todas las lágrimas... Nuestra madre celestial nos espera, nos quiere a todos en el paraíso.” (Desde el Santuario de Itatí, 27 de junio de 1937). Y los acompañe siempre la bendición Apostólica, garantía de mi constante benevolencia.
Juan Pablo II
Homilía del Santo Padre durante la Misa de la beatificación de Don Orione
Plaza de San Pedro, Vaticano, 26 de octubre de 1980
Queridísimos hermanos e hijos:
¡"Gaudeamus omnes in Domino, hodie, diem festum celebrantes sub honore Beatorum nostrorum".
Así podemos cantar justamente hoy, en esta grandiosa solemnidad, mientras nuestros espíritus se elevan en la contemplación de la gloria celestial alcanzada por los tres nuevos Beatos: Don Luis Orione, Sor María Ana Sala y Bartolo Longo.
La meta de la vida y el camino para alcanzarla
1. Es día de fiesta porque la Iglesia nos dice que ellos entran oficialmente en el culto de los fieles cristianos y se les puede invocar y rezar, como partícipes ya de la felicidad eterna. Es día de fiesta, porque la Iglesia por medio de ellos nos indica de modo autorizado y seguro la meta de nuestra vida y el camino para alcanzarla, recordándonos con San Pablo que "los padecimientos del tiempo presente no son nada en comparación con la gloria que ha de manifestarse en nosotros" (Rom, 8, 18); y es día de gran fiesta porque la Iglesia universal, y en particular Italia se alegran juntamente con los Hijos de la Divina Providencia, con las religiosas de Santa Marcelina y con los ciudadanos de Pompeya y Nápoles, por el honor que públicamente se tributa a estos tres modelos de la fe y de la caridad.
Sí, el Señor está cercano a nosotros y nos hace comprender por medio de ellos su voluntad acerca de nuestro destino terreno y eterno: la salvación y la santificación del hombre creado "en justicia y santidad verdaderas" (Ef. 4, 24). Los tres nuevos Beatos, a quienes invocamos hoy, por caminos diversos y por pruebas dolorosas, han combatido el buen combate, han mantenido la fe, han perseverado en la caridad, alcanzando así el premio (Ef. 2 - Tim 4, 7). Y ahora junto con la multitud de los Santos son para nosotros luz y aliento, ayuda y consuelo; ellos caminan con nosotros y para nosotros, como maestros y amigos; ellos son un don del Altísimo, con su ejemplo, su palabra, su intercesión.
Por ello suba, en este momento, a Dios, autor de la gracia, nuestra emocionada gratitud.
Don Orione: una maravillosa y genial expresión de la caridad cristiana
2. Recojámonos ahora para reflexionar de modo especial sobre el mensaje singular que cada uno de los tres Beatos propone a nuestra meditación.
Don Luis Orione se nos presenta como una maravillosa y genial expresión de la caridad cristiana.
Es imposible sintetizar en pocas frases la vida azarosa y a veces dramática de aquel que se definió, humilde pero sabiamente, "el changarín de Dios". Pero podemos decir que fue ciertamente una de las personalidades más eminentes de este siglo por su fe cristiana, profesada abiertamente, y por su caridad vivida heroicamente. Fue sacerdote de Cristo total y gozosamente, recorriendo Italia y América Latina, consagrando la propia vida a los que sufren más, a causa de la desgracia, de la miseria, de la perversidad humana. Baste recordar su activa presencia entre los damnificados por el terremoto de Messina y La Mársica. Pobre entre los pobres, impulsado por el amor de Cristo y de los hermanos más necesitados, fundó la Pequeña Obra de la Divina Providencia, las Pequeñas Hermanas Misioneras de la Caridad y, luego, las Sacramentinas ciegas y los Eremitas de San Alberto.
Abrió también otras casas en Polonia (1923), en los Estados Unidos (1934) y en Inglaterra (1936), con verdadero espíritu ecuménico. Después quiso concretar visiblemente su amor a María, erigiendo en Tortona el grandioso santuario de la Virgen de la Guardia. Me resulta conmovedor pensar que Don Orione tuvo siempre una predilección particular por Polonia y sufrió inmensamente cuando mi querida patria, en septiembre de 1939, fue invadida y destrozada. Sé que la bandera polaca blanca y roja, que en aquellos trágicos días llevó triunfalmente en procesión al santuario de la Virgen, está colgada todavía en la pared de su pobrísima habitación de Tortona: ¡Allí la quiso él mismo! Y en el último saludo que pronunció la tarde del 8 de marzo de 1940, antes de trasladarse a San Remo, donde moriría, dice también: "Amo tanto a los polacos. Los he amado desde chico; los he amado siempre... Amen siempre a estos hermanos nuestros".
El secreto y la genialidad de Don Orione brotan de su vida, tan intensa y dinámica: ¡Se dejó conducir sólo y siempre por la lógica precisa del amor! Amor intenso y total a Dios, a Cristo a María, a la Iglesia, al Papa, y amor igualmente absoluto al hombre, a todo el hombre, alma y cuerpo, y a todos los hombres, humildes y sabios, santos y pecadores, con particular bondad y ternura para con los que sufrían, los marginados, los desesperados. Así enunciaba su programa de acción: "Nuestra política es la caridad grande y divina que hace el bien a todos. Que sea nuestra política la del "Padrenuestro". Nosotros sólo miramos a salvar almas.
¡Almas y almas! Esta es toda nuestra vida; éste es nuestro grito y nuestro programa: ¡toda nuestra alma y todo nuestro corazón!" Y exclamaba así con acentos líricos: ¡Cristo lleva en su corazón a la Iglesia y en su mano las lágrimas y la sangre de los pobres: la causa de los afligidos, de los oprimidos, de las viudas, de los huérfanos, de los humildes, de los rechazados: detrás de Cristo se abren nuevos cielos: es como la aurora del triunfo de Dios! ".
Tuvo el temple y el corazón del apóstol Pablo, tierno y sensible hasta las lágrimas, infatigable y animoso hasta la intrepidez, tenaz y dinámico hasta el heroísmo, afrontando peligros de todo género, tratando a las altas personalidades de la política y de la cultura, iluminando a hombres sin fe, convirtiendo a pecadores, siempre recogido en continua y confiada oración, acompañada a veces de terribles penitencias. Un año antes de la muerte, había sintetizado así el programa esencial de su vida: "Sufrir, callar, orar, amar, crucificarse y adorar". Dios es admirable en sus Santos y Don Orione es para todos ejemplo luminoso y consuelo en la fe.
MANTENGAN EL ESPIRITU DE SU FUNDADOR
"El espíritu del Beato Don Orione invada sus almas, las sacuda, las haga vibrar con santos proyectos, las lance hacia los sublimes ideales que él mismo vivió con heroica constancia".
DON ORIONE PATRONO DE POLONIA Y DEL PAPA
Respuesta de S.S. Juan Pablo II al discurso del cardenal primado Stefano Wyszynski
en la audiencia a los quinientos peregrinos polacos
reunidos en Roma para la beatificación de don Orione,
el 27 de octubre de 1980
Ante todo deseo agradecer, con todo el corazón, al Sr. Primado por sus magníficas palabras, en su calidad de Primado de Polonia, hacia el gran Amigo de Polonia que tenemos la suerte de contemplar, desde el domingo pasado, antes de ayer, en la gloria de los altares.
La Congregación que el Beato Don Orione ha fundado lleva el nombre de "Pequeña Obra de la Divina Providencia".
Sería difícil no ver también en este hecho - que este gran amigo de Polonia ha sido elevado a los altares por el Papa venido de Polonia - una particular intervención de la Divina Providencia.
Es precisamente a esta Divina Providencia -tan profundamente inserida en el corazón y en la actividad del Beato Don Orione- a la que debemos agradecer con acto de adoración, tanto por lo que ha sucedido como por cómo ha sucedido.
O sea por esto: porque este gran Enamorado de Dios y del hombre, especialmente del hombre que sufre, ha podido ser considerado en el albo de los Beatos; y porque la beatificación ha venido de un Papa que, con motivo de su origen polaco, tiene hacia Don Orione como así también hacia su Congregación, deudas especiales.
Así es, ante todo he querido responder brevemente a las hermosísimas palabras del Sr. Primado que se referían a nuestro nuevo Beato.
Además estoy tan contento del hecho que en su persona, en su figura elevada a los altares, la Iglesia tiene un nuevo ejemplar de santidad y de santidad contemporánea, realizada en nuestros tiempos, en nuestro siglo, y destinada a nuestros tiempos, a nuestro siglo. Nos regocijamos todos por el hecho que en su figura, en la figura de Don Orione elevada a los altares como Beato, su Familia espiritual -la Congregación de los Sacerdotes y Coadjutores Orionitas, la Congregación de las Hermanas Orionitas y las otras congregaciones basadas en la misma espiritualidad- encontrarán casi una nueva inspiración para su misión, para esa misión, tan evangélica, que no pierde nunca su actualidad, más aún en todo lugar del mundo y en toda época de la historia es igualmente necesaria para que el hombre viva. Sin el amor el hombre muere.
Son necesarios estos grandes hombres de la caridad para que el hombre no muera especialmente cuando la humanidad y la sociedad parecen vivir en agonía.
Agradezco entonces, junto a ustedes, a la Divina Providencia, por este nuevo Beato de la Iglesia y estoy contento por poderlo hacer en común con ustedes, mis compatriotas.
Estoy contento porque ha venido aquí para esta beatificación un grupo tan numeroso de nuestra Patria, de Polonia, como así también de más allá de Polonia, donde han emigrado: ustedes forman con este hermoso grupo de peregrinos una única comunidad que de modo idéntico canta, de modo idéntico habla y de modo idéntico siente.
Esto para mí es una gran satisfacción. Se podría decir una alegría más, que se ha añadido a esta beatifi-cación, porque me ha dado la posibilidad, especialmente hoy, de encontrarme con mis compatriotas; de encontrarme con el Sr. Primado, al cual se dirigen siempre los sentimientos de nuestra común venera-ción y confianza; de encontrarme con tantos sacerdotes verdaderamente dignos, meritorios y laboriosos; de encontrarme con las Religiosas llegadas desde Polonia y de la emigración; y finalmente la posibili-dad de encontrarme con todos ustedes que hoy llenan esta aula como antes de ayer ocupaban un lugar distinguido en la Plaza de San Pedro. Y es preciso reconocer que vuestra presencia ha sido sumamente eficaz.
Pero esto es necesario, más aún es una cosa buena y justa -hablando con el lenguaje del prefacio- que los Polacos, hayamos dado esta señal de nuestra presencia en la Plaza de San Pedro, a la gran comuni-dad de los pueblos y las naciones, demostrando que pertenecen a la Iglesia de Cristo. Es necesario que Polonia se haga notar en el mundo contemporáneo, para que diga de sí toda la verdad. Esta verdad no es fácil, más bien diría que es muy difícil.
Es una lección de historia a la cual, alguna vez, dan la espalda los hombres cómodos y las sociedades cómodas.
Pero esta lección pertenece a la realidad humana, social, nacional e internacional.
Entonces es una cosa buena y justa que en la plaza San Pedro los Polacos hayan dado señales tan vivas de su presencia. Está bien que desde hace un año o dos, esta presencia suya se haya potenciado y que el Papa los pueda sentir y comprender porque hablan su lengua, y que también ellos puedan sentir y com-prender al Papa que habla su lengua, mientras todos los demás, presentes en esa plaza no comprenden esa lengua. He dicho todos los demás, pero no quisiera ser injusto, por eso precisaré a casi todos los demás.
Queridos míos, probablemente también el Beato Don Orione no comprendía la lengua polaca. Pero, además de la lengua, que es una gran realidad de la cultura y la historia y también un fundamental medio de comunicación entre los hombres -como bien sabemos que, lamentablemente, este medio alguna vez desilusiona- está también el corazón humano, que es un medio todavía más universal, más profundo y hasta más eficaz que la misma lengua humana. Así Don Orione probablemente no conocía la lengua polaca, mejor dicho supongo que por cierto, no la conocía y no tenía la facilidad de aprender-la, así como veo que también para sus compatriotas no es fácil aprenderla, mientras nosotros nos encon-tramos en una situación mejor: para nosotros es más fácil aprender su lengua.
Sin embargo el Beato Don Orione, que no conocía la lengua polaca, tenía a su vez un gran don interior, un don de Dios, radicado en su corazón, que le permitía comprender a Polonia también sin conocer la lengua, comprender su historia, su difícil misión en la comunidad de los pueblos y las naciones de Europa y del mundo; comprender y apoyar calurosamente sus esfuerzos ligados al deseo de una vida digna de hombres y digna de una nación. Él comprendía todo esto con su corazón.
Es verdad que ese corazón ha dejado de latir al comienzo de la segunda guerra mundial. Pero pienso que, en las dimensiones del Reino de los Cielos, late todavía por la Polonia de hoy, después de cuarenta años de su muerte, de la beata muerte que era el tránsito a la vida.
Entonces este corazón late todavía por Polonia, así como latía entonces, cuando Polonia, en los años pasados, comenzando desde 1939, estaba oprimida por terribles sufrimientos y estaba sometida a prue-bas tremendas.
Este corazón late también por la Polonia de hoy, por la Polonia de 1980, por esta Polonia que nosotros conocemos y nosotros formamos: por esta Polonia en cuyas aspiraciones y experiencias nosotros parti-cipamos; por esta Polonia por la cual nosotros rogamos incesantemente. Y tenemos la firme convicción que también él ruega con nosotros.
Aunque Don Orione no era hijo de nuestra tierra como todos los otros Patronos de Polonia, comenzando por S. Stanislao, sin embargo, gracias al carisma de su corazón, se ha transformado en uno de nuestros Patronos, porque si bien Polonia no era su patria terrestre, era en un cierto sentido la patria de su alma.
Mis reverendísimos y amadísimos peregrinos, hermanos y hermanas, precisamente este hecho es el motivo que aumenta mi ya tan grande alegría del domingo, día de la beatificación del Beato Don Luis Orione y el encuentro de hoy es un complemento de aquel del domingo.
El Sr. Primado ha mencionado gentilmente también el gran apego del Beato a la Sede Apostólica, a la persona del Sucesor de San Pedro, al Papa.
Me permito deducir de ello una conclusión más. Pienso que este Papa llegado desde Polonia tiene también en el paraíso un nuevo Patrono que intercede por él, y que -en la luz del Reino al cual pertene-cemos y al cual tendemos- sostiene su servicio, sus iniciativas y su humana debilidad en este lugar en el cual la Divina Providencia ha querido ponerlo, llamarlo.
Deseo proclamar esta gran confianza mía en la intercesión del Beato Don Orione delante de todos ustedes que son hijos e hijas espirituales, delante de ustedes que son mis compatriotas.
En Polonia se ora mucho por el Papa, se ora mucho por la Iglesia, mas también en mi capilla privada resuena con frecuencia el canto: "Toma bajo tu protección a nuestra Iglesia santa, oh Madre Santísima, Inmaculada".
Es un canto que todos ustedes conocen y con frecuencia cantan.
Este canto -la oración por la Iglesia y la oración por el Sucesor de Pedro- en su tercera estrofa se trans-forma en una oración por la Patria:
"También a todo nuestro país y tu pueblo, fiel a Ti, oh María, hoy encomendamos". "Hoy". Subrayo esto "hoy". "Que Dios misericordioso, nos salve, lo suplicamos por medio de Tu corazón". Amén. He termi-nado.
(Transcripción de grabador y traducción al italiano de Don Casimiro Pilatowicz)
CARTA EN EL 50° DE LA MUERTE DE DON ORIONE
CARTA DIRIGIDA POR JUAN PABLO II, A NUESTRO DIRECTOR GENERAL, EN OCASIÓN DE LOS 50 AÑOS DEL FALLECIMIENTO DE NUESTRO FUNDADOR (1990)
Dilecto Hijo Don José Masiero
Director General
de la Pequeña Obra de la Divina Providencia
Hace cincuenta años, el 12 de marzo, regresaba a la casa del Padre, invocando el nombre de Jesús, el Beato Luis Orione, apóstol de la caridad y padre de los pobres. Por lo tanto la Pequeña Obra de la Divina Providencia, por él fundada, hace bien en recordar su día natalicio, para dar gracias a Dios y para reafirmar la voluntad de todos sus Hijos espirituales de custodiar fielmente el mensaje.
Mientras expreso una viva complacencia por tales iniciativas, animo y bendigo de todo corazón el deseo de profundizar, a lo largo de todo el año jubilar, el espíritu y el carisma del Fundador, para hacer de él, motivo de renovado ardor espiritual y apostólico, en los umbrales del tercer milenio.
Si se observa la multiforme actividad caritativa, a la cual se dedican los Hijos y las Hijas de Don Orione, como así también si se considera la mole enorme de iniciativas benéficas por él personalmente emprendidas, no se puede dejar de sentir una justa admiración delante de un servidor de la Iglesia tan fiel y generoso.
Es además importante que nos preguntemos cuál es el carisma unificante, sobre el cual se ha construido su Obra y que la distingue de las otras Congregaciones, surgidas en el mismo período histórico e igualmente dedicadas al servicio de los pobres.
Para responder adecuadamente a dicho interrogante, es necesario retomar la típica experiencia espiritual de Don Orione.
El, totalmente abandonado en las manos de la Divina Providencia, sintió una encendida pasión por la salvación de los hermanos, expresada en el grito: ¡Almas! y ¡Almas!, que lo llevo por los caminos del mundo haciendo el bien siempre, el bien a todos.
Sintiéndose llamado por el Espíritu para llevar a Cristo al pueblo y el pueblo a Cristo, en un período histórico muy difícil y de grandes cambios sociales y culturales, en el cual mucha gente era atraída por ideologías materialistas contrarias al Evangelio, Don Orione fue inspirado por un profundo “sentido de Iglesia”.
Puso, por lo tanto, como fin especial de su Congregación, el de difundir el conocimiento y el amor de Jesucristo, de la Iglesia y del Papa, especialmente en el pueblo; “unir con un vínculo dulcísimo y estrechísimo, de toda la mente y del corazón, los hijos del pueblo y las clases obreras a la Sede Apostólica, en la cual, según las palabras del Crisólogo, el Beato Pedro vive, preside y dona la verdad de la fe a quien la pida. Y esto mediante el apostolado de la caridad entre los pequeños y los pobres.” (Cap. I de las Const.)
Esta ha sido, desde el primer momento, la enseñanza constante de Don Orione, el espíritu que ha guiado el nacimiento de su Instituto. Además, también el último discurso dirigido a sus Hijos, pocos días antes de su muerte, retomaba la frecuente advertencia:
“Les recomiendo de estar y de vivir humildes y pequeños, a los pies de la Iglesia”.
Este fue su testamento espiritual dejado como herencia a su Familia, para que ella lo custodie y lo honre plenamente.
El quiso demostrar que se puede estar con la Iglesia y con los pobres. Constató que en la sociedad descristianizada existe un sólo lenguaje comprensible que mueve los corazones: el LENGUAJE DE LA CARIDAD. El comprendió que la “causa de Cristo y de la Iglesia, no se sirve sino es con una gran caridad de vida y de obras; la caridad abre los ojos a la fe y enardece los corazones de amor a Dios. Obras de caridad son necesarias: ellas son la apología de la fe católica.”
En él, entonces, el amor a la Iglesia y al Papa y el amor a los pobres, constituyen las dos puntas de la única llama apostólica que devora su corazón sin fronteras.
Justamente se ha afirmado que, se podría comprender a Don Orione sin los pobres, pero no sin su ardiente amor a la Iglesia y a su Pastor Universal. Fieles a esta singular espiritualidad, los Hijos de la Divina Providencia, sacerdotes, hermanos, ermitaños, emiten en su Profesión Religiosa, con los tres Votos de pobreza, castidad y obediencia, también un cuarto de “especial fidelidad al Papa”, mientras que las “Pequeñas Misioneras de la Caridad”, sea las Hnas. de vida activa como también las Sacramentinas no videntes, adoratrices, agregan un cuarto voto “de caridad.”
Y como “contribuye al bien de la Iglesia el que cada Instituto tenga su carácter y su fin peculiar”, (P.C. 2), os animo, Hnas. y Hermanos queridísimos, a continuar en este camino, resistiendo a toda tentación de conformismo y acomodamiento a la mentalidad del mundo, aún a costa de sacrificios. Cooperen activamente a la difusión del Reino de Dios, especialmente entre los pobres, poniéndoos generosamente a su servicio y compartiendo sus sufrimientos y sus esperanzas. Donde actúen sean testimonios del amor de Dios, con humildad y escondimiento, con absoluta fidelidad a las enseñanzas de la Iglesia y profundamente compenetrados en el misterio de Cristo Crucificado y Resucitado.
Eligiendo como lema programático para su Familia Religiosa “INSTAURARE OMNIA IN CHRISTO”, (Ef.1, 10) Don Orione quiso hacer de Cristo el corazón del mundo, después de haberlo hecho el corazón de su corazón. Es necesario, por lo tanto, que también su Familia Religiosa tenga su valeroso optimismo.
“Los pueblos están cansados, él escribía, están desilusionados; sienten que todo es vano, que la vida sin Dios está vacía. Estamos nosotros al alba de un gran renacimiento cristiano? Cristo tiene piedad de las turbas: Cristo quiere resucitar, quiere volver a tomar su puesto. Cristo avanza: el porvenir es de Cristo.”(Lettere II,216)
Me place augurar que, sólidamente anclados a su carisma, los Hijos de la Divina Providencia, las Pequeñas Hermanas Misioneras de la Caridad, los miembros de los Institutos Seculares juntamente con los ex-alumnos y los amigos de la Obra, estén prontos a responder con renovado fervor a los desafíos de nuestra época y del porvenir, dirigiendo siempre la mirada hacia la figura y los ejemplos del Fundador, para ser su viviente continuación.
La Virgen María, Madre de la Divina Providencia, a quien Don Orione consagró toda su existencia y la de su Familia, os proteja siempre y continúe asistiéndoos desde el cielo vuestro Beato Fundador.
En prenda de estos votos, invoco del Señor plenitud de gracias y favores celestiales, mientras de corazón imparto sobre Ud. y sobre los miembros de la Familia Orionina, una especial Bendición Apostólica.
Del Vaticano, 12 de marzo de 1990.-
Cincuentenario de la muerte de Don Luis Orione.
Joannes Paulus II
“Total fidelidad a la iglesia. amor hacia los pobres y marginados”
Mensaje del Santo Padre a los religiosos y religiosas de la Pequeña Obra de la Divina providencia (1990)
Lunes 30 de abril de 1990.
Muy queridos Hermanos y Hermanas,
1. Doy a cada uno de vosotros una cordial bienvenida y agradezco sentidamente esta visita. Ante todo saludo a Don José Masiero, Director General de la Pequeña Obra de la Divina Providencia, a Sor María Elisa Armendariz, Superiora General de las Pequeñas Hermanas Misioneras de la Caridad, y a los responsables de los Institutos laicales que se inspiran en la espiritualidad de vuestro Fundador. Vosotros estáis por llevar a cabo en estos días la Asamblea General del Instituto. Formulo votos para que los trabajos de ese importante encuentro, como vosotros mismos lo deseáis, contribuyan a afianzar eficaz-mente el programa ascético y misional de la Congregación, que conmemora este año el 50º aniversario de la muerte del Fundador.
2. Con motivo de esta circunstancia os he dirigido un mensaje. En él animo el es-fuerzo “de profundizar a lo largo de todo el año jubilar el espíritu y el carisma del Beato Luis Orione, para hacerlo motivo de un renovado impulso espiritual y apostólico, ya a los umbrales del tercer milenio” (Cfr. mensaje por el 50º aniversario de la muerte del Beato Luis Orione). A eso quiero referirme en las breves reflexiones que ahora os dirijo con el deseo de que podáis seguir cada vez mejor el ejemplo de vuestro Maestro, especialmente en completa fidelidad a la Iglesia y en el amor a los pobres y a los marginados.
“Don Orione quiso hacer que Cristo fuera el corazón del mundo, después de haber-lo hecho el corazón de su corazón” (ibid.). En él el celo sacerdotal se conjugaba con el abandono a la Divina Providencia, de modo que el secreto de su existencia y de su múlti-ple actividad se fundamentaba en una confianza sin límites en el Señor, puesto que “el último en vencer es Cristo, y Cristo vence en la caridad y en la misericordia”. (Lettere II, 338)
Os exhorto a que hagáis vuestro su estilo de vida. Sed auténticos hijos de la Divina Providencia; llevad este confiado optimismo cristiano a las personas que encontréis e infundidlo en todo el apostolado. Que vuestra vida esté siempre inmersa en la contempla-ción de Dios. Los hombres de nuestro tiempo, sedientos de verdad y de amor, necesitan encontrar testimonios creíbles del Absoluto, completamente inmersos en su misterio, que sean capaces de comunicar el don de la fe, que hablen el “lenguaje de la caridad”, dispo-nibles a escuchar y dispuestos a dedicar todas las energías al Reino de Dios (Mt. 6, 33).
3. La pasión por las almas y el servicio a todos los que sufren en Don Orione brotó del abandono en la Providencia; de modo que hizo suya la perenne y siempre actual op-ción preferencial de la Iglesia por los últimos, en total fidelidad a las directivas del Magiste-rio pontificio y de los Obispos. La caridad y la humildad, el amor a Cristo crucificado y el espíritu de sacrificio, el trabajo manual y el desapego de los bienes materiales, la sencillez de vida y la efectiva participación en la condición de los pobres, distinguieron su estilo apostólico, y constituyen las consignas que él dejó a sus hijos espirituales. Hermanos y Hermanas muy queridos, continuad en este camino luminoso con sencillez y generosidad, compartiendo efectivamente la suerte de los pobres, de los que vosotros sois padres y defensores.
4. Estad agradecidos al Señor por la oportunidad que os ofrece, a lo largo de este año jubilar, de volver a las fuentes del carisma propio, a través de una formación perma-nente que os ayude a vencer la tentación del cansancio y de acomodarse al espíritu del mundo y que os haga gustar el gozo de la consagración total al Señor, en un hondo aliento apostólico.
Las transformaciones sociales de las que somos testigos y los desafíos pastorales que hoy nos interpelan en la perspectiva del porvenir, interpelan vuestra Familia religiosa para que, como lo hizo Don Orione en otra época histórica, ciertamente nada fácil, pueda responder a las nuevas exigencias apostólicas con renovadas formas de evangelización y de promoción humana en profunda armonía con el Sucesor de Pedro y los Obispos.
De tal modo, fieles al carisma específico, vosotros podréis servir a la causa de Cris-to, de la Iglesia y los pobres, caminando, como gustaba repetir vuestro Padre, “siempre a la cabeza de los tiempos”.
La Madre de la Divina Providencia os bendiga y os sostenga en los propósitos y os guíe desde el cielo el Beato Fundador.
Que os acompañe y os anime mi Bendición Apostólica.
Discurso de Juan Pablo II a los religiosos de Don Orione participantes al X Capitulo General
(16 de mayo de 1992)
Queridos Hermanos:
1. ¡Bienvenidos! habéis celebrado el décimo Capítulo General de la Pequeña Obra de la Divina providencia: obra noble y bendita porque se trata de una obra al servicio del Reino de Dios. Vuestra asamblea capitular tuvo lugar a pocos meses de distancia del fallecimiento repentino del Director General de la Obra, Don José Masiero, y de su Ecónomo, Don Ángel Riva. Fui informado enseguida de su trágica muerte, y sufrí y oré junto con vosotros. Y ahora me alegro con vosotros porque, después de los momentos de una prueba tan dura, el Señor ha dado a la Congregación, mediante vuestra elección responsable, un nuevo Superior y un nuevo Consejo General.
Saludo, por lo tanto, a Don Roberto Simionato, a quien habéis elegido como sexto sucesor de Don Orione, y a los Consejeros Generales, a quienes habéis nombrado para los próximos seis años. Formulo votos de corazón para que, con la ayuda de Dios y gracias a un trabajo en constante sintonía de propósitos, cumplan fielmente la misión que se les ha confiado para el bien de vuestra Obra y de la Iglesia. Que los animen siempre el espíritu de servicio apasionado a los pobres y el ansia apostólica, que fueron característico de vuestro beato Fundador. Que prosigan, sobre todo, su testimonio luminoso de amor a Cristo, a los pequeños y a cuantos viven marginados de la sociedad.
Fidelidad a la Iglesia
2. Siguiendo las recientes orientaciones de la Iglesia, a la que os vincula un voto de fidelidad especial, habéis reflexionado largamente durante el Capítulo acerca de cómo planificar el futuro de la Congregación desde la perspectiva de la misión y de la atención a las personas y a los pueblos que esperan el anuncio evangélico y anhelan alcanzar condiciones de justicia auténtica y solidaridad concreta.
Así, el tema de la nueva evangelización se ha impuesto fuertemente a vuestra conciencia. Se os presenta hoy como la actuación del grito ansioso de vuestro Padre: “¡Almas, almas!”. Grito que prolonga el “tengo sed” de Jesús en la Cruz, grito que cada uno y todos juntos repetiréis siempre. No puede haber verdadera evangelización sin fervor apostólico. No existen opciones por el Reino, si no se realizan en un ambiente, personal y comunitario, de fervor auténtico. El libro de los Hechos, especialmente en este tiempo pascual, nos lo recuerda constantemente. Como los apóstoles, también vosotros, Padres Capitulares, sois enviados como heraldos ardorosos para difundir las decisiones adoptadas por el Capítulo para todo vuestro Instituto.
3. “Ser el fundador hoy”: éste ha sido el tema del Capítulo General, durante el cual habéis buscado iluminar vuestra misión peculiar en la Iglesia según el carisma del beato Luis Orione.
En vísperas del tercer Milenio cristiano estamos viviendo un tiempo lleno de desafíos y de enormes potencialidades positivas. Tiempo en el que las fronteras de la evangelización se ensanchan, exigiendo valientes opciones apostólicas. La formación de un mundo más unido gracias al aumento de las comunicaciones; la afirmación entre los pueblos de esos valores evangélicos que Jesús encarnó en su vida; y el mismo tipo de desarrollo económico y técnico que a menudo se muestra sin alma, exigen por parte de los creyentes, pero de modo especial de parte de vosotros, religiosos, ardor renovado, audacia misionera, disponibilidad constante y fidelidad indómita a Cristo y a su Evangelio de esperanza y misericordia.
Estoy seguro de que en el compromiso de la nueva evangelización vuestra familia religiosa, si sabe abrirse a una auténtica conciencia religiosa, encontrará razones ideales y estímulos concretos para un crecimiento constante y una viva renovación evangélica.
Así, siendo fieles a la herencia espiritual que os dejó Don Orione, seréis hoy día quienes prolonguen su servicio a la causa de Cristo y a su mensaje salvífico.
Sal y Levadura
4. Por lo tanto, la Iglesia os pide también hoy que viváis vuestro “Carisma” con plena docilidad al Espíritu Santo y con apertura generosa a las nuevas exigencias de la época actual. Don Orione resumió así la finalidad de vuestro instituto: “Instaurare omnia in Christo: por la gracia de Dios, instaurar todo en la caridad infinita de Jesucristo con la actuación del programa papal”.
¡Cuán necesaria es hoy vuestro aporte específico a la vida de las comunidades eclesiales y a la sociedad entera! Don Orione, muy sensible a la misión de la Iglesia, advirtió la separación que, a comienzos de nuestro siglo, iba aumentando entre el clero y el pueblo, entre la religión y la sociedad, entre la devoción y las costumbres morales. La fe y el Evangelio, aunque profundamente arraigados en la tradición del pueblo, no parecían influir en lo nuevos problemas e intereses de la vida familiar, social y cultural. Especialmente las masas obreras se sentían atraídas y eran arrastradas por otras ideologías y otras costumbres. Era necesario un nuevo modo de ser “sal y levadura del mundo”, un nuevo modo de “sembrar y arar a Cristo en el pueblo”, como le gustaba repetir.
Era la urgencia de la Iglesia de aquel tiempo, y sigue siendo la urgencia de la Iglesia hoy.
Una sociedad como la nuestra que, por una parte, tiende casi con orgullo hacia el materialismo de la vida, mientras que por otra siente el vacío y el ansia de Dios, necesita signos vivos del Evangelio. Vosotros estáis llamados a ser, como vuestro padre espiritual, esos testigos y signos vivos de Cristo en el mundo de hoy; apóstoles valientes, abiertos a las perspectivas misioneras que animan la familia de los creyentes.
5. Sólo podréis responder a esa vocación difícil, pero exaltante, si permanecéis firmemente enraizados en lo esencial de la vida religiosa: el seguimiento dócil de Cristo pobre, casto y obediente; si sois adorables incesantes de la voluntad divina; si hacéis de la oración el alimento insustituible de la existencia; si no cedéis frente a la tentación del secularismo y mantenéis inalterado el estilo de pobreza, sencillez y abandono en la Divina Providencia, que fue propio de vuestro Fundador.
Vuestro ministerio apostólico entre los pobres y los jóvenes -este último significativamente afirmado en este año en que se celebra el centenario del primer oratorio fundado por Don Orione- será aún más eficaz y servirá a la unidad de la Iglesia si entre vosotros no faltan nunca la comprensión y la comunión fraterna.
Ojalá que vuestra Obra, que va ensanchando su irradiación misionera a todos los continentes, conserve siempre el espíritu de sus orígenes. Que sea siempre como lo quiso el fundador: una familia humilde, gozosa, entregada completamente al servicio de los pobres, para abrazarlos a todos a Cristo en la Iglesia con amor dulcísimo.
Os acompañe en esta misión la ayuda materna de María, “Madre y fundadora celeste” de vuestra congregación, como solía repetir Don Orione. Que él sostenga y acompañe los pasos del nuevo Director General, del nuevo Consejo General y de toda vuestra familia espiritual. También os sirva de aliento mi bendición, que con mucho gusto os imparto a vosotros aquí presentes y a todos los miembros, religiosos, religiosas y laicos de la Pequeña Obra de la Divina Providencia.
Juan Pablo II
16 de mayo de 1992.
(24 de mayo 1993)
Lunes 24 de mayo de 1993
Queridas Hermanas:
1. Las recibo con gozo al concluir el VIII Capítulo general de vuestro Instituto. El encuentro de hoy me ofrece la ocasión de manifestarles la gratitud por el empeño con que, siguiendo la intuición carismática de Don Luis Orione, vuestra Familia Religiosa contribuye eficazmente a la obra evangelizadora de la Iglesia, mediante un precioso testimonio de caridad entre los pobres y necesitados.
Dirijo a cada una de Uds., Delegadas Capitulares, una cordial bienvenida; saludo en particular a la nueva Superiora General, Sor María Ortensia Turati, junto con el renovado Consejo General. Gracias por las palabras corteses que me han dirigido, gracias por la fidelidad a la Iglesia y al Papa por Uds. generosamente afirmada.
2. Vuestra Congregación, brotada del genio espiritual del Beato Fundador, continúa difundiendo en el mundo el Evangelio de la caridad y los signos de la divina misericordia. Para poder cumplir siempre mejor esta misión, Uds. han querido reflexionar en la Asamblea Capitular sobre vuestro específico carisma, con el fin de conducir a todos, mediante la catequesis y la práctica de las obras evangélicas de misericordia hacia los pobres más pobres, al conocimiento y al amor de Jesucristo, del Papa y de la Iglesia.
Estos intensos y laboriosos días de oración y de fraterno diálogo, os han dado modo de realizar una auténtica “experiencia de unidad en la caridad”. Han verificado el camino espiritual recorrido hasta ahora. Han analizado el programa apostólico particularmente expresado en el IV Voto de Caridad, para intensificar la comunión y el ansia evangelizadora en el interior de cada una de vuestras comunidades y obras, según los varios momentos de la silenciosa y orante inmolación de las Hermanas dedicadas a la vida contemplativa.
Ha sido también vuestro cuidado, teniendo en cuenta las variables condiciones de los tiempos, preguntaros cuál debe ser la contribución peculiar que vuestro Instituto está llamado a ofrecer a la nueva evangelización, en plena fidelidad al espíritu del Fundador y, al mismo tiempo, en valerosa adhesión a las exigencias apostólicas actuales. Uds. quieren caminar, como amaba repetir Don Orione, “a la cabeza de los tiempos”. Esto comporta un paciente trabajo de verificación y de puesta al día, una atenta revisión de servicios y de obras, una sabia apertura a la colaboración de los laicos. Requiere sobre todo, un esfuerzo de constante conversión personal y comunitaria.
La experiencia de intensa participación, que habéis vivido en el Capítulo General, deben participarla ahora a todas las Hermanas, de modo de hacer unidad en la caridad, por doquier Uds. se encuentren y actúen. De esta manera brillará como elocuente testimonio evangélico la instancia apostólica de las Pequeñas Hermanas Misioneras de la Caridad, entre los pobres y sufrientes.
3. Queridas Hermanas, sois llamas a la santidad: he aquí vuestra vocación que deben realizar con todos los medios y vigor, imitando a vuestro padre espiritual y dejándose guiar por las Constituciones del Instituto. En la Santa Regla se encuentra ya delineado el camino seguro que se debe emprender para ser fieles a Dios, para salir al encuentro de las necesidades de la Iglesia y para servir a los pobres acompañándolos hacia Cristo. Profundicen las Constituciones, vivan las Constituciones, aliméntense en la mesa de la palabra de Dios y de los Sacramentos, sigan dócilmente el Magisterio de la Iglesia. El Beato Luis Orione les recomendaba caminar “con dos pies: humildad y caridad” y agregaba: “sean Madres y siervas de los pobres... vayan a esparcir la caridad y luego, hagan holocausto de vuestra vida”.
En esta escuela de santidad y de dedicación a los hermanos, formen también a las jóvenes que el Señor continúa llamando a vuestra Familia Religiosa. Sepan despertar en ellas, con el ejemplo, el deseo de dedicarse l Evangelio de modo radical y transmítanles la pasión de Don Orione por Cristo Crucificado. “Conformarse en todo a nuestro Señor Jesucristo, recuerda el Beato Fundador, vivir Jesucristo, vestirse por dentro y por fuera de Jesucristo; en esta escuela es necesario formar y plasmar a las Religiosas”.
La Formación inicial y permanente esté, por lo tanto, entre las prioridades de vuestro Instituto. Una sabia acción formativa que se alimente de contemplación y de intensa práctica sacramental. Una educación al diálogo y a la comunidad que sepa valorizar todo aporte personal y cultural, manteniendo bien sólida la tensión hacia la unidad, mientras se amplían los confines del apostolado.
Recuerden cuanto ha escrito Don Orione: “Haya en todos una emulación para trabajar asiduamente en hacer el bien a las almas, a las inteligencia, a los corazones y también a los cuerpos enfermos de nuestros hermanos, por amor de Dios”. (Cartas I - 282)
4. Queridas Hermanas: después de una pausa del Capítulo, retomen con entusiasmo vuestro camino. El primer compromiso será de llevar a todas las comunidades un renovado mensaje de esperanza. Deben comunicarles lo que el espíritu les ha sugerido y junto a ellas, dar vida a una más comprometida tarea apostólica en vuestra Congregación y en la Iglesia.
Sea vuestro sostén la materna intercesión de María, a quien el Beato Don Orione amaba llamar: “Celestial Fundadora”. Os proteja desde el cielo vuestro Fundador. Os acompañe también la especial Bendición que de corazón imparto a cada una de Uds. y a todas vuestras Hermanas, especialmente a las ancianas, enfermas y a las que sufren.
Discurso del papa Juan Pablo II a los capitulares de la
Pequeña Obra de la Divina Providencia
(18 de mayo de 1998)
Amadísimos hijos de la Divina Providencia:
Me alegra darles la bienvenida al término de su Capítulo General. Los saludo a todos con afecto, y en particular a su Director General, Don Roberto Simionato, a quien agradezco sus amables palabras de felicitación. Al congratularme con su reelección, expreso mis mejores deseos de que, con la ayuda de la gracia de Dios, siga guiando con valentía y clarividencia a sus hermanos, según el estilo apostólico del Beato Fundador.
Saludo a los miembros del nuevo Consejo General y a cuantos han prestado sus servicios en él durante los seis años anteriores. A través de ustedes, que han participado del Capítulo, quisiera expresar mi estima a todos los orionitas esparcidos por tantas naciones del mundo, junto con mi aliento a caminar siempre, como solía decir Don Orione: ¡a la cabeza de los tiempos!.
Saludo, así mismo, a los laicos que, por primera vez, han tomado parte en los trabajos de esta reunión fraterna, inaugurando una fase inédita, que espero sea rica en frutos apostólicos, para la vida de la Pequeña Obra de la Divina Providencia.
Buscar nuevas formas de apostolado
En efecto, el tema de la Asamblea Capitular de ustedes ha sido precisamente: ¡religiosos y laicos orionitas en misión en el tercer milenio!, el tema que han analizado con una perspectiva de futuro, consciente de que las actuales condiciones sociales en que vivimos exigen a su aún joven Congregación nuevas formas de apostolado; formas nuevas, pero siempre animadas por el espíritu carismático de los orígenes.
Para responder mejor a la vocación de ustedes, quieren asociar más estrechamente a los laicos, recordando, como subrayé en la Exhortación Apostólica post-sinodal ¡Vida consagrada!, que los diversos miembros del pueblo de Dios ¡pueden y deben aunar esfuerzos, en actitud de colaboración e intercambio de dones, con el fin de participar más eficazmente en la misión eclesial!.
Estoy convencido de que una comunión más estrecha de los religiosos y los laicos de la familia de ustedes, que nació del corazón del Beato Luis Orione, enamorado de Dios y sus hermanos, llevará a un enriquecimiento espiritual de todos y a una acción apostólica y social más eficaz en el mundo.
Nuestros tiempos piden audacia y generosidad, fidelidad absoluta al Evangelio y a la Iglesia, intensa formación y apertura valiente a las necesidades de nuestro prójimo. También ahora su Fundador podría decir: ¡hoy hace falta fuego; no una chispa, sino un horno de fuego!. Sí, en la época actual, especialmente en este año dedicado de modo particular a la reflexión sobre el Espíritu Santo, ¿Cómo podemos dejar de sentir la necesidad del fuego de esta Persona Divina, el fuego de la caridad, el fuego de la santidad?
Anhelo de santidad
Ante todo el fuego de la santidad. En la Exhortación Apostólica post-sinodal sobre los fieles cristianos laicos escribí: ¡la santidad es un presupuesto fundamental y una condición insustituible para realizar la misión salvífica de la Iglesia! (N 17). Y en la Encíclica sobre la misión del redentor, afirmé: ¡no basta renovar los métodos pastorales, ni organizar y coordinar mejor las fuerzas eclesiales, ni explotar con mayor agudeza los fundamentos bíblicos y teológicos de la fe: es necesario suscitar un nuevo ¡anhelo de santidad entre los misioneros y en toda la comunidad cristiana! (N 90).
Esto es lo que había intuido Don Orione cuando, desde el Chaco argentino, lanzaba apremiantes llamamientos para el envío de nuevos misioneros del Evangelio: ¡tengo necesidad de santos! (Cartas II, 236). La vitalidad de la Congregación y de su apostolado brota de la aspiración amorosa y perseverante hacia la santidad por parte de todos sus miembros. ¡La santidad ante todo! Por tanto, el ideal de la conformación a Cristo debe ser siempre el proyecto y el dinamismo que no sólo animen la formación inicial y permanente, sino también todas las instituciones e iniciativas de caridad, el compromiso pastoral y misionero, la relación con los laicos y todos los programas de bien de su Instituto.
El fuego de la caridad
El fuego del amor divino alimenta el de la caridad fraterna. La diaria presencia de ustedes entre los ¡últimos! les permite experimentar que es imposible difundir entre la gente el fuego regenerador del amor si no los impulsa internamente la caridad divina. Por eso, Don Orione quiso una Congregación que viviera un auténtico espíritu de familia, a imagen de la comunidad de los apóstoles, en la que el vínculo del amor a Cristo era el secreto de la armonía y la colaboración. Sigan por esa línea, fieles a la intuición de su padre, porque sólo así podrán trabajar juntos eficazmente más allá de las fronteras de la marginación, al servicio del hombre pobre y abandonado.
Esta necesidad del apostolado de la comunión era muy evidente para el Beato Luis Orione que, atento a los signos de los tiempos, observaba: ¡en un mundo cuya única ley es la fuerza; en un mundo en que resuenan a menudo voces de enfrentamientos entre ricos y pobres, entre padres e hijos, entre súbditos y soberanos; en los remolinos de una sociedad que vive y parece que quiere hundirse en el odio, opongamos el ejemplo de una caridad verdaderamente cristiana! (Palabras III, 106).
Desafíos misioneros
Ya se acerca a grandes pasos el tercer milenio, y durante la Asamblea Capitular han reflexionado sobre los desafíos misioneros que la Iglesia tiene planteados: el primero de todos es el de proponer nuevamente, en su integridad y verdad, el mensaje liberador del Evangelio (Cfr. T.M.A. 57) a todos los hombres y a todo el hombre.
Estoy seguro de que en este esfuerzo a favor de la Nueva Evangelización no faltará la contribución concreta de la Congregación de ustedes, llamada, según el carisma que la caracteriza, a dar el testimonio de la caridad, su camino privilegiado para unir a los hombres con Cristo, con el Papa y con la Iglesia. Su Beato Fundador reflexionaba: ¡¿Quién en la Iglesia y bendecido por la Iglesia, irá a los más pobres, a los más abandonados, a los más infelices? Y a las almas, y al pueblo ¿Cómo les mostraremos a Cristo? Con la caridad. ¿Cómo haremos amar a Cristo? Con la caridad. ¿Cómo salvaremos a nuestros hermanos y a los pueblos? Con la caridad; con la caridad que se hace holocausto, pero que lo supera todo; con la caridad que une y restaura todas las cosas en Cristo (Proceso de beatificación, 1021).
Amadísimos orionitas, mantengan intacta esta valiosa herencia que les ha dejado su Fundador. Gracias al aporte de los laicos, hagan que la acción apostólica de ustedes sea más eficaz y adecuada a las exigencias de nuestros tiempos.
Para ese fin, les encomiendo a ustedes y a todas sus beneméritas obras pastorales y caritativas a la protección celestial de la Virgen María y del Beato Don Orione, a la vez que les aseguro un recuerdo constante en la oración, les imparto con afecto a ustedes, a sus hermanos, a sus comunidades y a todos los que forman parte de la gran comunidad espiritual orionita, una especial bendición apostólica.
A la familia de Don Orione, y en especial a los laicos
Ciudad del Vaticano, 7 de octubre de 1997
Al Reverendísimo
DON ROBERTO SIMIONATO
Director General
de los Hijos de la Divina Providencia
1. "Queremos ver a Jesús" Jn 12, 21. Con estas palabras un grupo de griegos, atraídos por la fascinación del Divino Maestro, se dirigió un día a algunos discípulos, expresando el deseo de encontrar al Señor. A lo largo de los siglos tantas otras personas, en cada ángulo de la tierra han continuado manifestando este mismo deseo acercando hombres y mujeres marcados por una particular relación con la persona de Jesús.
Entre los testigos de Cristo de nuestro siglo ocupa un lugar privilegiado el Beato Luis Orione fundador de esta familia religiosa. Su atractivo espiritual impresionó a mucha gente durante su vida y continúa todavía hoy suscitando admiración e interés. Ha sucedido de tal manera que entre los laicos cercanos a la Pequeña Obra de la Divina Providencia se ha venido afirmando el deseo de conocer en profundidad al Beato fundador, para seguir sus pasos más fielmente. De este modo ha nacido el Movimiento Laical Orionita con el fin de ofrecer a los diferentes componentes del asociacionismo laical surgido alrededor de las instituciones de la Obra, vivir el seguimiento de Cristo, compartiendo con los hijos de la Divina Providencia y con las Pequeñas Hermanas Misioneras de la Caridad el carisma orionita.
2. Después de los primeros años de su puesta en marcha se advierte la oportunidad de proceder a una verificación del camino recorrido en vista a ulteriores desarrollos. A tal fin se promovió este Congreso Internacional que tiene como tema el lema paulino: "Instaurare Omnia in Christo" elegido por el Beato para la familia religiosa por él fundada. Se quiere de este modo ofrecer a los laicos la oportunidad de profundizar el carisma orionita, para elaborar una peculiar "carta de comunión" y proyectar posteriores metas en qué comprometerse y en qué compartir el servicio de la nueva evangelización en vistas al Gran Jubileo del Año 2000.
En el momento de dirigir mi saludo a los participantes del encuentro, no puedo dejar de recordar las palabras apasionadas del Beato Orione: "¡Instaurare Omnia in Christo! Nos renovaremos y renovaremos todo el mundo en Cristo cuando vivamos a Jesucristo, cuando seamos realmente transformados en Jesucristo". Era evidente el convencimiento del Fundador, de que el al alma de toda auténtica renovación es la novedad de Jesucristo que se hace presente en cada una de las personas, de las familias, de las estructuras civiles y en las relaciones entre los pueblos. Su anhelo era hacer de Cristo el corazón del mundo y servir a Cristo en cada hombre especialmente en los pobres. Para llevar a cabo convenientemente esta intuición suya, él pretendía implicar mayormente a los laicos en la actividad apostólica llamándolos a sintonizarse con su corazón sin fronteras, porque está dilatado por la caridad de Cristo crucificado. Escribía de hecho a algunos amigos de la obra en 1935 desde Buenos Aires: "Todos sentirais conmigo vivísimo el deseo de cooperar, en cuanto está de vuestra parte, a la renovación de la vida cristiana -al "Instaurare omnia in Christo"- del cual el individuo, la familia y la sociedad pueden esperar la restauración social. Tened la valentía del bien (L. II, 291).
Conscientes de este proyecto ya presente en el corazón del Beato Fundador, los responsables de la Familia orionita desde hace algunos años han promovido el Movimiento laical, que este Congreso pretende ulteriormente definir y reforzar, con el fin de cooperar válidamente, como él amaba repetir, a "hacer el bien siempre, el bien a todos, el mal nunca a nadie".
3. Aprovecho esta circunstancia significativa para animarle, Venerado Hermano en el sacerdocio y a los Religiosos y Religiosas orionitas a hacerse "guías expertos de vida espiritual, a cultivar en los laicos el talento más precioso: el espíritu" (Vita Consecrata 55). E invito a los laicos que han elegido compartir el carisma orionita viviendo en el mundo, a ser celosos y generosos para ofrecer a la Pequeña Obra de la Divina Providencia "la preciosa contribución" de su secularidad y de su específico servicio. El Movimiento Laical Orionita favorecerá así la irradiación espiritual de vuestra Familia religiosa más allá de las fronteras del Instituto mismo, profundizando los rasgos carismáticos para una cada vez más eficaz actuación de su específica misión en la Iglesia y en el mundo.
Un pensamiento particular dirijo a los miembros del Instituto Secular Orionita, a los cuales les fue concedida recientemente la aprobación canónica como Instituto de vida consagrada. Sabiendo bien que en estos días ellos tienen Asamblea general para elección de las propias Autoridades, les exhorto a vivir con fidelidad y alegría la propia consagración en el mundo y con los medios del mundo. Sepan ser constructores comprometidos en la síntesis entre el máximo posible de adhesión a Dios y a su voluntad y el máximo posible de participación en las alegrías y esperanzas, en las angustias y dolores de los hermanos, para dirigirlos hacia el proyecto de salvación universal manifestado por el Padre en Cristo. Su laicidad consagrada los ayude a vivir con coherencia el evangelio en el cotidiano compromiso de hacer operativo sobre la vía del testimonio y de las enseñanzas del Beato Luis Orione, el programa paulino "Instaurare omnia in Christo".
Invoco, a tal fin, la protección de María, "Madre y celeste Fundadora" de la Pequeña Obra de la Divina Providencia, y la intercesión del Beato Luis Orione, mientras, en prenda de celestiales favores imparto a Usted, a los miembros del Movimiento Laical y del Instituto secular, como también a cuantos forman parte de diversas maneras de la Familia orionina una especial Bendición Apostólica.
Discurso del Santo Padre al capítulo general de las Pequeñas Hermanas Misioneras de la Caridad
Vaticano, 15 de mayo de 1999, Juan Pablo II
Queridas Hermanas Misioneras de la Caridad:
Al concluir vuestro IX Capítulo General, habéis querido encontraros con el sucesor de Pedro para reafirmar la adhesión fiel a la Iglesia de parte de cada una de vosotras y de toda vuestra Familia Religiosa, según el espíritu de vuestro fundador, el Beato Luis Orione.
Gracias por vuestra visita y por el significado que quiere expresar. Felicito a la Madre María Ortensia Turati confirmada para el próximo sexenio al frente de vuestro instituto. Le deseo a Ud., así como al renovado Consejo General, un fecundo servicio apostólico, guiando la congregación hacia iniciativas de caridad cada vez más vastas y eficaces.
Durante la asamblea capitular que termina precisamente hoy, habéis reflexionado el tema: "Arraigadas en Cristo, hacia una nueva unidad de vida, para un Instituto más misionero". Sé que estos días de intensa oración, reflexión atenta y diálogo fraterno os han permitido mirar adelante, más allá del umbral del tercer milenio, para poner de relieve las expectativas y las urgencias que requieren respuestas generosas y proféticas, a imitación de la Caridad de Don Orione.
Para que vuestra Obra, que ya cuenta con casas en muchas naciones del mundo, pueda avanzar según su carisma propio, es preciso ante todo, que permanezcáis "arraigadas" firmemente en Cristo. Cómo no contemplar a Don Orione y su ejemplo de incesante unión con Jesús, adorado en la Eucaristía, amado en el misterio de su cruz y servido con infatigable entrega en los pobres más pobres? Sed fieles a Cristo siguiendo las huellas de Don Orione! Que Cristo sea el centro de vuestro corazón y de todos vuestros proyectos de bien. Así, seréis misioneras del Evangelio de caridad, dondequiera que trabajéis, y difundiréis en vuestro entorno el bálsamo saludable de la misericordia divina.
Vuestro carisma os llama a ser Misioneras de la Caridad, es decir, apóstoles de Dios, que es Amor. Para realizar vuestra ardua misión, dejaos guiar por el Espíritu Santo hacia una unidad cada vez más profunda con Dios y entre vosotras; es una condición indispensable para realizar un apostolado siempre valiente y fiel.
Que la oración incesante y la contemplación os iluminen y fortalezcan para que seáis auténticas "Pequeñas Hermanas Misioneras de la Caridad". Pobres, pequeñas y humildes, como quería Don Orione, para que podáis compartir efectivamente la condición de los marginados de la sociedad; pero preparadas y bien formadas, para responder de modo adecuado a los desafíos espirituales y sociales de nuestro tiempo.
La cooperación constante con los Hijos de la Divina Providencia, en nombre del Fundador común, la apertura a los laicos, que con razón queréis intensificar para ensanchar vuestro radio de acción, una formación atenta a las nuevas exigencias de nuestra época, y una inserción permanente y orgánica en las Iglesias particulares, harán que vuestro Instituto sea realmente "más misionero", mediante intervenciones de amor preferencial hacia los pobres, con el deseo de llevarlos al encuentro con Cristo.
Queridas Hermanas, os aseguro mi oración por vosotras al Señor, y encomiendo a la Virgen, Madre del Buen Consejo, todas las decisiones y mociones que surjan de vuestro Capítulo General. Que ella guíe vuestros pasos y sostenga vuestros esfuerzos. Que Don Orione vele desde el cielo por vosotras y por todas las instituciones de vuestra benemérita Congregación.
Con estos sentimientos, os bendigo de corazón a vosotras, a vuestras Hermanas, especialmente a las enfermas y a las que sufren, a las aspirantes y a las novicias, a vuestras familias y a cuantos son objeto de vuestro cuidado.
HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LA PARROQUIA "SANTA MARÍA MADRE DE DIOS"
Domingo 11 de noviembre de 2001
1. "Dios no es Dios de muertos, sino de vivos: porque para él todos están vivos" (Lc 20, 38).
El 2 de noviembre celebramos la conmemoración de Todos los fieles difuntos. La liturgia de este XXXII domingo del tiempo ordinario vuelve nuevamente a este misterio, y nos invita a reflexionar en la realidad consoladora de la resurrección de los muertos. La tradición bíblica y cristiana, fundándose en la palabra de Dios, afirma con certeza que, después de esta existencia terrena, se abre para el hombre un futuro de inmortalidad. No se trata de una afirmación genérica, que quiere satisfacer la aspiración del ser humano a una vida sin fin. La fe en la resurrección de los muertos se basa, como recuerda la página evangélica de hoy, en la fidelidad misma de Dios, que no es Dios de muertos, sino de vivos, y comunica a cuantos confían en él la misma vida que posee plenamente.
2. "Al despertar me saciaré de tu semblante, Señor" (Salmo responsorial). La antífona del Salmo responsorial nos proyecta a esa vida más allá de la muerte, que es meta y realización plena de nuestra peregrinación aquí en la tierra. En el Antiguo Testamento se asiste al paso de la antigua concepción de una oscura supervivencia de las almas en el sheol a la doctrina mucho más explícita de la resurrección de los muertos. Lo testimonia el libro de Daniel (cf. Dn 12, 2-3) y, de manera ejemplar, el segundo libro de los Macabeos, del que ha sido tomada la primera lectura que se acaba de proclamar. En una época en la que el pueblo elegido era perseguido ferozmente, siete hermanos no dudaron en afrontar juntamente con su madre los sufrimientos y el martirio, con tal de no faltar a su fidelidad al Dios de la Alianza. Vencieron la terrible prueba, puesto que estaban sostenidos por la esperanza de que "Dios mismo nos resucitará" (2 Mac 7, 14).
Al admirar el ejemplo de los siete hermanos narrado en el libro de los Macabeos, reafirmamos con firmeza nuestra fe en la resurrección de los muertos ante posiciones críticas incluso del pensamiento contemporáneo. Este es uno de los puntos fundamentales de la doctrina cristiana, que ilumina consoladoramente la entera existencia terrena.
3. Amadísimos hermanos y hermanas de la parroquia de Santa María Madre de Dios, con gran alegría me encuentro hoy con vuestra acogedora comunidad cristiana, alojada en este Centro Don Orione de Monte Mario, que tuve la alegría de visitar hace quince años. Vuelvo de buen grado a vosotros, queridos hermanos, y a todos os dirijo mi afectuoso saludo.
Saludo ante todo al cardenal vicario y al obispo auxiliar del sector. Saludo al director general de los Hijos de la Divina Providencia y al director provincial. Saludo a vuestro celoso párroco, don Savino Savino Lombardi, a los vicarios parroquiales, a la comunidad del Instituto teológico y a todos los religiosos de Don Orione que trabajan en este vasto complejo al servicio de los más pobres. Extiendo mi saludo a los colaboradores, voluntarios y laicos comprometidos en las múltiples actividades pastorales y sociales. Saludo a las religiosas de los cinco institutos que viven en el barrio. Tanta riqueza de carismas y de personas consagradas constituye un gran don para toda la parroquia.
Os abrazo con afecto y cariño especialmente a vosotros, queridos muchachos y huéspedes del instituto Don Orione, que sois el corazón de esta obra en la que se refleja bien el espíritu de su fundador. Extiendo también mi saludo a los enfermos, a las personas solas y ancianas y a todos los habitantes de este barrio.
4. Amadísimos hermanos y hermanas, sé que os habéis preparado para el encuentro de hoy meditando juntos en la carta apostólica Novo millennio ineunte. Permitidme que os repita también a vosotros la invitación de Cristo a san Pedro: "Duc in altum, rema mar adentro" (Lc 5, 4). Rema mar adentro y no temas, comunidad parroquial de Santa María Madre de Dios, animada por el deseo de servir a Cristo y testimoniar su Evangelio de salvación. Que en este gran esfuerzo apostólico participen concordes quienes trabajan en los varios ámbitos pastorales, de la catequesis a la liturgia y de la cultura a la caridad.
Vuestro barrio está habitado por muchos profesionales, periodistas y docentes universitarios. Esto ofrece la oportunidad de desarrollar una provechosa experiencia pastoral, implicando a estos expertos y agentes del lenguaje y de la comunicación en itinerarios de reflexión y profundización sobre temas fundamentales de la doctrina cristiana. La relación entre fe y vida constituye hoy uno de los desafíos más difíciles para la nueva evangelización. Además, en este Centro, que es el corazón de la parroquia, es fuerte la referencia al beato Luis Orione, apóstol infatigable de la caridad y la fidelidad a la Iglesia. Queridos hermanos, seguid sus pasos, imitándolo en la obediencia filial a la Iglesia, en la búsqueda incansable del bien de las almas, y en la atención a los pobres y a las personas necesitadas. Están ante vosotros las "antiguas" y las "nuevas" pobrezas, que esperan vuestra generosa disponibilidad.
5. Un saludo especial os dirijo a vosotros, queridos jóvenes. Sé cuánto os empeñasteis en la preparación y celebración de la Jornada mundial de la juventud en agosto del año pasado. Al final de la inolvidable vigilia de oración en Tor Vergata invité a los jóvenes del mundo entero a ser centinelas de la mañana en este amanecer del tercer milenio. Os renuevo ahora esta exhortación, para que seáis "centinelas" atentos y vigilantes, que esperan despiertos a Cristo. Sed misioneros de vuestros coetáneos, sin desanimaros ante las dificultades y buscando formas de evangelización adecuadas al mundo juvenil.
A este respecto, pienso en el bien que realiza desde hace muchos años el "Polideportivo Don Orione", integrado ahora perfectamente en la comunidad parroquial, así como en las oportunidades apostólicas que ofrecen los Centros de formación profesional. Me congratulo también con vosotros, queridos jóvenes de la parroquia, por haber dado vida a la significativa iniciativa denominada "Nochevieja alternativa", que implica ya a muchos otros coetáneos vuestros. Todos los años reúne aquí, en Roma, durante los últimos días de diciembre, a muchachos y muchachas de diversas regiones italianas y se extiende progresivamente a otros países y continentes.
Con el entusiasmo que caracteriza a vuestra edad, preparaos para la próxima Jornada mundial de la juventud, que se celebrará, si Dios quiere, en Toronto, en julio de 2002, profundizando su mensaje, que se inspira en la frase evangélica: "Vosotros sois la sal de la tierra..., vosotros sois la luz del mundo" (Mt 5, 13-14).
6. Dios Padre, que en Cristo Jesús "nos ha amado tanto y nos ha regalado un consuelo permanente y una gran esperanza, os consuele internamente y os dé fuerza para toda clase de palabras y de obras buenas" (2 Ts 2, 16-17).
Queridos hermanos y hermanas, con estas palabras del apóstol san Pablo, que han resonado en nuestra asamblea litúrgica, os animo a proseguir vuestro diario compromiso cristiano. Para un fecundo apostolado de bien, sed fieles a la oración y permaneced anclados en la sólida roca que es Cristo. Que os ayude en este itinerario espiritual el beato Luis Orione. Os asista la Virgen, que desde esta colina vela sobre la ciudad y a la que vosotros, feligreses, tenéis como patrona con el hermoso título de Santa María Madre de Dios. A ella, Madre de Dios y de la Iglesia, os encomiendo a todos. Que os proteja y acompañe en cada momento. Amén.
DISCURSO DEL PAPA JUAN PABLO II
A LOS MIEMBROS DEL MOVIMIENTO "TRA NOI”
Viernes 8 de marzo de 2002
Amadísimos hermanos y hermanas:
1. Me alegra abrir las puertas de esta casa, y aún más las de mi corazón, a cada uno de vosotros y a cuantos forman parte del movimiento "Entre nosotros", extendido ya más allá de los confines de Italia.
¡Bienvenidos! Os saludo a todos con afecto y, de modo particular, a vuestra presidenta, señora Bianca Imperati, a la responsable del instituto secular María de Nazaret, señora Antonella Simonetta, y a los sacerdotes que se encargan de vuestra formación espiritual. No puedo por menos de recordar aquí a un discípulo generoso del beato don Luis Orione: vuestro fundador, fallecido recientemente, don Sebastiano Plutino, que consagró toda su larga existencia al servicio de los más pobres, difundiendo por doquier el espíritu de acogida típico de vuestra benemérita asociación.
Queridos amigos, con esta visita al Sucesor de Pedro queréis renovar vuestra fidelidad a la Iglesia y comprometeros a seguir cada vez más dócilmente sus enseñanzas, para ser apóstoles de la nueva evangelización.
Este encuentro tiene lugar providencialmente en el día dedicado de manera especial a la mujer. Desde el comienzo habéis dedicado todas vuestras energías a la protección y a la promoción humana y religiosa de la mujer, y sabéis bien cuánto es preciso hacer aún en este campo. Aprovecho esta circunstancia para manifestar mi cercanía espiritual a las mujeres que pasan dificultades, deseando que a su lado haya siempre personas dispuestas a sostenerlas, para que puedan realizar plenamente sus legítimas aspiraciones.
2. Han pasado cincuenta años desde que don Sebastiano Plutino reunió por primera vez, en un movimiento denominado "Entre nosotros", a un numeroso grupo de empleadas de hogar. Muchas de ellas formaban parte de una asociación parroquial llamada Santa Zita, fundada con el fin de brindar un clima de familia y una formación cristiana a las jóvenes que venían a Roma desde las regiones menos ricas de Italia para realizar quehaceres domésticos humildes y fatigosos.
El incipiente movimiento se inspiraba en la "Proclama de Pío XII por un mundo mejor", dirigida a la diócesis de Roma el 10 de febrero de 1952. Dijo el Pontífice: "Hay que rehacer todo el mundo desde sus cimientos; es necesario transformarlo de salvaje en humano, de humano en divino" (Discorsi e radiomessaggi, 13 [1951-1952] 471). Don Plutino, fiel a las enseñanzas del beato Luis Orione, aceptó con entusiasmo esta invitación. Con el paso de los años, el movimiento "Entre nosotros" ha ido ampliando el ámbito de sus intervenciones a otras ciudades italianas y a Brasil.
3. Queridos hermanos y hermanas, además de dar gracias al Señor, que en estos cinco decenios no ha dejado de fecundar vuestros esfuerzos, os invito a mirar con confianza las perspectivas de desarrollo que se abren ante vosotros. Clases sociales antiguas y nuevas, expuestas a peligros y marginadas, esperan vuestro servicio. Pienso, por ejemplo, en los inmigrantes, en los ancianos con dificultades y en los jóvenes que buscan puntos sólidos de referencia.
Al difundir la "espiritualidad de la acogida", podréis ser artífices de una verdadera fraternidad universal, en la que todo ser humano se sienta acogido sin distinción de clase social, religión, cultura o nacionalidad. A cuantos encontréis en vuestro trabajo ofrecedles no sólo una acogida material, sino también una adecuada formación religiosa.
Con el "proyecto familias" y con vuestra provechosa inserción en el Foro de las asociaciones familiares, sostened a las familias, para que sean células vivas de un mundo renovado y lugares de diálogo y acogida. Con el "proyecto jóvenes", que tiende a potenciar la actividad formativa de los adolescentes, fomentad en las nuevas generaciones una mentalidad abierta y acogedora, estimulando a los jóvenes a ser apóstoles de sus coetáneos y protagonistas de la sociedad del futuro.
Caracterizando el movimiento "Entre nosotros" como familia de familias, comprometeos a trabajar cada vez más por la salvaguardia de los valores humanos y cristianos irrenunciables que han marcado vuestra historia. Así, influiréis de manera eficaz en las estructuras sociales, dando voz a quien no la tiene. Y, en un mundo donde se corre el riesgo de un individualismo encerrado en sí mismo, sed punto de referencia para quien se siente aislado y a merced de las circunstancias.
4. Pero, para que vuestra acción sea eficaz, es preciso en primer lugar mantener vivo e intensificar el contacto diario con Dios en la escucha asidua de su palabra, en la oración y en una intensa vida sacramental. Sólo los hombres y las mujeres de oración pueden ser artífices de una acción social y apostólica influyente. Que en el centro de todo esté la Eucaristía, manantial inagotable de comunión y de compromiso misionero.
Para renovar el mundo y transformarlo de "salvaje en humano y de humano en divino", debéis ser santos, como el beato Luis Orione, en quien don Sebastiano Plutino se inspiró siempre, traduciendo su amor en opciones significativas para la Iglesia y para la sociedad.
María, Salvación del pueblo romano, Madre celestial y protectora del movimiento "Entre nosotros", os guíe y acompañe. Que ella sostenga, además, al instituto secular María de Nazaret, que, compartiendo con vosotros el mismo carisma, está llamado a animar, como levadura y fermento espiritual, todas las actividades y las obras del movimiento. También yo os aseguro un constante recuerdo en el Señor, al mismo tiempo que de buen grado os bendigo a todos.