La mamá de Don Orione.
Domingo Feltri y María Serafina Fagioli eran campesinos y, en los primeros años treinta del siglo XIX, como se acostumbraba entonces, cambiaron a menudo de alojamiento, de una casita a otra, en busca del lugar donde hubiese trabajo entre los ayuntamientos del Bajo Pavese y del Alejandrino, especialmente en Rivanazzano y en Casalnoceto. En 1832, se establecieron en el Caserío Piccagallo Bruciato. El caserío Piccagallo era uno de los más antiguos de la comarca, con su planta cuadrangular típica de los caseríos padanos, en el centro un gran "corralón". Fue una antigua propiedad de los jesuitas, más tarde de los Marinetti (de quienes formaba parte el fundador del futurismo), de Urbano Rattazzi y actualmente de la familia Berri. La particularidad del caserío Piccagallo es que, todavía hoy, la mitad pertenece al Ayuntamiento de Castelnuovo Scrivia, mientras que la otra mitad, donde está la casa patronal, pertenece al Ayuntamiento de Pontecurone.
Domingo Feltri y María Serafina Facioli, se establecieron en el Caserío Piccagallo en 1832 y, al año siguiente, el 11 de diciembre de 1833, nace su hija Carolina, como resulta de los documentos del archivo parroquial de Castelnuovo. (1) Dado que las habitaciones de los campesinos estaban en el lado castelnovés del caserío, Carolina Feltri nace en Castelnuovo. En el bautismo se le impusieron los nombres de María Antonia Carolina. Después de ella nacieron sus hermanas Magdalena y Giuseppina.
Carolina, todavía jovencita, para ayudar a la economía familiar, asumió servicios de camarera. Y fue propiamente en estas circunstancias como encontró al joven Vittorio Orione con quien se casó diez años más tarde. (2) Don Orione mismo contó más de una vez las circunstancias del primer encuentro de sus padres. “Era por el año 1848 y pasaban por mi pueblo, Pontecurone, los soldados que iban a la guerra. Una tropa se paró en la zona habitada y algunos militares fueron a comer a un hostal donde mi madre hacía de camarera. Al ver a aquella muchacha que servía las mesas con soltura, algunos de aquellos soldados se permitieron decir alguna palabra un tanto ligera… Ella sin más soltó una torta al más cercano y callada siguió con su trabajo… La dijeron después que el golpeado se llamaba Vittorio D’Uriòn. Mi padre estuvo después de soldado. Volvió a Tortona, y fue a Pontecurone a ver si aquella camarera estaba aún libre, pensando entre sí: Aquella joven debe de tener la cabeza en su sitio”. La intuición de Vittorio fue confirmada por los hechos porque Carolina no se había casado aún. Permanecieron como novios por un par de años y después, el 11 de febrero de 1858, en la Iglesia Colegiata de Santa María de la Asunción, se unieron en matrimonio. (3) De ellos nacerá Luis Orione el 23 de junio de 1872.
Después del matrimonio, Vittorio Orione hubiese también podido poner su casa en Tortona donde, en la localidad de "La Fitteria", poseía una casita. Fijó sin embargo su residencia en Pontecurone, ya que los nuevos esposos - él tenía 32 años y Carolina 24 - habían tenido la suerte de ser aceptados gratuitamente como porteros de la villa que el honorable Urbano Rattazzi tenía en el pueblo, en la calle mayor, Via Bertarelli Galliani n.56. "Mi familia vivió durante casi 15 años como porteros de la familia de Urbano Rattazzi, que fue Primer Ministro", recordará Don Orione.
Vittorio, terminado el largo servicio militar, quiso retomar el oficio ejercido desde muchacho, el de empedrador de calles, de larga tradición en su familia, era el capataz de una cuadrilla en la que metió, todavía muchacho, también a Luis. (4) como había hecho antes con sus hermanos, Benedetto, trece años mayor que él, nacido e el 29 de mayo de 1859, y Alberto, nacido el 27 de junio de 1868. (5)
El cuidado de la casa y el trabajo para la familia noble o burguesa ocupaban gran parte de las jornadas de Carolina. Por otra parte se las ingeniaba ganando algo más para vivir. La estación de la recolección del grano otorgaba la ocasión a los pobres de “ir a respigar” las espigas dejadas en el campo. Recuerda Don Orione: “Cuando era pequeño mi madre, pobre mujer, me llamaba pronto, cuando iba a respigar; pero una vez llegados allá, yo me quedaba dormido como un buen chico, y mi madre extendía su delantal en el suelo, y yo me dormía encima felizmente”. (6) Al aparecer el sol Luisito se desperezaba, salía de entre las ropas y se ponía a recoger también él las espigas. Don Orione recordaba bien las palabras de su mamá, “Cata su, Luis, ch’l’è pan!”, ¡Agárralo, Luisito, que es pan!», que le trasmitieron casi un culto al pan y al trabajo. (7)
La familia Orione vivía una vida sacrificada. Los Orione eran considerados entre los más pobres del pueblo. “Aquella pobre vieja campesina de mi madre - recordaba Don Orione - se levantaba a las 3 de la mañana y se iba a trabajar, y parecía siempre como un palo que caminase, y siempre se las ingeniaba, hacía de mujer y, con sus hijos, sabía hacer también de hombre, porque nuestro padre estaba lejos trabajando en la comarca de Monferrato. Segaba con la hoz para hacer hierba, y la afilaba ella misma, sin llevarla al herrero; fabricaba también las telas con cáñamo estirado por ella misma y mis hermanos se repartieron muchas sábanas y hermosas telas de cama, ¡la pobre de mi madre! Guardaba incluso los cuchillos rotos, y ellos fueron mi herencia. No corría a comprar si podía arreglárselas y evitarlo”. (8)
En invierno, desde la fiesta de Todos los santos, mamá Carolina lleva por la tarde-noche a sus hijos al establo de Luigi Guagnini, para ahorrar el petróleo de la lámpara, para disfrutar al calor de los animales, para poder todavía trabajar un poco, hacer punto o zurcir y para intercambiar alguna palabra en compañía.
Respecto al marido Vittorio, mamá Carolina fue ciertamente más fervorosa y atenta en la educación de sus hijos y en la fe y prácticas cristianas. Don Orione la recordaba siempre con acentos de admiración, además de afecto. A lo largo de la vida la utilizó con frecuencia como recurso a la hora de buscar ejemplos y palabras de la mamá como una fuente de valores humanos y cristianos.
Tal y como se hacía en aquel tiempo, mamá Carolina acompañaba a Benedetto, Alberto y Luigi a la iglesia para verificar que participaban en la Santa Misa. Les preguntaba sobre el contenido del Evangelio y sobre la prédica, preguntando también quién había celebrado. “Mi madre, también cuando yo y mis hermanos éramos ya grandes, nos fijaba el sitio en la iglesia: porque, os quiero, tener a la vista. Quería saber dónde estábamos en la iglesia y quería incluso oír nuestra voz en las oraciones”. (9)
Durante el sonido del Ave María, Luis y sus hermanos se ponían de rodillas para rezar el Ángelus. “Mi madre nos hacía decir las oraciones sentados sólo cuando estábamos enfermos”. Por la mañana y por la noche no faltaba nunca la oración. “Mi madre, al enseñarme las oraciones, recuerdo que me enseñó algunas en dialecto, como las sabía ella… Era una mujer temerosa de Dios, que quería hacernos a nosotros crecer en el santo temor de Dios…”. (10)
“He tenido una madre que no sabía leer ni escribir, pero tan llena del buen sentido común, que cuanto más me voy haciendo mayor, más cuenta me doy de la mujer que era. Por entonces ella iba muy a menudo a hacer la comunión y a rezar por nosotros y por mi padre, que no había perdido la fe, pero que, educado en la milicia, y huérfano desde pequeño, no era un católico practicante. Cuando mi madre volvía de la iglesia nos decía: ‘He hecho la Comunión, o mejor he recibido al Señor; y he rezado primero por vosotros y luego por mi’. ¡Oh! ¡El amor de una madre que se quita el pan de la boca para dárselo a los hijos, y no se viste para vestir a sus hijos y muere para dar la vida por sus hijos! ¡Cuántas madres han muerto de esta manera! Nos decía, por tanto, mi madre: He rezado por vosotros, he recibido al Señor, por vosotros y por mí”. (11)
Don Orione resumía lo que había recibido de su mamá Carolina diciendo: “Mi madre era una pobre mujer que no sabía ni leer ni escribir, pero nos había educado tan bien que podíamos estar como iguales con los hijos de un príncipe”.
Algunos episodios refuerzan la fortaleza de ánimo y la coherencia de esta mujer. No se retrajo al hacer alguna observación a un sacerdote del pueblo que durante la exposición del SS. Sacramento actuaba de modo distraído; fue a la sacristía y le dijo: “¿Pero usted cree o no cree que aquello que toca es el Señor? "¡Al Señor no se le trata así…!". (12)
Como se ha recordado arriba, Carolina quería verificar la presencia devota de sus hijos en la Misa dominical y al interrogarles les preguntaba quien había celebrado. Si la celebración había sido presidida por el Canónigo Cattaneo o por el vice párroco, quedaba satisfecha pero “si decíamos: La ha dicho Don Gaetano… - Entonces callaba: pero cuando de nuevo sonaban las campanas, decía: ¡Vayan a la Misa! - Nosotros las primeras veces decíamos: - ¡pero si ya hemos ido! – Y ella enseguida decía: - ¡Vayan a escuchar otra Misa! Don Gaetano era un cura indigno de ese nombre, que daba escándalo, y la huella del mal de aquel cura vive todavía hoy”.
Recordemos todavía una última enseñanza que Don Orione refería a la escuela de mamá Carolina que tanto se ocupaba por la concordia y buena paz en la familia. “¡Cuidado con los murmuradores! – advertía Don Orione - Tendrán que rendir cuenta delante de Dios. ¡Ay del que siembra discordias! ¿Sienten ustedes algo contra una persona? ¡Háganlo morir dentro de ustedes! Mi madre, un alma buena que no sabía ni leer ni escribir, me recomendaba todos los días: ‘Echa siempre agua sobre el fuego, no añadas leña; si ves un brasero encendido, apágalo, ¡no avives el fuego; pon los pies encima! Cuando hables, procura no ser como la avispa, que con su anzuelo pincha siempre’. Grandes enseñanzas éstas, que permanecen bien impresas en la mente”. (13)
Para Carolina supuso un gran gozo ver a su hijo Luis como sacerdote. Éste, alguna que otra vez, le inundaba la casa con sus muchachos del colegio que iban de paseo. Mamá Carolina les atendía cordial y generosa. Devoraban el pan y la fruta, bebía el agua azucarada y lo ponían todo bocabajo. Ella sonreía satisfecha a esos muchachos y a su hijo Luis.
Con el pasar de los años, alguna vez se lamentaba porque se sentía desatendida por su hijo Luis que, empeñado en su Fundación, demoraba cada vez más las visitas a su mamá. Excusándose, de este modo la escribía: “He recibido la canasta de fruta, y te lo agradezco de corazón. Como ya sabes he vuelto y por un poco de tiempo espero no volver a salir, y poder ir por casa, no por una hora sino por una media jornada. Tú estarás un poco enfadada conmigo, pero no te preocupes. Mira, yo rezo siempre por ti, y me acuerdo de ti todos los días, cuando estoy en el altar y tengo entre las manos al Señor Es verdad que debería escribirte más y demostrar más reconocimiento del que te hago, pero es un defecto mío del que debo enmendarme, y lo espero con la ayuda de Dios… Recibe los saludos de Don Sterpi y los míos, que extiendo a todos los de casa. Tuyo, afectuosísimo Don Luigi”. (14)
Sólo cuando Benedetto y Alberto adquirieron independencia en el trabajo, porque encontraron un puesto en la líneas ferroviarias, Carolina pudo, con muchos sacrificios personales, reunir algunos millares de liras, una suma notable por entonces, que se reveló providencial también para Don Orione que en algunos momentos de dificultad pudo recurrir a la ayuda de la mamá. (15) Leemos en un autógrafo: “Tortona a 3 de junio de 1898. Declaro yo como el abajo firmante haber recibido de mi familia - Orione Carolina - viuda de Orione Vittorio - y hermanos Benedetto y Alberto L. 3000 (digo tres mil) como préstamo al 5% al año. Doy fe. Sac. Orione Giovanni Luigi”. (16)
Muerto su marido Vittorio, en 1892, y después de los matrimonios de los hijos Benedetto y Alberto, mamá Carolina se quedó sola en Pontecurone durante varios años, siempre atenta aunque a distancia, de sus hijos y de sus familias y con un ojo particularmente benévolo hacia Don Luigi. En febrero de 1907, Don Orione consiguió convencer a su madre de dejar la soledad del pueblo y acercarse a él, aceptando estar con él en el Paterno de Tortona.
Se fue al Paterno con sus pocas cosas, pero gozosa de pasar los últimos meses de su vida cerca del hijo sacerdote. “En el último periodo de su vida, recordaba Don Orione, la quise en Tortona; y ella se trajo sus cosas, entre otras una media botellita llena de tierra con un acebuche dentro, y lo regaba todos los días y lo cuidaba. Como se estaban construyendo los pórticos del Paterno, se la puso en la primera habitación en la planta baja, entrando a la derecha, en el viejo noviciado. Murió en esa habitación”. (17) Era el 17 de octubre de 1908 y tenía casi 75 años de edad. “Cuando murió, la pusimos aún el vestido de su boda, después de 51 años que se había casado: lo había mandado teñir de negro, y hacía aún su bella figura, y era su vestido más bonito”. (18) Mamá Carolina fue sepultada en la capilla Piolti-Carbone-Salvi del cementerio de Tortona. (19)
Cada vuelta a Pontecurone le recordaba a Don Orione su infancia y a la mamá: “Cuando miro los campos de mi pueblo y veo donde iba a cortar la hierba y a preparar la leña, y veo las calles por las que pasaba cuando caía la tarde, con mi mamá sola, llevando la carga que parecía que iba a aplastarle la cabeza, veo gente que ya no conozco…”. (20)
N O T E _________________________________
“No era muy religioso, pero murió cristianamente y me quería con un gran bien”; 17.8.1928. “Mi padre tenía un corazón grande. Dio su patrimonio con una fingida venta para impedir que un hermano fuese embargado”; Parola 1.10.1930. Parola 20.2.1933.
Domingo Feltri y María Serafina Fagioli eran campesinos y, en los primeros años treinta del siglo XIX, como se acostumbraba entonces, cambiaron a menudo de alojamiento, de una casita a otra, en busca del lugar donde hubiese trabajo entre los ayuntamientos del Bajo Pavese y del Alejandrino, especialmente en Rivanazzano y en Casalnoceto. En 1832, se establecieron en el Caserío Piccagallo Bruciato. El caserío Piccagallo era uno de los más antiguos de la comarca, con su planta cuadrangular típica de los caseríos padanos, en el centro un gran "corralón". Fue una antigua propiedad de los jesuitas, más tarde de los Marinetti (de quienes formaba parte el fundador del futurismo), de Urbano Rattazzi y actualmente de la familia Berri. La particularidad del caserío Piccagallo es que, todavía hoy, la mitad pertenece al Ayuntamiento de Castelnuovo Scrivia, mientras que la otra mitad, donde está la casa patronal, pertenece al Ayuntamiento de Pontecurone.
Domingo Feltri y María Serafina Facioli, se establecieron en el Caserío Piccagallo en 1832 y, al año siguiente, el 11 de diciembre de 1833, nace su hija Carolina, como resulta de los documentos del archivo parroquial de Castelnuovo. (1) Dado que las habitaciones de los campesinos estaban en el lado castelnovés del caserío, Carolina Feltri nace en Castelnuovo. En el bautismo se le impusieron los nombres de María Antonia Carolina. Después de ella nacieron sus hermanas Magdalena y Giuseppina.
Carolina, todavía jovencita, para ayudar a la economía familiar, asumió servicios de camarera. Y fue propiamente en estas circunstancias como encontró al joven Vittorio Orione con quien se casó diez años más tarde. (2) Don Orione mismo contó más de una vez las circunstancias del primer encuentro de sus padres. “Era por el año 1848 y pasaban por mi pueblo, Pontecurone, los soldados que iban a la guerra. Una tropa se paró en la zona habitada y algunos militares fueron a comer a un hostal donde mi madre hacía de camarera. Al ver a aquella muchacha que servía las mesas con soltura, algunos de aquellos soldados se permitieron decir alguna palabra un tanto ligera… Ella sin más soltó una torta al más cercano y callada siguió con su trabajo… La dijeron después que el golpeado se llamaba Vittorio D’Uriòn. Mi padre estuvo después de soldado. Volvió a Tortona, y fue a Pontecurone a ver si aquella camarera estaba aún libre, pensando entre sí: Aquella joven debe de tener la cabeza en su sitio”. La intuición de Vittorio fue confirmada por los hechos porque Carolina no se había casado aún. Permanecieron como novios por un par de años y después, el 11 de febrero de 1858, en la Iglesia Colegiata de Santa María de la Asunción, se unieron en matrimonio. (3) De ellos nacerá Luis Orione el 23 de junio de 1872.
Después del matrimonio, Vittorio Orione hubiese también podido poner su casa en Tortona donde, en la localidad de "La Fitteria", poseía una casita. Fijó sin embargo su residencia en Pontecurone, ya que los nuevos esposos - él tenía 32 años y Carolina 24 - habían tenido la suerte de ser aceptados gratuitamente como porteros de la villa que el honorable Urbano Rattazzi tenía en el pueblo, en la calle mayor, Via Bertarelli Galliani n.56. "Mi familia vivió durante casi 15 años como porteros de la familia de Urbano Rattazzi, que fue Primer Ministro", recordará Don Orione.
Vittorio, terminado el largo servicio militar, quiso retomar el oficio ejercido desde muchacho, el de empedrador de calles, de larga tradición en su familia, era el capataz de una cuadrilla en la que metió, todavía muchacho, también a Luis. (4) como había hecho antes con sus hermanos, Benedetto, trece años mayor que él, nacido e el 29 de mayo de 1859, y Alberto, nacido el 27 de junio de 1868. (5)
El cuidado de la casa y el trabajo para la familia noble o burguesa ocupaban gran parte de las jornadas de Carolina. Por otra parte se las ingeniaba ganando algo más para vivir. La estación de la recolección del grano otorgaba la ocasión a los pobres de “ir a respigar” las espigas dejadas en el campo. Recuerda Don Orione: “Cuando era pequeño mi madre, pobre mujer, me llamaba pronto, cuando iba a respigar; pero una vez llegados allá, yo me quedaba dormido como un buen chico, y mi madre extendía su delantal en el suelo, y yo me dormía encima felizmente”. (6) Al aparecer el sol Luisito se desperezaba, salía de entre las ropas y se ponía a recoger también él las espigas. Don Orione recordaba bien las palabras de su mamá, “Cata su, Luis, ch’l’è pan!”, ¡Agárralo, Luisito, que es pan!», que le trasmitieron casi un culto al pan y al trabajo. (7)
La familia Orione vivía una vida sacrificada. Los Orione eran considerados entre los más pobres del pueblo. “Aquella pobre vieja campesina de mi madre - recordaba Don Orione - se levantaba a las 3 de la mañana y se iba a trabajar, y parecía siempre como un palo que caminase, y siempre se las ingeniaba, hacía de mujer y, con sus hijos, sabía hacer también de hombre, porque nuestro padre estaba lejos trabajando en la comarca de Monferrato. Segaba con la hoz para hacer hierba, y la afilaba ella misma, sin llevarla al herrero; fabricaba también las telas con cáñamo estirado por ella misma y mis hermanos se repartieron muchas sábanas y hermosas telas de cama, ¡la pobre de mi madre! Guardaba incluso los cuchillos rotos, y ellos fueron mi herencia. No corría a comprar si podía arreglárselas y evitarlo”. (8)
En invierno, desde la fiesta de Todos los santos, mamá Carolina lleva por la tarde-noche a sus hijos al establo de Luigi Guagnini, para ahorrar el petróleo de la lámpara, para disfrutar al calor de los animales, para poder todavía trabajar un poco, hacer punto o zurcir y para intercambiar alguna palabra en compañía.
Respecto al marido Vittorio, mamá Carolina fue ciertamente más fervorosa y atenta en la educación de sus hijos y en la fe y prácticas cristianas. Don Orione la recordaba siempre con acentos de admiración, además de afecto. A lo largo de la vida la utilizó con frecuencia como recurso a la hora de buscar ejemplos y palabras de la mamá como una fuente de valores humanos y cristianos.
Tal y como se hacía en aquel tiempo, mamá Carolina acompañaba a Benedetto, Alberto y Luigi a la iglesia para verificar que participaban en la Santa Misa. Les preguntaba sobre el contenido del Evangelio y sobre la prédica, preguntando también quién había celebrado. “Mi madre, también cuando yo y mis hermanos éramos ya grandes, nos fijaba el sitio en la iglesia: porque, os quiero, tener a la vista. Quería saber dónde estábamos en la iglesia y quería incluso oír nuestra voz en las oraciones”. (9)
Durante el sonido del Ave María, Luis y sus hermanos se ponían de rodillas para rezar el Ángelus. “Mi madre nos hacía decir las oraciones sentados sólo cuando estábamos enfermos”. Por la mañana y por la noche no faltaba nunca la oración. “Mi madre, al enseñarme las oraciones, recuerdo que me enseñó algunas en dialecto, como las sabía ella… Era una mujer temerosa de Dios, que quería hacernos a nosotros crecer en el santo temor de Dios…”. (10)
“He tenido una madre que no sabía leer ni escribir, pero tan llena del buen sentido común, que cuanto más me voy haciendo mayor, más cuenta me doy de la mujer que era. Por entonces ella iba muy a menudo a hacer la comunión y a rezar por nosotros y por mi padre, que no había perdido la fe, pero que, educado en la milicia, y huérfano desde pequeño, no era un católico practicante. Cuando mi madre volvía de la iglesia nos decía: ‘He hecho la Comunión, o mejor he recibido al Señor; y he rezado primero por vosotros y luego por mi’. ¡Oh! ¡El amor de una madre que se quita el pan de la boca para dárselo a los hijos, y no se viste para vestir a sus hijos y muere para dar la vida por sus hijos! ¡Cuántas madres han muerto de esta manera! Nos decía, por tanto, mi madre: He rezado por vosotros, he recibido al Señor, por vosotros y por mí”. (11)
Don Orione resumía lo que había recibido de su mamá Carolina diciendo: “Mi madre era una pobre mujer que no sabía ni leer ni escribir, pero nos había educado tan bien que podíamos estar como iguales con los hijos de un príncipe”.
Algunos episodios refuerzan la fortaleza de ánimo y la coherencia de esta mujer. No se retrajo al hacer alguna observación a un sacerdote del pueblo que durante la exposición del SS. Sacramento actuaba de modo distraído; fue a la sacristía y le dijo: “¿Pero usted cree o no cree que aquello que toca es el Señor? "¡Al Señor no se le trata así…!". (12)
Como se ha recordado arriba, Carolina quería verificar la presencia devota de sus hijos en la Misa dominical y al interrogarles les preguntaba quien había celebrado. Si la celebración había sido presidida por el Canónigo Cattaneo o por el vice párroco, quedaba satisfecha pero “si decíamos: La ha dicho Don Gaetano… - Entonces callaba: pero cuando de nuevo sonaban las campanas, decía: ¡Vayan a la Misa! - Nosotros las primeras veces decíamos: - ¡pero si ya hemos ido! – Y ella enseguida decía: - ¡Vayan a escuchar otra Misa! Don Gaetano era un cura indigno de ese nombre, que daba escándalo, y la huella del mal de aquel cura vive todavía hoy”.
Recordemos todavía una última enseñanza que Don Orione refería a la escuela de mamá Carolina que tanto se ocupaba por la concordia y buena paz en la familia. “¡Cuidado con los murmuradores! – advertía Don Orione - Tendrán que rendir cuenta delante de Dios. ¡Ay del que siembra discordias! ¿Sienten ustedes algo contra una persona? ¡Háganlo morir dentro de ustedes! Mi madre, un alma buena que no sabía ni leer ni escribir, me recomendaba todos los días: ‘Echa siempre agua sobre el fuego, no añadas leña; si ves un brasero encendido, apágalo, ¡no avives el fuego; pon los pies encima! Cuando hables, procura no ser como la avispa, que con su anzuelo pincha siempre’. Grandes enseñanzas éstas, que permanecen bien impresas en la mente”. (13)
Para Carolina supuso un gran gozo ver a su hijo Luis como sacerdote. Éste, alguna que otra vez, le inundaba la casa con sus muchachos del colegio que iban de paseo. Mamá Carolina les atendía cordial y generosa. Devoraban el pan y la fruta, bebía el agua azucarada y lo ponían todo bocabajo. Ella sonreía satisfecha a esos muchachos y a su hijo Luis.
Con el pasar de los años, alguna vez se lamentaba porque se sentía desatendida por su hijo Luis que, empeñado en su Fundación, demoraba cada vez más las visitas a su mamá. Excusándose, de este modo la escribía: “He recibido la canasta de fruta, y te lo agradezco de corazón. Como ya sabes he vuelto y por un poco de tiempo espero no volver a salir, y poder ir por casa, no por una hora sino por una media jornada. Tú estarás un poco enfadada conmigo, pero no te preocupes. Mira, yo rezo siempre por ti, y me acuerdo de ti todos los días, cuando estoy en el altar y tengo entre las manos al Señor Es verdad que debería escribirte más y demostrar más reconocimiento del que te hago, pero es un defecto mío del que debo enmendarme, y lo espero con la ayuda de Dios… Recibe los saludos de Don Sterpi y los míos, que extiendo a todos los de casa. Tuyo, afectuosísimo Don Luigi”. (14)
Sólo cuando Benedetto y Alberto adquirieron independencia en el trabajo, porque encontraron un puesto en la líneas ferroviarias, Carolina pudo, con muchos sacrificios personales, reunir algunos millares de liras, una suma notable por entonces, que se reveló providencial también para Don Orione que en algunos momentos de dificultad pudo recurrir a la ayuda de la mamá. (15) Leemos en un autógrafo: “Tortona a 3 de junio de 1898. Declaro yo como el abajo firmante haber recibido de mi familia - Orione Carolina - viuda de Orione Vittorio - y hermanos Benedetto y Alberto L. 3000 (digo tres mil) como préstamo al 5% al año. Doy fe. Sac. Orione Giovanni Luigi”. (16)
Muerto su marido Vittorio, en 1892, y después de los matrimonios de los hijos Benedetto y Alberto, mamá Carolina se quedó sola en Pontecurone durante varios años, siempre atenta aunque a distancia, de sus hijos y de sus familias y con un ojo particularmente benévolo hacia Don Luigi. En febrero de 1907, Don Orione consiguió convencer a su madre de dejar la soledad del pueblo y acercarse a él, aceptando estar con él en el Paterno de Tortona.
Se fue al Paterno con sus pocas cosas, pero gozosa de pasar los últimos meses de su vida cerca del hijo sacerdote. “En el último periodo de su vida, recordaba Don Orione, la quise en Tortona; y ella se trajo sus cosas, entre otras una media botellita llena de tierra con un acebuche dentro, y lo regaba todos los días y lo cuidaba. Como se estaban construyendo los pórticos del Paterno, se la puso en la primera habitación en la planta baja, entrando a la derecha, en el viejo noviciado. Murió en esa habitación”. (17) Era el 17 de octubre de 1908 y tenía casi 75 años de edad. “Cuando murió, la pusimos aún el vestido de su boda, después de 51 años que se había casado: lo había mandado teñir de negro, y hacía aún su bella figura, y era su vestido más bonito”. (18) Mamá Carolina fue sepultada en la capilla Piolti-Carbone-Salvi del cementerio de Tortona. (19)
Cada vuelta a Pontecurone le recordaba a Don Orione su infancia y a la mamá: “Cuando miro los campos de mi pueblo y veo donde iba a cortar la hierba y a preparar la leña, y veo las calles por las que pasaba cuando caía la tarde, con mi mamá sola, llevando la carga que parecía que iba a aplastarle la cabeza, veo gente que ya no conozco…”. (20)
N O T E _________________________________
“No era muy religioso, pero murió cristianamente y me quería con un gran bien”; 17.8.1928. “Mi padre tenía un corazón grande. Dio su patrimonio con una fingida venta para impedir que un hermano fuese embargado”; Parola 1.10.1930. Parola 20.2.1933.