Rasgos de la femeninidad cristiana.
Tres escritos a mujeres, en tres momentos y contextos distintos, Don Orione nos deja algunas pinceladas sobre la mujer cristiana según su sensibilidad carismática.
Véase de Roberta Fossati, Don Orione e donne del Novecento (IT) - Don Orione and women of the twentieth century (EN)
MUJER, FAMILIA, SOCIEDAD[1]
El escrito de Don Orione sobre el feminismo católico, que nos ha llegado en forma de minuta en seis páginas, y que probáblemente sea de los años veinte; debía servir probáblemente para una conferencia o para algún artículo y nos revela su atención hacia la cuestión femenina, considerada como un aspecto fundamental de la más amplia y conocida como "cuestión social", que es afrontada con consciencia y realismo.
Desde la cuestión femenina su atención se va hacia el tema de la familia, sobre los síntomas alarmantes de una de sus crisis y sobre la idea de la familia cristiana, que propone como vía de regeneración moral.
Como un escolar que deja el colegio para ir de vacaciones, después de un largo año de reclusión, la mujer se ha encontrado, después de las más recientes invenciones y especialmente durante esta larga guerra, se ha encontrado lanzada a una vida de libertad de movimiento y también de trabajos que no había conocido nunca.
La mujer hasta ayer estaba recluida en el estrecho cerco de la vida de la familia, y las que salían eran una excepción.
Hoy la mujer entra en todas partes. Las mujeres del pueblo entran en las fábricas, donde no se requiere sino destreza e inteligencia, siendo la fuerza muscular reemplazada por la fuerza motriz de la máquina. Hoy una gran cantidad de nuevos empleos son ofrecidos a las mujeres: las escuelas elementales, también las masculinas y las superiores; son ofrecidas a las mujeres las escuelas técnicas, las escuelas medias y los institutos, las universidades se han abierto a las profesoras; oficinas de correos, de teléfono, de telégrafos, oficinas de recaudación, libros de cuentas, cajas, tranvías eléctricos, oficios de recados, etc. todos lugares que acostumbran a la mujer a trabajar fuera de casa, a hacer por sí misma, a entrar en competencia con el hombre, a ser preferida; se produce una nueva situación social.
La mujer se ha convertido en mayoría en todos los países, y las mujeres no casadas serán mañana en Italia, las más numerosas.
Es cristiano, y caritativo ocuparse del feminismo o mejor de la familia cristiana.
El ataque a esta fortaleza social que supone la familia cristiana, custodiada y mantenida por la indisolubilidad del matrimonio, ahora es todavía latente, pero miren que mañana se volverá furioso.
El feminismo es una parte importantísima de la cuestión social, y nuestro error, oh católicos, es el de no haberlo comprendido rápidamente. Fue un gran error.
El día en el que la mujer, liberada de todo lo que llamamos su esclavitud, madre a su placer, esposa sin marido, sin ningún deber hacia quien sea, aquel día la sociedad se derrumbará con mayor estrepito que aquel en el que la anarquía entregó Rusia a los bolcheviques.
Muy poca gente comprende aún la cuestión feminista. Confesémoslo francamente, nosotros los católicos hemos tratado el feminismo con una ligereza deplorable. Se van repitiendo aún hoy los más severos y viejos chistes de Molière, los espiritus sabelotodo de los Gaudissarts. Pero nosotros aquí vemos que el ridículo no termina con nada y menos con el feminismo. Éste se ha insinuado por todas partes, formando ligas y comités, inspirando revistas y periódicos, tratando todas las cuestiones que interesan a la mujer.
MUJER ASÍ[2]
El matrimonio es entendido en la enseñanza de la Iglesia, en la tradición y también en el derecho (canon 1055) como un “consortium totius vitae” que desarrolla aquel “familiaris consortium” que está en la base de la familia. Pero “toda la vida cristiana lleva la señal del amor esponsal de Cristo y de la Iglesia” (Catecismo de la Iglesia Católica, n.1617).
Don Orione a menudo se dirige a las mujeres con el consejo, el escrito, la colaboración. Siempre coloca su dignidad, belleza y espiritualidad en el contexto del matrimonio. En una carta de 1916, a una joven a punto de casarse, le delinea algunos trazos de la esencial identidad femenina cristiana. Está en la línea clásica de la formación cristiana, pero con aquellos subrayados de caridad y de ayuda a la vida débil típicas de su carisma “en lo femenino”.
Roma, 10.1.1916
¡Almas y almas!
Buena Hija del Señor, sigue tranquila el consejo de las dos personas nombradas hacia el final de tu carta.
Jesucristo, queriendo santificar las familias, elevó el matrimonio cristiano, que ya era de divina institución, a la dignidad de Sacramento. La esposa cristiana ha de recordar siempre que su estado es sagrado y que nada ha de obrar que no sea desde tal estado.
Para cumplir las obligaciones del propio estado es necesario observar constantemente un ánimo tranquilo y una mente serena. Que ninguna perturbación entre en usted. Tome las adversidades con perfecta resignación; evite sobre todo las perturbaciones de la ira, pero no confunda la ira con el celo, que es admirable cuando es puro.
Desapegue su corazón de toda vanidad: ésta vuelve a la mujer ligera, y disminuye el mérito de las buenas acciones.
Dé un buen ejemplo: es su primera misión. La segunda será la que ejerza con sus palabras. El pensamiento precede a la lengua.
Con la dulzura en el hablar ganará los corazones; siendo reservada conseguirá autoridad; con espíritu de piedad, de recogimiento y de santidad edificará su casa.
Que sus ocupaciones domésticas sean sus más estimadas diversiones.
Si se convierte en esposa, recuerde, oh querida hija del Señor, que debe serlo no para la diversión, sino para asumir importantes deberes, y para santificarse a si misma y a los otros, y especialmente a quien Dios le ha dado por compañero y consuelo en su vida.
Sea caritativa con todos, no sólo en familia, sino también con los de fuera. Donde quiera que haya aflicción, lleve consolación; donde haya miseria, socorro moral y material; donde haya ánimos abatidos, ponga aliento. Buena hija en el Señor, que no pase delante una desventura que no la alivie, al menos con el deseo. Ame estar más con los que lloran que con aquellos que ríen.
Que la oración acompañe todos sus pasos, y rece antes por él que por usted. Sea fiel a sus ejercicios de piedad, pero sin que impidan los deberes de subordinación al marido.
Después de los ejercicios de piedad, los cuidados de la familia, las obras de caridad, encuentre un poco de tiempo para cultivar también su espíritu con lecturas y con el estudio, y aprecie la ciencia, las cartas y las artes. Pero esté sumamente atenta en la selección de las lecturas; aborrezca los libros negativos y los periódicos no buenos, y lo mismo con las lecturas vanas.
Haga que sea familiar la lectura de los Santos Evangelios, la Imitación de Jesucristo, el Combate espiritual y la Filotea de San Francisco de Sales; y en éstos fórmese usted misma.
Y Dios la bendiga, y le dé una gran y filial devoción a la Virgen Santísima, a la Santa Iglesia, Madre de la fe, que tanto nos ilumina y nos conforta, y que es Madre además de nuestras almas.
La bendigo como pobre Sacerdote de Jesucristo, en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amen.
Con mis respetos. Devotísimo en Cristo
Sac. Luigi Orione
de la Divina Provvidenza
EXHORTACIÓN A LA ESPERANZA Y AL GOZO[3]
Esta carta, dirigida a Ida Gallarati Scotti, una mujer de la aristocracia milanesa, fue escrita por Don Orione en la mañana misma del día de su muerte, ocurrida aquella noche, a las 22.45 del 12 de marzo de 1940.
Como sacerdote, se inclina sobre sus desánimos, le sostiene la fe, la exhorta a la esperanza y al gozo para reaccionar sobre hechos y sentimientos depresivos. Don Orione, oprimido por la angina de pecho y por tantos problemas, advertía “esta vida mía está pendiente de un hilo y cualquier momento puede ser el último”, pero sabe trasmitir aún paz y “gozo” del espíritu, tanto como para hacerle sonreír sobre las cosas serias que escribía a aquella alma apenada: “¡qué predicón, Señora Condesa!”.
¡Almas y almas!
San Remo, 12 de marzo de 1940 - XIV
Noble Señora (Ida Gallarati Scotti)
He recibido su agradable tarjeta. Llevo aquí tres días y voy mejor. Gracias por las oraciones por mi salud. Dios le pague largamente.
A su buena Maria Luisa, le envío una especial bendición. Rezo por toda su familia, Señora Condesa, y en particular por usted para que Dios aleje de su espíritu cualquier nube de tristeza, y le conceda esa serenidad de ánimo de la que una mamá tanta necesidad tiene para llenarse ella misma y a todos los de casa, y en el caso de usted para crecer cada vez más en la luz de la fe y en fortaleza de las virtudes cristianas para sus bellas hijas.
Que Dios afiance cada día más el edificio religioso de su vida, señora Condesa, con la divina base de la fe, como queda dicho en las Sagradas Escrituras que "el justo vive por la fe".
El excesivo trato de bondad, de amor que Dios ha usado hacia nosotros, supera nuestra razón, pero esto, señora Condesa, no debe ser motivo de duda, sino un nuevo argumento de su verdad, y un nuevo empeño por nuestra parte de conservar en nosotros una fe íntegra.
Para creer de este modo no es necesario que usted tenga la solución a todas las dudas que puedan nacer en su mente contra las verdades particulares de la Fe. ¡Oh no! Ni siquiera el Angélico ni San Agustín llegan a eso.
Usted, Señora Condesa, quiera escuchar a este pobre sacerdote que le escribe: confíe grandemente en la bondad del Señor, en la gracia y misericordia de Jesucristo Nuestro Señor; después, señora Condesa, eleve cada tanto su espíritu a Dios y dígale: Señor quiero hoy y siempre reposar sobre Tu Paternal Corazón, y entre los brazos de la Santa Iglesia, Madre de los santos y también de mi fe y de mi alma.
Que engrandezca la Fe nuestros corazones, la Fe que es sustancia de las cosas que hemos de esperar, que ha inspirado todo lo que es grande en la vida y en la civilización.
¡Fe! ¡Fe! Oh, ¿no es Dante quien sublimemente canta a la fe en el pasaje de S. Pablo a los hebreos?
"La Fe es sustancia de cosas esperadas
y argumento de las que no han llegado
y ésta me parece a mí su guía".
Sí, la fe es una virtud basilar, y sustancial fundamento sobre el que se apoya la esperanza de las beatitudes, que están llenas de inmortalidad.
La fe es argumento, demostración y luz donde el intelecto es conducido a creer aquellas verdades que con las fuerzas naturales no podría comprender.
Y que nuestra esperanza en Dios, no tenga fronteras; todo lo podemos esperar de Dios, en humildad, amor y confianza grande.
Dios es el padre celeste que todo lo puede y todo nos lo quiere dar, basta que lo pidamos y lo amemos, en sencillez y abandono como párvulos.
Podría decirse que el Señor nos quiere, en cierto sentido, siempre niños, siempre contentos y serenos.
Propiamente así se ama y se sirve al Señor, en santa alegría, no en la tristeza, el mismo San Francisco de Sales no creía en la santidad melancólica y triste, y solía decir "Un santo triste es un triste santo".
Francisco de Asís además no quería sólo la alegría sino la perfecta alegría.
Conocí a Don Bosco, estaba siempre alegre y de buen humor, incluso cuando le quitaron la Misa.
Y Santa Teresa decía"nada te turbe".
Así eran nuestros hermanos los santos, así debemos esforzarnos, vencernos y ser nosotros igual: ¡siempre contentos y alegres en el Señor!
Y ¿cómo no se pudiera estar llenos de santa alegría si el Señor está cercano a nosotros y en nosotros? "Escrúpulos y melancolías, fuera de la casa mía", decía S. Filippo.
Fuera pues cualquier tristeza, señora Condesa, fuera cualquier nube, toda fantasía, todo pensamiento que no lleve paz al espíritu, sino inquietud y turbamento: esas ideas, esos pensamientos no son de Dios, sino del enemigo de toda paz y de todo bien. Estemos tranquilos, serenos y reposemos por tanto confiados en la mano del Señor.
Y encomendémonos a María Santísima, Madre de consolación y de toda paz.
¡Qué predicón, señora Condesa, qué predicón! ¡Menos mal que estamos en cuaresma! Valga por todas las veces que no la he respondido.
La conforto y la obsequio, y le ruego de aceptar mis súplicas, que quieren estar llenos de ánimo, también para su esposo.
¡Invoco una grandísima bendición de Dios sobre toda su casa, y una feliz Pascua!
Humilde servidor de Cristo
Don L. Orione