Desde la Argentina, el sacerdote italiano proyectaba una revancha de la caridad en Espaņa.
EL BEATO LUIS ORIONE Y EL MARTIRIO DE LA IGLESIA EN ESPAÑA
Desde la Argentina, el sacerdote italiano proyectaba una revancha de la caridad en España después de tanto odio.
En 1939 escribió al Secretario de Estado vaticano pidiendo la institución de una fiesta en memoria de los mártires de la persecución.
Flavio Peloso
Los estudios que supone la promoción de las causas de los santos lleva a descubrir y conservar una verdadera mina de noticias y de documentos, que constituyen un aporte precioso y de gran valor para la historia y la cultura, sobre todo porque por lo general los “santos” han participado profundamente en los hechos y las ideas que constituyen la trama de la historia.
El estudio realizado recientemente sobre las causas de los mártires valencianos ha puesto en evidencia el interés apasionado y la actividad emprendedora del beato Luis Orione[1] por la Iglesia deEspaña.
Los hechos que habían ensangrentado la España Don Orione los conocía bien, ya sea a través de las informaciones recibidas directamente de altas personalidades eclesiásticas, o por la resonancia que tenían en la Argentina donde vivió casi ininterrumpidamente desde 1934 a 1937, o sea en el momento culminante de la persecución religiosa.
Desde Buenos Aires, Don Orione dirige palabras muy emotivas y de gran solidaridad al Card. Segura, a quien había acogido en Roma, en el Estudiantado de sus seminaristas: “Me doy cuenta del dolor que debe sufrir el corazón de V. Eminencia en esta Navidad, mientras Su amada Patria está siendo despedazada por gente sin fe y carente de todo sentido de humanidad. Suplicaré a Ntro. Señor para que, después de tantas pruebas de fuego y de sangre, conceda a España días de fe, de paz y de prosperidad”.[2]
La visión de la realidad, especialmente de aquellos hechos que ponían en peligro la paz y la fe del pueblo sencillo, despertaba en Don Orione un espíritu de iniciativa que traducía en obras sociales y de caridad. En una carta dirigida al Card. Copello, Arzobispo de Buenos Aires, le presenta un proyecto elaborado conjuntamente con un grupo de laicos y bienhechores argentinos y descendientes de españoles que tenía por objeto acoger en la Argentina y en otras naciones sudamericanas a los jóvenes españoles para sustraerlos a la tormenta que arreciaba en España. “Así, observaba Don Orione, en esta hora tan dolorosa se daría a la Madre España, que llevó la fe y la civilización a tantas partes de América del Sur, un testimonio de gratitud, salvando la fe de tantos jóvenes expuestos a una ruina extrema ”.[3]
Por otra parte, vista desde la Argentina España no quedaba tan lejos, y el beato Don Orione proyectaba una pronta revancha de la caridad: “Como habrá leído en los diarios – escribe al Venerable P. Carlos Sterpi, su primer colaborador en Italia - el Nuncio Mpns Cortesi pasa a Madrid, de manera que pienso que tendremos que prepararnos para ir a España, pues esto es lo que más desearía: iremos con un Pequeño Cottolengo español, si Dios quiere”.[4]
Así, desde la Argentina, Don Orione participaba en el drama de España, en el que descubría un llamado a un nuevo impulso apostólico destinado a hacer renacer en el pueblo la fe mediante las obras de caridad. Su reflexión era la siguiente: “Las naciones viven por y en el cristianismo; el aire que respiran es aire cristiano, y cuando este aire cristiano les falta, cuando desaparece el oxígeno evangélico y el espíritu de Cristo, entonces tenéis un México, tenéis la España roja, tenéis la Rusia; tenéis a los sin Dios, pero también a los sin Patria; el Comunismo, el Nihilismo, la barbarie. Que hablan de libertad, pero ejercen la tiranía; hablan de fraternidad, pero basta que vean a alguien con una medalla al cuello para que lo descuarticen como a un buey, aunque sea su proprio hermano de sangre y de nacionalidad, o lo ahorquen en un árbol, lo quemen vivo o lo masacren de la forma más bárbara ”.[5]
Cuando Don Orione escribía sobre estos proyectos para la España “mártir”, sabía de la existencia del primer Cenáculo de la Congregación abierto en Valencia, en la Calle Zamenoff, pero no tenía noticias de lo que estaba pasando. Allí fueron asesinados, el 3 de agosto de 1936, los Orioninos Padre Ricardo Gil Barcelón y el postulante Antonio Arrué Peiró, cuya causa super martyrio ha sido ultimada.[6]
Junto al drama social y a las ruinas sobre las cuales se debía reconstruir, Don Orione comprendió de inmediato el valor religioso y civil de toda la epopeya de los mártires de la fe en España. Tanto es así que, ya en 1939, llegó a proponer su glorificación por parte de la Iglesia y la institución de una fiesta dedicada a celebrar su memoria.
A un Cardenal – que todo hace pensar que fuera el Card. Maglione, Secretario de Estado – el Beato escribió una carta que sorprende por su clarividencia y por su audacia y oportunidad. En ella le proponía valorizar la memoria de tantísimos “Obispos, Sacerdotes, Religiosos y Católicos, asesinados por odio a la fe” tanto para impulsar la fe del pueblo español como para reconstituir su unidad social y civil. Vale la pena presentar el texto íntegro de la carta, cuyo contenido es justamente lo que Juan Pablo II ha realizado en los últimos tiempos para la Iglesia universal y el Obispo Mons. Agustín García Gasco ha promovido para la Diócesis de Valencia.
He aquí el texto de la carta, que juzgamos digno de ser reproducido íntegramente:
Eminencia Revma.,
Beso con profunda veneración la sagrada púrpura y me atrevo a manifestar a Vuestra Eminencia Revma. un deseo de mi corazón.
Durante el período anticristiano e inhumano de la guerra de España, en todas partes se rezaba por los Obispos, Sacerdotes, Religiosos y Católicos bárbaramente asesinados.
Es sabido que muchísimos fueron matados por odio a la Fe.
Y la Madre Iglesia, cuando llegue la hora y si el Señor lo desea, no dejará de glorificar a varios de ellos. Pero necesariamente pasará mucho tiempo antes de que esto ocurra y cuántos, aún habiendo caído como héroes cristianos y por la Fe, permanecerán para siempre en el olvido!
En estos días he pensado muchas veces: qué hermoso sería si - ahora que el calvario de España ha terminado, al menos bajo un cierto aspecto -, el Sumo Pontífice instituyera en aquella Nación todavía tan probada una fiesta destinada a celebrar en bloque la fe, las virtudes cristianas, el heroísmo [de todos los Mártires] de todas las víctimas masacradas en casi tres años de guerra, por odio a Jesucristo y a su Iglesia.
En estos momentos en los que el pueblo español exalta con grandes festejos civiles a sus caídos y liberadores, y todos deseamos un verdadero renacimiento católico de esa España que ha dado tantos Santos, ¿no sería esto el sello, por así decir, del triunfo de la Iglesia sobre el bolchevismo, de la civilización cristiana sobre tanta barbarie?
Esa fiesta contribuiría, además, no sólo a hacer desaparecer las funestas divisiones y a cimentar en la Fe y la Caridad, que siempre unifican y hermanan en Cristo; y no sólo a rendir el debido homenaje a tantos valientes - cosa que sin duda la Iglesia desea tácitamente en el corazón de sus fieles - sino que serviría también para mantener vivas en el espíritu de ese pueblo tantas memorias bellas, santas y grandes; a reencender en aquella tierra, que ha pasado por el bautismo de tanta sangre cristiana, el fervor y el celo, y a consolar, finalmente, a los buenos que tanto han sufrido.
Y así, mientras esta fiesta, instituida solemnemente, reuniría en torno a los altares a toda la nobilísima Nación española para proclamar con juramento la fe en sus tradiciones religiosas milenarias, reafirmaría al mismo tiempo otros principios sanos de vida honesta y civil, y proyectaría una luz grande sobre la fausta aurora del nuevo Pontificado: una luz bien alta cuyos reflejos no se limitarían a los confines de España, sino que llegarían indudablemente y de manera sumamente beneficiosa a las naciones hispanoamericanas que mantienen con ella vínculos seculares.
Disculpe, Eminencia, si me he atrevido a exponerle humildemente este pensamiento, y en su gran bondad disponga como crea oportuno in Domino; y recomiéndeme ante el Señor.
[en el dorso de la primera página] Una jornada instituida por el Papa con esta finalidad, cuánta repercusión tendría y cómo reanimaría los espíritus!”.[7]
En los últimos tiempos, evocando la tragedia y el martirio de Iglesias locales enteras, Juan Pablo II ha recordado muchas veces que “mantener viva la memoria de lo que ha sucedido es una exigencia no sólo histórica, sino también moral. No hay que olvidar! No hay futuro sin memoria. No hay paz sin memoria!". Más concretamente, en la Tertio millennio adveniente 37, constatando que “en nuestro siglo han vuelto los mártires, con frecuencia desconocidos, como ‘militi ignoti’ de la gran causa de Dios”, el Santo Padre ha exhortado: “En la medida de lo posible no deben perderse en la Iglesia sus testimonios. Es preciso que las Iglesias locales hagan todo lo posible por no perder el recuerdo de quienes han sufrido el martirio, recogiendo para ello la documentación necesaria”.
Es interesante escuchar esta sinfonía de voces, caracterizadas por una gran pasión civil y eclesial, que ponen en evidencia la urgencia y la belleza moral que representa el hecho de cultivar las memorias de los mártires.
N O T E
-------------------------
[1] Cfr. G. Papasogli, Vida de Don Orione. La audacia de la caridad, Editorial Ciudad Nueva, Madrid, 1989; L. Orione, Acción y contemplación, Escritos de vida cristiana, Editorial Ciudad Nueva, Madrid, 1989.
[2] Carta de 14.12.1936; Escritos (Archivo Don Orione, Etruria 6 – Roma). vol.51, p.178
[3] Carta de abril de 1936; Escritos 51, 176.
[4] Carta de 3.6.1936; Escritos 19, 73.
[5] Minuta; Escritos 61, 115.
[6] El Padre Ricardo Gil Barcelón, descendiente de una familia noble de Torrijas, nació en Teruel en 1873. Hizo el servicio militar en Filipinas donde, terminados sus estudios en la universidad de Manila, se ordenó de sacerdote. En 1910, se encontró con el beato Luis Orione en Roma y entró en su congregación. En 1930, fue enviado a España para comenzar una comunidad y una obra de caridad. La persecución se abatió también contra la casa para los pobres que él, con el postulante Antonio Arrué Peiró (nacido en Calatayud en 1908), tenían siempre abierta. Fueron llevados a El Saler de Valencia y murieron al grito de “Viva Cristo Rey!”.
[7] Escritos, 81, 243-244.