Murió el 5 de octubre de 1947. Declarada "Venerable" el 1 de julio de 2010.
HERMANA MARIA PLAUTILLA
de las Pequeñas Hermanas Misioneras de la Caridad
P. Flavio Peloso
Lucia Cavallo nació el 18 de noviembre de 1913 en Roata Chiusani, una pequeña aldea rural de la provincia de Cúneo. Es una hija de los campos, de la gente pobre. Sus padres eran agricultores y sus seis hijos crecieron en medio de muchos sacrificios de los padres y personales. Esta sierva de Dios, por tanto, es también hija de ese Piamonte genuino, profundamente espiritual, sano y práctico. La cultura y la piedad religiosa, alimentadas por las enseñanzas de San Francisco de Sales y San Alfonso de Ligorio, alimentaron un humus fértil en el que, reaccionando a las tendencias galicanas y jansenistas, floreció toda una serie de santos que formaron un sólido tejido cristiano y civil: desde Albert von Diessbach a Pío Brunone Lanteri, desde Guala a Cafasso y Allamano, hasta las tres grandes estrellas piamontesas: Cottolengo, Don Bosco y Don Orione.
Lucía Cavallo, jovencita, aprendía las cosas de Dios de forma espontánea, cuidaba la casa, iba a pastorear, pensaba en sus hermanitos, asistía a la iglesia y le gustaba rezar. Militó en la acción católica y fue particularmente devota y fascinada por una "santa local", la sierva de Dios Caterina Benso.
Cuando su madre murió, Lucía tuvo que sacar adelante a sus hermanos y el hogar a los 12 años. "Cuando empezó a ir de sirvienta", recuerda su hermano Giuseppe, que también se hizo religioso más tarde, "todos los patrones la querían en su casa porque decían que no era una sirvienta, sino una madre de familia".
A Tortona para hacerse santa
Tenía en su corazón y quería entregarse totalmente al Señor, hacerse monja, pero las dificultades de tener que llevar la familia adelante parecían cerrar este horizonte. "Habiéndose cerrado todos los caminos humanos", escribió Lucía más tarde, "me dirigí al quien es refugio de los abandonados: María Santísima. Esto no sólo me consoló, sino que me dio una gran paz. Rezaba de buena gana y la vocación de ir como misionera se hacía cada vez más fuerte”. En 1933, el párroco de Roata recibió la "carta para la búsqueda de vocaciones" dirigida por el joven fundador, San Luis Orione, a todos los párrocos de Italia. Era la hora marcada por la Providencia. El 3 de noviembre de 1933, Lucía lo deja todo y entra en la "casa madre" de las Pequeñas Hermanas Misioneras de la Caridad, en Tortona. Fue a hacerse santa: "Hacerme santa a costa de cualquier sacrificio", escribió. La casa de Tortona está llena de los santos ejemplos y enseñanzas del Fundador. "San Bernardino es una gran escuela de caridad: quien tenga ganas de amar a Cristo en la cruz, que venga; quien no tenga ganas, que no venga", es el estribillo de Don Orione. Lucía Cavallo aceptó el reto de la caridad. No esperó nada más.
Durante el periodo de prueba, Lucía fue enviada entre los enfermos del Piccolo Cottolengo de Génova-Marassi. Asistió al curso de enfermería y se distinguió por su celo y habilidad. Al volver a la "casa madre" de Tortona, recibió el hábito de monja y el nombre de "María Plautilla" la noche de Navidad de 1935. Tras su primer año de noviciado, fue destinada al Instituto "Paverano", donde permaneció el resto de su vida. El 7 de diciembre de 1937 emitió sus santos votos en manos de San Luis Orione.
El martirio de la caridad
El Instituto "Paverano" era el núcleo de un gran complejo asistencial, el Piccolo Cottolengo de Don Orione. Albergaba a más de 500 mujeres con enfermedades físicas y mentales y a un grupo de niñas huérfanas. En la enfermería de aquel Pequeño Cottolengo, Sor María Plautilla pasó toda su vida. Sabía combinar la diligencia y la competencia técnica de sus cuidados con la delicadeza y la caridad. Siempre con una sonrisa y una oración en los labios, atenta, ingeniosa, tenía palabras de aliento y de fe para los enfermos, los familiares y las hermanas. Generosa y desinteresada, prestó libremente sus servicios y pasó muchas noches velando a los enfermos. También se dedicó a la catequesis para personas con discapacidad, con buenos resultados y edificación para todos. Hubo quien, al verla, la llamó "Don Orione con hábito de monja", hasta el punto de que el espíritu de Don Orione encontró en ella una interpretación femenina fiel, elocuente y emblemática.
Dejó escritos sencillos y profundos: algunos cuadernos y cartas a familiares y a las hermanas. "Hagámonos santos. En todos debemos ver a Jesús”: esta era la intención que reunía todas las energías espirituales y las actividades prácticas de Sor M. Plautilla. Su voluntad de holocausto tenía fuentes místicas. Tenemos un rastro de ello en una de las escasas cartas escritas y conservadas, dirigida a su director espiritual: "Desde hace tres años ha surgido en la Congregación una ‘Liga de las Lámparas Vivas’, es decir, de Hermanitas Misioneras de la Caridad que consagran su vida, sus oraciones, su trabajo y sus sufrimientos por la prosperidad de la comunidad y la santidad de sus miembros: sacerdotes y hermanas. Confiando en la ayuda de Dios, y guiada por ella, me gustaría ser una ‘lámpara’".
El tono "sacrificial" de su vida, que ya se manifestaba en su precisa y serena obediencia y en su servicio a las enfermas alienadas y repulsivas, fue adquiriendo cada vez más un carácter de martirio, hasta el epílogo de su muerte.
Una noche del otoño de 1945, la hermana M. Plautilla, al regresar al claustro después de un día de intenso trabajo, sufrió un ataque al corazón y se desmayó. Tal vez las penurias de la guerra, las angustias de los bombardeos y, sobre todo, su dedicación desmedida minaron su salud. Se le diagnosticó poliartritis reumática. Fue tratada, pero su estado general seguía comprometido, especialmente su corazón.
En cuanto se recuperó un poco, se permitió a la Hna. M. Plautilla volver con los enfermos. Reanudó su canto de caridad generosa. Pero su corazón siguió debilitándose silenciosa e inexorablemente.
Hacia finales de 1946, un acto heroico de caridad vino a teñir su vida con el martirio de la caridad. Sucedió que una de las enfermos mentales alcanzó, no se sabe cómo, el balcón de la ventana, con gran riesgo de caída. Sor M. Plautilla, dándose cuenta de ello, y dominando su fuerte emoción, hizo acopio de sus escasas fuerzas y alcanzó rápidamente a la infortunada mujer, consiguiendo ponerla a salvo.
Sin embargo, inmediatamente después sufrió un nuevo y más debilitante colapso. Estaba postrada en la cama, y esta vez para siempre. Atendida con atención por las hermanas, no mostraba signos de mejora. A menudo tenía brotes de sangre, y con la enfermera preocupada le quitaba importancia diciendo: "¡Si al menos fuera sangre de mártir!". Pero la broma tenía su verdad en el deseo genuino y la donación espiritual.
Su lecho de enferma se convirtió en cátedra y altar para la colorida comunidad del Pequeño Cottolengo. Sacerdotes, monjas, médicos, empleados y, sobre todo, sus queridos enfermos venían a visitarla, a tener una buena palabra, una sonrisa, a rezar una oración o incluso simplemente a persignarse. El 14 de agosto de 1947, la hermana Plautilla recibió la unción de los enfermos e hizo su profesión perpetua al día siguiente.
En su pequeño y brevísimo diario, otra mano escribió más tarde: "5 de octubre, fiesta de Nuestra Señora del Rosario, recibió el Santo Viático, a las 8 de la mañana. Hacia las 10 del mismo día, asistida por tres sacerdotes, todas las Hermanas, los niños y algunos enfermos hospitalizados, subió al cielo, dejando de sufrir".
La espiritualidad del trapo
De esta monja ejemplar quedó no sólo el recuerdo y el dolor, sino también la edificación de la santidad que sugirió la devoción en los corazones de muchos que llegaron a conocer esta flor escondida en una casa de caridad. Conociendo a esta monja, muchas hermanas y personas de todos los ámbitos comprendieron lo que significaba la "espiritualidad del trapo" transmitida por Don Orione como camino de santificación. "Es un hecho que a veces bajo estos trapos - observó Don Orione - se esconden almas elegidas, almas generosas, capaces de grandes sacrificios y que hacen un gran bien en el campo de la caridad" (Parola IV, 347). Y cuando, de nuevo, dijo que "entre las Hermanas tenemos heroínas, por las que el mayor esfuerzo es mantenerlas quietas y moderadas" (Parola VI, 140) estaba haciendo una observación que él, tan sensible y agudo en las cosas de Dios, estaba verificando. No dio nombres, pero la hermana M. Plautilla estaba sin duda entre ellas.
El 2 de octubre de 1986, en Génova, ante el Card. Siri, se abrió el proceso de canonización de Sor M. Plautilla. Concluido con éxito el 5 de octubre de 1989, el proceso fue trasladado a la Congregación para las Causas de los Santos, que emitió el Decreto de validez del proceso el 1 de febrero de 1991. Después de examinar los escritos, que eran de un tamaño modesto, y de recoger más documentación en la Informatio super vita e virtutibus, la Iglesia emitió su juicio sobre la heroicidad de las virtudes. El 1 de julio, el Papa Benedicto XVI autorizó a la Congregación para las Causas de los Santos a promulgar el decreto de reconocimiento de las virtudes heroicas de la Sierva de Dios María Plautilla Por lo tanto, a Sor María Plautilla se le atribuye el título de "Venerable".
BIBLIOGRAFÍA
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