ARGENTINA: La presencia de Don Orione, historia y actualidad
80 años de Don Orione en Argentina (primera parte) 80 años de Don Orione en Argentina (segunda parte) P. Cesar Morelati. Testigo del rostro de Don Orione La pequeña Obra en Mar del Plata Padre José Dutto. El buen pastor de Mar del Plata Vea También: Don Orione encuentra la Argentina
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DON ORIONE, Buenos Aires, Mar/Abr 2002, Nº221922 - 12 de frebrero – 2002
80 años de Don Orione en Argentina
(primera parte)
Por P. Luis Espósito
Cuatro individuos atraviesan los pórticos de madera de una iglesia -prácticamente en estado de abandono- ubicada en un pueblo de la provincia de Buenos Aires llamado Victoria. Una vez en su interior, echan a caminar muy lentamente por la nave central, rumbo al altar mayor, intentando observar con detenimiento cada detalle del edificio. Es el mes de noviembre de 1921.
De pronto, uno de ellos -que es sacerdote- se separa del resto, y hasta parece haber perdido la compostura. Se lo ve como exaltado primero, conmovido y arrodillado después, frente a una imagen de la Virgen, elevando los brazos y diciendo en alta voz: "¿Es que no lo ven?; ¡Es la Virgen de la Guardia!" Son palabras encendidas las que salen de la boca de este sacerdote, no tan conocido hasta ese momento, cuyo nombre es Luis Orione.
Su aspecto se había transformado. El dolor de muelas que hasta ese momento lo tenía a mal traer desapareció como de un plumazo, y un fervor alegre volvía a animar su espíritu inquieto y emprendedor, haciéndole decir: "Vine a la Argentina con la intención de edificar una iglesia a la Virgen; pero la Virgen fue más diligente que yo y me la da ya hecha. Cuando partí de Génova prometí consagrarle todas mis obras en América y ahora me siento feliz de verla honrada aquí".
Habían sido testigos de aquel singular encuentro entre el padre Orione y la imagen de la Virgen, monseñor Maurilio Silvani, secretario de la Nunciatura Apostólica; el presbítero Maximino Pérez, párroco de San Fernando; y el Dr. Tomás R. Cullen Crisol, conocido vecino de Victoria.
De viaje a la Argentina
Don Luis Orione había viajado a la Argentina por invitación de Mons. Silvani, a quien había conocido en Italia. En la carta de invitación le decía: "Aquí hay para elegir. Monseñor Francisco Alberti, obispo electo de La Plata, le costea el viaje y se encarga de conseguirle una buena residencia, lo más cercana posible a la capital argentina; se habla de ofrecerle un orfelinato en Mar del Plata, una colonia agrícola en Pergamino... pero venga, venga pronto, en noviembre, que en Argentina es el mes de la Virgen María y de las flores. Aquí no hay nada para los pobres, no hay nada para los niños abandonados, para los desamparados..."
Desde hacía unos meses, Don Orione se encontraba en Brasil, acompañando a sus religiosos que años atrás habían comenzado una misión allí. De modo que al recibir la carta, acepta la propuesta, incluso con la idea de participar de la peregrinación anual de italianos al santuario de Luján, a la que también había sido invitado. Finalmente, la noche del domingo 13 de noviembre de 1921 Don Orione desembarca en el puerto de Buenos Aires. Lo recibe Mons. Silvani y lo acompaña hasta la casa de los Padres.
Redentoristas, anexa a la iglesia de las Victorias, en pleno centro de Buenos Aires. Allí se traslada con sus sueños a cuesta, con incertidumbres y expectativas alimentadas a base de una gran certeza: Dios sabía muy bien lo que estaba haciendo...
El esperado ofrecimiento
A los pocos días de llegar a la Argentina, Mons. Alberti lo recibe en audiencia en La Plata y le ofrece hacerse cargo de una capellanía en Victoria, que pertenecía a la Parroquia Nuestra Señora de Aranzazu, de San Fernando.
El templo había terminado de construirse en 1913 a partir de un terreno donado a fines del siglo XIX. Su inauguración como capilla la había tenido en mayo de 1920, pero el P. Maximino Pérez -párroco del San Fernando- no podía atenderla en forma regular por falta de sacerdotes.
En su interior contaba con aquella imagen de Nuestra Señora de la Guardia que tanto impactó a Don Orione y que inspiraba en él una devoción tal, al punto que deseaba desde hacía tiempo levantarle un santuario en su querida Tortona (Italia), cosa que más tarde lograría.
La providencial presencia de aquella bella imagen había tenido que ver con la iniciativa de don Francisco Cervetto, vecino destacado de la incipiente comunidad, quien la había mandado traer desde Génova. Lo que seguramente jamás habría imaginado es que al poco tiempo un santo se inclinaría extasiado a los pies de esa imagen de la Virgen y que el templo, recientemente inaugurado, habría de ser puesto, algún día, bajo su advocación.
Inicios de la Obra
Don Orione al encontrarse con la Virgen aquel 17 de noviembre, comprendió a las claras que ése era el lugar indicado para comenzar su obra en estas tierras y aceptó el ofrecimiento sin dudarlo un instante. Dios se lo estaba señalando y la realidad misma del lugar lo movía a compromiso: "Victoria tendrá unas 400 almas y los domingos concurren a Misa entre 50 y 60 personas. Una de las razones por las que preferí Victoria a otros lugares bajo varios aspectos mucho mejores, fue precisamente porque éste se me presentó como un pueblo completamente abandonado. La población está formada en su mayor parte por ferroviarios, gente que no es estable, que generalmente está inscripta en el registro de los partidos más avanzados; algunos padres arrancaron de las manos de sus hijos las medallitas que les hemos regalado nosotros… Hasta hoy no tengo dinero, pero la Virgen Santísima lo mandará, porque eso también es necesario y Ella lo proveerá. Dios no nos abandonará, si somos suyos y si vivimos humildes y pobres".
Inmediatamente escribió a su obispo de Tortona, contándole las novedades y explicándole que "es Dios el que me empuja a hacer lo que hago, a pesar de tantas dificultades e incomprensiones... Es la Virgen que me lleva a hacer obras que no son mías". Sólo así se explica cómo un hombre que estaba enfermo del corazón y que tenía dificultades para caminar a causa de una lumbalgia, continuara extendiendo sus esfuerzos hasta el máximo y realizando cosas que desde fuera pudieran juzgarse como insensatas.
También le escribe al padre Sterpi -su colaborador más directo en Italia- pidiéndole que le envíe cuanto antes un grupo de religiosos a fin de atender las nuevas necesidades que se planteaban tanto en Brasil como en Argentina. A uno de sus sacerdotes que estaban en Italia, el padre José Zanocchi, le había escrito lo siguiente: "Querido Don Zanocchi, me has preguntado si ahora que murió tu padre puedes venir tú también a las misiones. Pues sí, la tuya es una verdadera inspiración de Dios... ¡Reza y prepárate...!". El 15 de enero de 1922 partió de Génova un contingente con cinco misioneros: los padres José Zanocchi, Enrique Contardi, José Montagna, Carlos Alferano y el clérigo Francisco Castagnetti. Ni bien llegaron a Brasil, se encontraron con el mismo Don Orione que había ido a esperarlos. El padre Alferano quedó en Brasil, mientras que los demás se embarcaron con Don Orione hacia Buenos Aires. También lo hizo el hermano José Dondero, que por tener familiares en Lanús (Buenos Aires), sabía manejarse bien con el idioma castellano.
La primera casa
El 6 de febrero, mientras una salva de 21 cañonazos anunciaba la reciente elección de Pío XI como nuevo Papa, Don Orione y sus misioneros llegaron a la Argentina, y cinco días más tarde tomaron posesión oficialmente de la iglesia de Victoria, estableciendo así la primer comunidad orionita en nuestro país: "Llegamos a esta casa el 10 de febrero de 1922, celebrando la primera misa en ella el día siguiente, fiesta de Nuestra Señora de Lourdes", tal como aparece consignado en el diario personal del padre Zanocchi.
Una vez inaugurada la primera casa, Don Orione multiplicó viajes, encuentros con obispos y otras autoridades, visitas a obras ofrecidas, a enfermos y amigos. Sin embargo, todo este cúmulo de actividades no le impidieron atender el primer oratorio de la Pequeña Obra en Argentina. Según se sabe por su propia boca, en poco tiempo ya eran casi 80 los chicos, y no faltaban entre ellos algunas vocaciones: "Hemos comprado dos pelotas de fútbol pero no son suficientes; alquilamos una "giostra", que aquí llaman calesita".
Junto a esto merece un párrafo especial la Semana Santa de 1922, que según los testimonios de la época, fue algo nunca visto hasta ese entonces en Victoria. Don Orione mismo abunda en detalles al referirse a aquellas celebraciones pascuales: "La Semana Santa fue un verdadero triunfo de la fe aquí en Victoria. Las celebraciones, como en una catedral... Ofició monseñor Silvani, decretario de la Nunciatura. El Sábado Santo, la Misa de Gloria cantada en música de violines y la iglesia llena y 12 niños tocando las campanillas y luego en grupos por las calles, para anunciar que Jesucristo había resucitado y que también resucitaremos nosotros. Luego, grandes disparos de bombas y fuegos. En Pascua solemnes confesiones, primeras comuniones…Fuimos a descansar a la una…"
A la vez que se iban multiplicando las respuestas de fe y piedad del pueblo, no faltaban tampoco la indiferencia y hasta gestos de violencia, como lo atestigua el Sr. Blas Burzio en una nota firmada 20 años más tarde: "Con Don Orione llegó también otro humildísimo sacerdote dispuesto a catequizarnos: era el R. P. José Zanocchi, a quien -vergüenza y dolor causa el recordarlo- recibió nuestro pueblo con una piedra en cada mano... y decimos piedra y aquí no es todo lenguaje figurado pues las agresiones fueron desde la expresión irrespetuosa hasta la piedra arrojada a mansalva... Ah, si pudiéramos en el breve espacio de este artículo, narrar una por una, todas las escenas ingratas... Sería algo así como una pública confesión colectiva de nuestra resistencia al avance de la civilización cristiana..."
También en Marcos Paz
Además de la casa de Victoria, en los primeros días de abril Don Orione se hizo cargo de la atención espiritual de 700 muchachos que estaban alojados en la Colonia Nacional de Marcos Paz. El panorama no era nada sencillo. Se trataba de un instituto correccional de menores -el más grande del país- con niños pequeños y jóvenes hasta los 20 años, de los cuales más de 100 tenían ya causas penales.
La aceptación de este ofrecimiento había alegrado muchísimo a Mons. Espinoza, arzobispo de Buenos Aires, quien desde hacía años venía intentando infructuosamente que al menos algún sacerdote pudiera entrar allí para celebrar misa los domingos y hacer un poco de instrucción religiosa. A esto se le sumaba el inconveniente de la falta de colaboración de los responsables de aquella institución, que en general, evitaban todo compromiso relacionado con la fe.
La tarea -muy desafiante, por cierto- fue encargada a los padres Contardi y Montagna y al clérigo Castagnetti, quienes por un tiempo debieron dedicarse a aprender el español junto a los hermanos Maristas de Luján.
La obra continúa
Antes de partir, Don Orione deja al frente de su Congregación al padre Zanocchi, quien, además de ser el Rector de la iglesia de Victoria, debería ocuparse en lo sucesivo de ser el Superior tanto para Argentina como para Brasil: "Es inútil que les diga que él goza de toda mi confianza desde el momento que, a pesar de todo el bien que podría haber hecho en Italia, he decidido traerlo a América para que sea aquí el representante de la Congregación y sea como el Don Sterpi de América... De hoy en adelante, ustedes recurrirán a él, como lo hicieron hasta ahora conmigo..."
Ciertamente no fue nada fácil la despedida, tanto para el Fundador, como para sus religiosos. Aquel 10 de mayo de 1922 resultó tan emotivo que, según cuenta el padre Contardi: "... Su salida para Italia nos dejó como los apóstoles cuando Jesús subió a los cielos. Hemos mirado el buque Palermo hasta que nuestros ojos, llenos de lágrimas, tuvieron el único consuelo de ver todavía su blanco pañuelo..."
La misión ahora quedaba en manos de esos cinco misioneros, tan valiosos como dispuestos, que habiendo dejado su propia tierra, iban a ser capaces de continuar esta obra de Dios iniciada con un enorme viaje que había emprendido Don Orione desde Italia... Claro que, gracias a alguien que poco tiempo antes que él, providencialmente, viajó también desde Italia para prepararles el terreno: "¿Es que no lo ven?; ¡Es la Virgen de la Guardia!".
Publicación del diario "El Pueblo", del 12 de noviembre de 1921.
Primera vez que un medio de comunicación de Argentina refiere algo sobre Don Orione.
"Tendrá mañana la ciudad de Buenos Aires la dicha de recibir una visita que será memorable en los anales de la beneficencia cristiana. El sacerdote Luis Orione, fundador de la Pequeña Obra de la Divina Providencia, padre de los niños huérfanos y desamparados, llega mañana a la República Argentina, para conocer de cerca nuestro país, a nuestros niños pobres, a los que no tienen un protector, un maestro, un amigo que les instruya, los eduque, los haga útiles a sí mismos y a la sociedad.
El sacerdote Orione, intitulado de la Divina Providencia, su Pequeña Obra, ha elegido para sí el ínfimo ambiente social donde están recluidos los pobres de solemnidad, los señores del conventillo, los árbitros de los pórticos y de las calles en las noches frías de invierno, en los crepúsculos grises del otoño, los candidatos a la desesperación y el crimen.
Esas almas, tan numerosas como preciosas, son las que viene a buscar aquí el sacerdote Orione, uno de esos curas de los que el pueblo indiferente suele decir: ¡Si todos fueran así!
El ilustre padre Semeria, barnabita, al expresar su admiración hacia la obra del sacerdote Orione, decía que como hay especialista en las ciencias, en las artes, en la industria, hay también especialistas entre los sacerdotes. Luis Orione es el especialista de los niños abandonados.
Los dones extraordinarios que, según escribió el santo padre Benedicto XV, le fueron concedidos -como tal vez a ninguna otra persona- para socorrer a los necesitados, el virtuoso sacerdote viene a ofrecerlos a nuestro país, en la medida que sus fatigas apostólicas le permitan.
La sociedad argentina brindará su tradicional hospitalidad al mensajero cristiano, como merece la fama de sus singulares virtudes, de su inagotable caridad".
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Revista DON ORIONE, Buenos Aires, Año V - Mayo/Junio 2002, n.23
80 años de Don Orione en Argentina
(segunda parte)
Sobre textos del P. José Dutto, P. Humberto Zanatta
En mayo de 1922, a seis meses de su arribo a tierras argentinas, Don Orione retornaba a Italia luego de haber trajinado duramente junto a sus colaboradores la apertura de la primera casa en Victoria. Antes de partir, había deseado dejar la nueva fundación organizada y sobre bases sólidas.
La despedida no fue nada fácil para quienes quedaban a cargo de continuar el camino apenas iniciado: cinco misioneros cuya cabeza era el Padre José Zanocchi, designado Superior en la Argentina. Pero el nombramiento debía ser consagrado por un documento o un acto oficial que confirmase su autoridad. El documento ya lo había escrito Don Orione el 19 de marzo de ese año en una comunicación a sus hijos del Brasil, en la cual confirmaba al PadreZanocchi como su sucesor en nuestro país y Superior en Brasil.
El escrito de Don Orione, además de ser redactado en un estilo de cierta solemnidad que aumentaba su importancia, muestra una vez más la estima que sentía personalmente por Don Zanocchi y toda la confianza que depositaba en él. "Me es sumamente grato -escribe Don Orione- en esta solemnidad de San José, quien es Patrono especial de nuestra pequeña Congregación, nombrar Superior de los Hijos de la Divina Providencia tanto en la Argentina como del Brasil, al hermano de ustedes en Cristo, Sacerdote José Zanocchi quien hará mis veces y me sucederá en el gobierno de la Congregación hasta que yo o mi sucesor disponga otra cosa… el Padre Zanocchi es conocido personalmente por todos y merecidamente estimado por su prudencia, piedad, suavidad de espíritu y ciencia en Jesucristo: El es el mayor de todos ustedes y por su edad y sacerdocio hará de verdadero y buen hermano mayor. Es inútil que les diga que él goza de toda mi confianza desde el momento que también con sacrificio de mucho bien, de muchos intereses en Italia, lo he querido llamar precisamente en América para que fuera aquí el representante de la Congregación y sea como el 'Don Sterpi de América'".
Hacia más vastos horizontes
El Padre Zanocchi no tenía el entusiasmo ardiente y fogoso de Don Orione, pero poseía todo su espíritu y su fe.
En Victoria había encontrado una bella pero pobre y casi abandonada iglesia. El campanario era habitación tranquila de búhos y lechuzas. En el altar mayor reinaba una bella estatua del Sagrado Corazón de Jesús y en un ángulo de la iglesia, sobre un cajón, yacía descuidada, una hermosísima estatua de la Virgen de la Guardia (con las ovejas y el Pareto). Sin mucho alboroto, el Padre Zanocchi, arremangándose, trató de arreglar la iglesia y, volviendo a sus antiguas habilidades de carpintero experto, con sierra, cepillo y martillo, preparó un altar más digno, sobre el que colocó en honor a la Virgen de la Guardia.
Don Zanocchi quedó al frente de una pequeña grey en Victoria que contaba además con la ayuda de dos clérigos. Organizar esta comunidad habría sido un empeño más que suficiente para absorber la vida entera de un sacerdote. Pero el Padre Zanocchi comprendía muy bien que era su vocación y su deber mirar hacia horizontes mucho más vastos.
Inteligente y generoso, se dirigió por este surco con ánimo valeroso y confiado. Pero no debe creerse que el P. José se aventurara en empresas irreflexivas. No se lo permitía su carácter y menos aún su virtud religiosa de estricta obediencia. De todo informaba minuciosamente a Don Orione, quien puede decirse que desde Italia dirigía las iniciativas de la naciente Congregación en Argentina.
De algunas obras Don Orione había tomado personalmente la iniciativa, como la del Colegio de la Sagrada Familia en el puerto de Mar del Plata. Allí las Damas Vicentinas de Buenos Aires le había propuesto aceptar la escuela y fundar una iglesia en aquella pobre y abandona zona (ver Revista Don Orione Nro. 8). En los años siguientes Don Zanocchi se hizo cargo de esta obra, enviando el personal necesario y organizándola.
Lo mismo puede decirse, en general, de las otras fundaciones. El Padre Zanocchi esperaba no sólo el consentimiento de Don Orione, sino también las condiciones y las normas para su aceptación y actuación.
Intenso intercambio epistolar
A poco de haber partido Don Orione desde el puerto de Buenos Aires con destino a Italia, el padre Zanocchi le escribe desde Victoria: (15/05/1922) "Espero que haya tenido un buen viaje. Nosotros hemos rezado siempre (…) Hoy, fiesta de San Isidro, me encontré con Mons. Alberti. Se alegró al verme y me detuvo un cuarto de hora preguntándome cómo estamos, cómo vivimos, cómo es la relación con nuestro párroco, cuándo volverá usted porque quiere regularizar nuestra situación. Terminó diciéndome que estemos tranquilos que en Victoria están todos contentos con nosotros (…) Hemos conseguido la luz delante de la iglesia y el reglamento de la calle, por lo menos así prometieron en la Municipalidad de San Fernando. Domingo, por primera vez, dije dos palabras sobre la Virgen de Luján en la misa de 9,30 …". Mientras tanto, Don Orione, que había salido de Buenos Aires el 10 de mayo, desembarcó en Santos (Brasil) el día 15, y el 16 decía a Don Zanocchi: "… Espero que estén todos bien… Les escribiré también desde Rio, antes de salir a Italia. El 25 de mayo estaré espiritualmente presente en la fiesta que haran y en la procesión a Jesús Sacramentado. Rezaré para que las Santas Misiones vayan bien. El Señor los consuele, querido P. Zanocchi, y los bendiga … ¡Hasta pronto!, si Dios quiere…".
Precisamente el día 25 arriba la carta de Don Orione. Inmediatamente sale la respuesta de Don Zannochi: "La función eucarística salió muy bien. Vinieron muchos de Buenos Aires: señoras y un grupito de hombres. Saliendo de la estación y por las calles de Victoria hicieron resonar cánticos religiosos… Nuestro 'Oratorio' se presentaba bien poblado de jóvenes atraídos por los numerosos juegos… La procesión era una corona compacta que daba vuelta a la iglesia. A un lado del altar pusimos una gran bandera del Papa y al otro la de Argentina. A la puerta de la iglesia se recogieron 20 pesos. La Santa Misión, que empezó ayer, parece que anda bien. Para dar la posibilidad de sentarse, hemos buscado en préstamo 7 bancos y 12 banquitos y pusimos todas nuestras sillas. Si sigue así, tendremos que agradecer mucho al Señor. Hoy tenemos la 'misioncita para los niños': 96 niños y 70 niñas. Desde el sábado tenemos la luz delante de la reja y nos sirve de compañía nocturna".
En junio se cumplía el primer mes de la partida de Don Orione. Los misioneros se encuentran solos haciendo frente a las primeras dificultades del nuevo campo de trabajo y del nuevo idioma. Por eso la correspondencia se intensifica y Don Zanocchi, que no recibe contestación a sus cartas -Don Orione ya estaba en alta mar- anota, impaciente, sexta carta, séptima carta, octava carta…
Finalmente con fecha 13 de septiembre Don Orione contesta que ha recibido todas las cartas y envíos de dinero realizados desde Victoria, y aclara: "Tengan todos paciencia si no pude escribir: no pude, de verdad. Estamos todos bien, pero agotados por tanto trabajo. Yo volveré pronto a la Argentina, con la ayuda de Dios. Envío adelante algunos para Brasil, otros vendrán conmigo". Sus palabras recién son leídas el 10 de octubre por un Don Zanocchi casi desesperado que pensaba que se habían perdido las cartas, aún las certificadas con los envíos de dinero que había realizado a Italia.
Ya en 1923 Don Orione espera verdaderamente poder regresar a nuestro país y lo repite continuamente en sus cartas, tanto que el P. Zanocchi y los demás misioneros lo esperan de un día a otro. Mientras tanto, conociendo la necesidad y por los continuos pedidos de Don Zanocchi, Don Orione envía un refuerzo a la misión en la persona del P. José Dutto, desconocido por los hermanos en Argentina puesto que había entrado recientemente a la Congregación ya siendo sacerdote.
Llega una larga carta de puño y letra de Don Orione (19/03/1923), que será de gran consuelo para el P. Zanocchi por las noticias que trae y el anuncio de la llegada del P. Dutto. "Estoy contento -escribía Don Orione- de que el 11 de febrero hayan festejado el 1er. Aniversario de nuestra llegada a Victoria, y les agradezco todas las buenas noticias que me han dado, y sobre todo estoy feliz de los informes consoladores sobre el movimiento religioso… El 4 de abril en el 'Cesare Battisti', y si no fuera posible el 14, saldrá con dirección a Victoria un sacerdote nuestro (…) e irá a terminar el noviciado con usted. Se llama Don Dutto (…) Es un óptimo elemento por su espíritu de piedad y por inteligencia y fervor religioso. Es muy culto (…) Este sacerdote estará con usted en Victoria, y durante ese tiempo aprenderá el castellano".
El P. Dutto arribó el 5 de mayo y se puso a trabajar en Victoria atendiendo un asilo y dando clase a dos clérigos. Pero hacia fin de año tuvo problemas de salud por lo que el P. Zanocchi insitió a Don Orione en la necesidad de enviar más misioneros a nuestra tierra con el fin de sostener las obras en curso.
El 28 de diciembre de 1923 Don Orione escribe: "Recibí la carta de ustedes para Navidad. En enero sale el P. Remo, que es sacerdote, y probablemente dos clérigos con él para Argentina (…) Nosotros estamos todos bien: con mucho trabajo. No piensen que no nos acordamos de ustedes: son el pensamiento y el corazón de la Congregación…"
Las nuevas obras
Mientras tanto, el trabajo contibuaba creciendo. En marzo de 1924 se inauguraba el Colegio de la Sagrada Familia en Mar del Plata. El emprendimiento -patrocinado por las Damas de San Vicente de Buenos Aires- estuvo dirigido a los hijos de obreros y pescadores de la zona del puerto marplatense.
Los comienzos fueron humildísimos, en una vieja casa alquilada y adaptada en la que el P. Dutto realizaba una tarea encomiable en soledad.
En Victoria, antes que la iglesia fuera erigida en parroquia, el P. Zanocchi se preocupó por darle al pueblo un colegio para la educación religiosa de la juventud. Así el 26 de abril de 1925, fiesta de la Virgen del Buen Consejo, se procedió a la bendición de la piedra fundamental del nuevo colegio, dedicado a San José, que fue inarugurado los primeros días de marzo del año siguiente .
Junto con el colegio, Don Zanocchi fundó una pequeña escuela de tipografía, que quiso dedicar también a San José. De la misma salió el primer número del periódico "Pequeña Obra de la Divina Providencia", una modesta publicación que se convirtió en la primera en lengua española de la Congregación y que mereció la complacencia de Don Orione desde Italia. Así, con el correr del tiempo aumentaban los ofrecimientos y demandas de nuevas obras hacia los Hijos de la Divina Providencia. En esos primeros años eran pocos los sembradores para una mies tan enorme. Sin embargo, el esfuerzo, la perseverancia y la fe de aquellos primeros orionitas iría dejando un surco cada vez más profundo en tierra argentina. Surco del que unos años después brotaría una de las obras más insigne de Don Orione: el Pequeño Cottolengo argentino, obra que aún hoy sigue testimoniando la caridad sin límites del fundador con tanta o más fuerza que en los orígenes.
El primer sucesor en Argentina
Cuando Don Zanocchi asumió como Superior de Argentina y Brasil tenía 48 años de edad. Estaba animado por un auténtico espíritu orionino, contaba con experiencia de vida, pero sobre todo era un hombre de Dios. No le faltaban tampoco dotes naturales de inteligencia y de corazón que ayudaron y facilitaron el éxito de su gran misión.
El P. José Zanocchi había nacido en Cegni (Italia) y Don Orione lo recordaba así: "Se presentó a mí y me dijo que quería ser sacerdote. Yo lo vi un joven distinguido y pensé ponerlo a prueba dándole el oficio de portero: así probaría su vocación. Llegó a ser modelo de religioso y se ordenó sacerdote con Don Julio Cremaschi en 1904" (fueron los primeros curas ordenados después de la aprobación de la Congregación un año antes).
De una sencillez cristalina, era sincero y esencialmente alegre y hasta jovial, al padre José le gustaba la broma divertida y sobria, pero, nunca vulgar: en todo su ser se advertía un carácter optimista, abierto y siempre el "sacerdote" y el "religioso", digno y austero aún siendo sumamente benigno. Delicadísimo de conciencia, observante de todas las reglas eclesiásticas y religiosas. Su piedad era sólida y profunda.
Su estilo evangelizador queda pintado en el siguiente relato: "En una de sus habituales recorridas por las polvorientas y a veces fangosas calles del pueblo de Victoria, el padre José encontró a un niño de corta edad, tal vez seis años, travieso, algo 'bandido'. El pequeño lo estaba esperando dispuesto, como muchos otros chicos del barrio, para arrojarle una piedra y decirle algo inconveniente. Ello no era extraño, por cuanto esas actitudes reflejaban el estado mental y el ambiente de mucha gente en la época en que llegó Don Zanocchi a Victoria. El padre José dedicó especial atención a ese chico y, con su habitual bondad y palabra persuasiva, de auténtico misionero de Cristo, atrajo a ese niño, rebelde y anticlerical en potencia, lo hizo asiduo concurrente de la iglesia, al mismo tiempo que lo alejaba del ambiente de la calle. Le hizo tomar la primera comunión y desde entonces ese niño fue el asistente y el monaguillo preferido del padre José Zanocchi. Con el tiempo llegó a ser el senador de la Provincia de Buenos Aires, don José Vazquez Pol: 'Yo era poco menos que un ciruja y siempre pienso, emocionado y agradecido, que aquel digno y virtuoso sacerdote, el padre José Zanocchi, que llegó a Victoria cuando el pueblo era casi todo campo, fue el que orientó mi vida por el buen camino, como lo hizo con tantos y tantos de mi pueblo'".
Don Orione le guardaba afecto y admiración: "En todas partes siempre listo, dispuesto, siempre contento y modesto, siempre sacerdotalmente dulce, siempre lleno de caridad: digno religioso de la Divina Providencia…".
Don Zanocchi llegó a la Argentina el 6 de febrero de 1922 y se quedó hasta septiembre de 1946, cuando fue elegido Vicario General de la Obra. Volvió a nuestro país en noviembre de 1952 y falleció en el Pequeño Cottolengo de Claypole el 17 de mayo de 1954, a los 81 años de edad, siete meses antes de cumplir los 50 años de sacerdocio. Descansa en la iglesia Nuestra Señora de la Guardia de Victoria.
(De "Padre José Zanocchi", Don José Dutto, 1968)
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DON ORIONE, Buenos Aires, n.15, 2000
Testigo del rostro de Don Orione
P. Cesar Morelati
Revista Don Orione va al encuentro del padre César Morelati, quien después de pasar por varias comunidades de la Pequeña Obra de la Divina Providencia en nuestro país hoy está en Victoria.
Lo encontramos caminando en el patio que está al lado de la parroquia de Nuestra Señora de la Guardia. Nos estaba esperando.
Hace 64 años que llegó de su Italia natal, pero todavía no ha perdido su acento lombardo. En aquella región del norte italiano vio por primera vez a la persona que le marcó profundamente la vida: Don Orione. Con alegría y lleno de entusiasmo nos contó aquel encuentro y su reencuentro de hoy.
Siendo niño, ¿qué recuerda de la convivencia con Don Orione?
- Al entrar de pequeño en la congregación (ver recuadro) parte de mi infancia fue en la Casa Madre de Tortona. Allí fui creciendo y conociendo a Don Orione. Como era niño había muchas cosas que todavía no comprendía. En ese momento no me daba cuenta de la santidad de ese gran hombre. El acostumbraba a jugar con nosotros distintos juegos que había inventado para hacerlos en el interior de la casa, porque en el patio era imposible debido a la nieve. Era el invierno de 1928. El jugaba y comía con nosotros, y cada tanto acudía al estudio y nos indicaba la ética y la moral que tenía que seguir el postulante.
- ¿Cuál fue el momento más importante de su vida en Tortona?
- Mi participación como ángel en un pesebre que se hizo en enero de 1934. Don Orione buscaba en ese momento a un adolescente para hacer de ángel. Porque poner a un niño con el frío que hacía no era bueno. Fue así que una tarde apareció en el estudio de los que cursábamos Filosofía y Teología, y fue mirando las caras de cada uno. Nosotros no sabíamos por qué, y nos poníamos un poquito temerosos. De pronto se para frente a mí. Los compañeros me decían que me iba a mandar a mi casa por alguna travesura que había hecho. Yo seguía haciendo mi tarea y él me seguía mirando. Entonces me dijo: "Ven conmigo". Fui detrás suyo hasta el cuarto donde él vivía. Cuando entramos me miró y vio que yo estaba pálido. Y me dijo: "No tengas miedo porque vas a venir conmigo para hacer de ángel principal en el pesebre". Fue así que me vistieron de ángel y estuvimos ahí dos días. El primer día filmaron una película del pesebre y el segundo la gente iba a besar al Niño Dios, que era la única figura de yeso. Las ovejas, los terneros, los tres Reyes Magos… todo era viviente. Fue en ese momento cuando empecé a descubrir a Don Orione como a una persona que vivía con Dios.
- ¿Cómo lo describiría a Don Orione?
- Su semblante transparentaba al Dios verdadero. Cuando sonreía captaba todas las voluntades. Don Orione vivía unido a Dios y eso se veía en su rostro. Sus ojos eran grandes, negros y siempre estaban centelleando. Cuando se fijaba en una persona y se iba dibujando su amplia sonrisa era cuando esa persona se serenaba. Había mucha gente que hablaba con Don Orione para pedirle consejo. Ya en Argentina, ocurrió un día que llego a la comunidad de Carlos Pellegrini desde Pompeya, donde yo vivía, y encuentro una cola inmensa. Y veo que uno a uno iban entrando por una puerta pequeña. Lo primero que pensé fue "murió Don Orione". "No, -me contestaron unos sacerdotes- esta gente viene a consultar con Don Orione para serenarse un poco. Porque algunos tienen dificultades espirituales y otros materiales".
- ¿Por qué parte de Italia hacia Argentina?
- Don Orione nos llamó para poder dar clase a los niños. En aquel momento la Obra había abierto los colegios San Martín de Tours, de San Fernando, y Mons. Juan Agustín Boneo, de Rosario. Llamó a alguno de los religiosos que tenían título de maestro, y si bien yo no tenía título, estaba de asistente de los postulantes, tenía un gran interés de conocer América y entonces levanté la mano. El padre Sterpi hizo los trámites y me mandó aquí junto con el padre Luis Varetto.
- ¿Cómo fue la despedida?
- El padre Sterpi quería que se nos hiciera una despedida como misioneros que fuera muy entusiasmante para nosotros y para los que se quedaban. En la ceremonia de despedida se nos besaron los pies, porque nos íbamos a misionar, y se nos dio una cruz misionera. Pero cuando llegué a la Argentina, Don Orione me pidió la cruz, la besó y me dijo: "Guarda esa cruz, aquí no son indios". Y yo, que tenía 20 años y venía con todo el entusiasmo, me quedé frío. Hace 64 años que tengo la cruz guardada como me pidió Don Orione.
- ¿Cuál fue su primer trabajo en Argentina?
- Los primeros cuatro meses estuve yendo todas las mañanas a la casa de Carlos Pellegrini (ver recuadro) donde me ocupaba de pasar a máquina las cartas que Don Orione escribía a mano. Muchas veces lo vi escribir y cómo cortaba el papel cuando subrayaba. Porque él tenía un carácter fuerte y cuando escribía cartas que eran bastante "saladitas", subrayaba y cortaba el papel. Yo me trasladaba para allí todas las mañanas desde Pompeya en el colectivo 50, que lo llamaban "El tiburón". El boleto para ir y volver me salía 10 centavos.
- ¿En qué estaba trabajando Don Orione cuando usted llega al país?
- Lo primero que empezó Don Orione fue la obra de Avellaneda, y después colocó la piedra fundamental del cottolengo de Claypole y más tarde los pabellones del cottolengo. También estaba interesado en abrir una obra en San Miguel. Fue así que contactó al dueño de los terrenos, que tenía allí una casa de mala vida. Y Don Orione le pidió que le diera los terrenos para transformar esa casa de mal en una de bien. El fundador lo hacía con mucho entusiasmo anunciándolo como bienhechor, aún cuando todavía no había tomado la decisión de entregar la casa. Esa era la estrategia para hacerlo decidirse. En ese momento me acuerdo del rostro de Don Orione, que estaba iluminado. Uno es el Don Orione que yo recordaba de pequeño y otro distinto el que me encuentro aquí, porque de pequeño no tenía noción de que el hombre era un santo. Su mística no pasaba por ponerse de rodillas y rezar, sino que toda su vida estaba entregada a Dios. Mientras trabajaba, escribiendo cartas o recibiendo a una persona, usted veía y sentía que era Dios quien hablaba.
- ¿Qué cosas preocupaban a Don Orione?
- Los colegios, porque no había maestros y no tenía plata para pagarles. Entonces venían desde Italia muchos hermanos para poder ocuparse de las escuelas. En 1937, un año después de mi llegada a la Argentina, llegaron 18 hermanos para servir desde la educación.
- ¿Qué hacía Don Orione cuando iba al Cottolengo de Claypole?
- Visitaba los distintos pabellones, que en ese momento eran seis. El visitaba a los enfermos. Les ponía la mano sobre la cabeza y les daba la bendición. Todos los enfermos buscaban hablarle. Yo lo acompañaba y no perdía de vista su rostro. Se percibía la alegría que él sentía visitando los enfermos y la alegría que le producía a los enfermos verlo siempre sonriente.
De los Alpes a la Pampa
El padre César Morelati nació en 1916 en Brignano Gera D'Adda, un pequeño pueblo a los pies de los Alpes, al norte de la ciudad de Bergamo, en la provincia de Lombardia, Italia. A los 12 años su madre y el cura párroco de su pueblo lo llevaron delante de Don Orione. "El nos miró -cuenta el padre César- y nos llamó; ahí entré en la congregación".
De niño se traslada a Tortona para su formación. Allí convive cinco años en la Casa Madre con Don Orione. A los 20 años, ya siendo religioso, se traslada a la Argentina. "Don Orione estaba aquí -dice emocionado Morelati- y quiso que yo fuera a su lado. Quería que me preparara como maestro después de haber completado mis estudios de Filosofía".
Mientras estudia el magisterio vive en la comunidad de Pompeya y trabaja en la de Carlos Pellegrini en tareas de secretaría. Aprende a escribir a máquina y a manejar. "Don Orione -relata- me dijo también que tenía que aprender a tocar el piano y yo le dije: 'Padre, voy a ser un bandoneón que se estira y se encoje'. El me contestó: 'Aprende el arte y póngalo aparte'. Así fue que después, cuando estaba en las escuelas de maestro, llegué a tocar en piano el Himno Nacional de memoria". En la casa de Carlos Pellegrini comparte tres meses con Don Orione. Sus primeros grados como maestro fueron un tercero y un cuarto en el colegio San Vicente de Paul de Villa Domínico. Eran 42 alumnos. Allí se ocupaba también de acompañar a los postulantes. "Todas las tardes -recuerda- venía Don Orione desde Carlos Pellegrini a dar las buenas noches".
Al año siguiente fue enviado por tres años a Cuenca, en la provincia de Buenos Aires, para que dé clase en el colegio. Luego su destino será Mar del Plata. Allí, en 1942, se consagra sacerdote en la iglesia de San José. Años después irá al colegio Mons. Juan Agustín Boneo de Rosario; más tarde se ocupará de la escuela de Victoria y después otra vez a Mar del Plata. Así va "dando vueltas y trabajando", como dice él, por todas las comunidades educativas orionitas del país durante 42 años. "Tengo siempre presente -afirma César Morelati- la solicitud que Don Orione nos hiciera a dos o tres cuando estábamos con él en Villa Domínico: "Debemos trabajar porque estamos en el principio de la congregación. Si aquí en Argentina se trabaja va a haber un paraíso, pero si no se trabaja va a haber una gran pérdida".
A los 84 años, todos los días sin excepción, el padre César celebra la primera misa de la parroquia Nuestra Señora de la Guardia de Victoria.
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DON ORIONE, Buenos Aires, Nº8, Mayo - Junio 1999
Mar del Plata
La Sagrada Familia
Por Germán Cornejo
El pasado mes de marzo, la comunidad del Puerto de Mar del Plata celebró el 75 aniversario de la fundación de la capilla y el colegio "La Sagrada Familia". Rica en anécdotas, vivencias e historia, esta obra de Don Orione abrió sus puertas para que podamos compartir la alegría de este acontecimiento.
Como en todas las fechas importantes, es bueno por un instante volver la vista hacia atrás y ver la marcha de la tarea realizada para que ella sea una guía del camino que tenemos por delante. Por eso, vamos a revisar un poco los hechos que hicieron a esta comunidad el centro de muchos acontecimientos importantes en la vida de la ciudad de Mar del Plata.
Una historia de puro trabajo
Cuando terminó la Primera Guerra Mundial en 1918, el mundo había cambiado dramáticamente y el continente europeo daba claras señales de devastación y pobreza. Esto hizo que miles de familias trataran de escapar de esa situación buscando nuevos horizontes, bienestar y también paz. Una parte de ellas llegó a Argentina.
Por ese entonces, Mar del Plata era uno de los lugares de veraneo preferidos por las personas influyentes de nuestro país. Grandes figuras paseaban por sus playas, apostaban fortunas en el casino y hacían culto a esa época llamada por muchos "los años locos".
Pero, como muchas otras veces en la historia, la "locura" no era igual para todos. A escasas cuadras del ruido del centro turístico marplatense, el clima social era totalmente opuesto. En el año 1924, el "pueblo del puerto" de Mar del Plata abarcaba desde las actuales avenida Juan B. Justo hasta la calle Vértiz. Sus calles eran de tierra y no había alumbrado público. La gran mayoría de las viviendas estaban hechas de madera y techos de chapa y tenían un aspecto muy precario. Muchas de estas casas estaban habitadas por inmigrantes europeos, en su mayoría italianos, que con mucho esfuerzo luchaban por conseguir un poco de aquel bienestar que su tierra natal les negara.
El núcleo habitacional de la zona era por entonces de 2.800 personas, en su mayoría familias de obreros que trabajaban en la construcción del puerto y de pescadores, actividad que se iba convirtiendo en un símbolo marplatense.
Junto con su escaso equipaje, los inmigrantes también las ideas fascistas, socialistas y anarquistas que se habían difundido en el viejo continente. Este rompecabezas de ideologías transportadas al otro lado del océano Atlántico y reunidas en un mismo lugar, junto a las características un tanto inhóspitas de la zona, convertían al puerto en un lugar casi ingobernable.
Las jornadas interminables de trabajo no permitían atender a los hijos, razón por la cual, los niños estaban gran cantidad de tiempo solos, recibiendo una educación careciente de valores y buenos ejemplos.
A través de sus usuales visitas al puerto, la Damas Vicentinas -sociedad de beneficencia formada por señoras de la alta sociedad- vieron que sería algo bueno para el barrio la construcción de una capilla y un colegio católico. Para llevar a cabo esta tarea decidieron ponerse en contacto con el padre Luis Orione, sabiendo que su tarea pastoral consistía en llevar la presencia de Cristo a los lugares más carenciados y difíciles.
Gracias al "sí" generoso de nuestro fundador y los Hijos de la Divina Providencia, las Damas Vicentinas pusieron en marcha el plan para el funcionamiento del colegio de varones que, en un principio, comenzó con el nombre de "San José". Poco después, ese nombre cambió por el de "La Sagrada Familia" debido a la imagen que estaba colocada en el altar de la capilla. Al mismo tiempo, se le encargó la tarea de establecer un colegio para niñas a la madre Michel (hoy beata), llamado "Inmaculada Concepción".
El 19 de marzo de 1924 se inauguran provisoriamente la capilla y el colegio "La Sagrada Familia", que quedaron a cargo del P. José Montagna.
Desde aquel lejano 1924, las cosas han cambiado, y mucho. La tecnología que avanza y los nuevos tiempos sociales requieren una capacitación muy intensa. En el colegio orionino del puerto de Mar del Plata, esta capacitación es tomada muy en cuenta a la hora de planear las actividades.
A diferencia del presente, el P. Montagna tuvo suficiente espacio en el primer año de clases dentro de aquel viejo caserón de la calle Ortiz de Zárate y Cabildo (hoy Padre Dutto) donde comenzara a funcionar las actividades escolares. Ese histórico lugar tenía ocho habitaciones que eran ocupadas por los cincuenta y cuatro alumnos del primero y segundo grado.
Un tiempo después, el día 6 de marzo de 1927, fue inaugurado el actual edificio -según lo acordado desde un principio con las Damas Vicentinas- para dar lugar a la creciente cantidad de alumnos que concurría ya entonces al establecimiento. Hoy, los casi 1.000 alumnos de "La Sagrada Familia" desarrollan sus actividades en este mismo edificio, al que se le sumaron el primer piso y el gimnasio, construido en 1982.
¡Cuánto camino recorrido desde aquel lejano comienzo! Hoy el colegio tiene más de 800 chicos y chicas distribuidos en nueve cursos y veintisiete secciones; el plantel docente se compone de más de 30 maestros de grado, docentes con capacitación especial y profesores de área; y materias como plástica, computación, inglés, italiano, etc., también forman parte de los programas de estudio. A lo que hay que agregarle los pequeños del Jardín de Infantes -ahora denominado Nivel Inicial- que llegan a un total de ciento cincuenta.
La parroquia
Uno de los rasgos más característicos de la comunidad del puerto es el respeto por las tradiciones.
El nombramiento de la capilla "La Sagrada Familia" como parroquia sucedió en 1939, cuando el crecimiento del barrio en población y vida propia ya le daban una conformación muy definida. La parroquia tiene un marcado origen italiano, y su vida como comunidad eclesial fue reflejando el mosaico de colectividades llegado desde la "bella Italia". Cada una de estas colectividades tiene su patrono, entre los que se descubren a San Antonio Abate, Santa María della Scala, San Jorge Mártir, San Juan Bautista, San Roque, María Santísima della Raccomandata, Santa Ana, Santa María de Montevergine, San Juan José de la Cruz, San Constanzo Obispo, Santos Cosme y Damián, San Antonio de Padua, San Pantaleón, Nuestra Señora del Carmen y Santa María de la Lobra. ¡Y cada uno tiene su fiesta y celebraciones!
Pero esta diversidad se hace unidad cuando se trata del anuncio del Reino. Por medio de Caritas se realiza un vasto trabajo de ayuda con alimentos, ropa y medicamentos, ya que en la zona parroquial se encuentra una villa de emergencia con muchas necesidades materiales.
Para destacar especialmente es la presencia que tiene la comunidad parroquial de "La Sagrada Familia" en la vida cotidiana y la identidad de esa zona de Mar del Plata.
Rescatando su origen y pertenencia a la vida de mar a través del puerto y sus actividades, en 1980 fue levantada sobre la culminación de la escollera Sur la Efigie de San Salvador, patrono de los pescadores, quién los protege en las largas jornadas de trabajo.
* * * * *
Padre José Dutto. El buen pastor de Mar del Plata
Extraído de "Semblanza de un Apóstol de Cristo" y de "El apóstol del puerto" (de Germinal Sánchez).
El padre José Dutto fue el "alma mater" de La Sagrada Familia. Nació en 1890 en la provincia de Cúneo, Italia. En el seno de su familia recibió el ejemplo de una acendrada fe religiosa y heredó su austeridad.
Desde temprana edad manifestó marcada inclinación para el estudio y ya adolescente fue un aventajado estudiante, mostrando dotes de escritor y facilidad para la oratoria.
Joven llegó al sacerdocio. Por unos años cumplió su ministerio con dedicación y ejemplaridad. Pero no tenía pasta para ser un tranquilo "abate" en una más tranquila población. Quería llevar la luz del Evangelio por el mundo.
En 1922 muere en Cúneo un cura de la Pequeña Obra de la Divina Providencia. Don Orione va hasta allí para celebrar una misa por el eterno descanso del religioso fallecido y es asistido en el oficio por dos sacerdotes, uno de los cuales era el padre Dutto. Durante la misa, Don Orione eleva una plegaria al Todopoderoso: "En Cúneo, Señor, me has quitado a un sacerdote, ¿por qué no me das uno de estos dos?".
El pedido se cumplió. El P. Dutto fue a comentar a Don Orione sobre sus deseos de ser misionero, pero no soñaba ingresar en la congregación que él había fundado. Luego de largos titubeos, se convirtió en un Hijo de la Divina Providencia. Es así como en 1924 se hizo cargo de la dirección del colegio "La Sagrada Familia" en Mar del Plata, cumpliendo su anhelo de llevar a Dios a tierras lejanas.
En la difícil realidad del puerto marplatense de aquel tiempo le cupo actuar al padre Dutto. La tarea del sacerdote era difícil y sembrada de espinas. Pero no se desanimó, pues sabía lo que le esperaba: Don Orione, en su primera visita a la zona, había recibido toda clase de insultos y algunas agresiones. A pesar de conocer estos acontecimientos, su corazón no desfalleció. Más bien, fue un acicate para acometer la obra con entusiasmo.
Se prodigó a sus pobres hermanos del puerto con dedicación, luchando contra la miseria, la ignorancia, la mala prensa, los malos políticos; inspirando amor y enalteciendo las virtudes de la argentinidad, cuando este sentimiento estaba muy venido a menos. Era inflexible en el trabajo, exigente con sus colaboradores, pero con la gente del pueblo tuvo solo comprensión, benignidad, humildad y paciencia. Nadie pudo advertir jamás los sufrimientos y las luchas de su interior.
Infatigable defensor de los valores cristianos, luchaba a fin de que los pescadores pudieran vender su producto a un precio equitativo. Del mismo modo, ocupaba largas horas en la correspondencia de inmigrantes que no tenían domicilio fijo, vivían en lugares donde el correo no llegaba o no sabía leer.
Eran tiempos muy tristes. A muchos niños había que suministrarles algún alimento, porque no recibían ninguno y los padres estaban en parecidas condiciones. Además, había que proveer de zapatillas, guardapolvos, tricotas, camisetas, cuadernos, libros escolares, etc. Y el P. Dutto pedía y pedía, y suplicaba y rezaba, y casi siempre, se cumplía el pedido. Gozaba cuando podía aliviar alguna de las mil calamidades que afligían al pueblo.
Su fibra era realmente excepcional, pues a pesar de todos los desvelos y trabajos de "La Sagrada Familia", quiso extender su acción evangélica hasta el actual barrio de San José, que entonces era un paraje de terrenos baldíos. Para enseñar catecismo alquiló una habitación. Despertaba la atención y la curiosidad ver llegar a ese cura flaco y largo pedaleando una vieja bicicleta, soportando insultos y mofas. Más tarde fundaría, gracias a la generosidad de la familia Fesco y del padre Fantón, el templo de San José y el colegio "Manuel Estrada".
Sin duda, este infatigable apóstol de Cristo (fallecido en 1967, en Italia) nos dejó un ejemplo invalorable del ser cristiano y entregarse por entero a los hermanos.
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